LA CONJURA

sábado, 1 de agosto de 2015

SUMISIÓN

De Michel Houellebecq
Michel Houellebecq con el gato Gladiator


Sumisión es la obra más política de Houellebecq.  Religiosa y política. Una novela-ensayo sobre la imposibilidad del catolicismo frente al desarrollo del  Islam.  Podría considerarse como… ¿Una utopía?, ¿Una distopía? ¿O un futuro inmediato?

         "Si el Islam no es político, no es nada “A. J. (Ayatolá Jomeini)

En Francia, sobre el año 2022 de nuestro señor Jesucristo, un partido islámico con el apoyo de los socialistas y el de la derecha “liberal” gana las elecciones, siendo Mohammed Ben Abbes, un joven y avezado musulmán, nombrado Presidente de la República Francesa. Pronto se adoptan nuevas medidas.  ( Su Misión) es conducir a  Francia a un nuevo modelo de sociedad. Se implanta el “distributismo” una corriente filosófica y económica que representa una tercera vía entre el capitalismo y el comunismo- sin caer en el fascismo de derecha “no liberal”-, se aplican ventajas fiscales muy favorables al artesanado y a los autónomos y se impone una enseñanza religiosa en escuelas y universidades.

Lamenté no haber prestado hasta el momento más que una atención anecdótica, superficial, a la vida política.

Por primera vez en mi vida me había puesto a pensar en Dios, a contemplar seriamente la idea de una especie de Creador del universo que vigilaba todos mis actos, y mi primera reacción fue mi clara: era, simplemente, miedo. Poco a poco me calmé, con la ayuda del alcohol, repitiéndome que era un individuo relativamente insignificante, que seguro que el Creador tenía cosas mejores que hacer, etc.




Y es que François, el protagonista, es un profesor universitario, experto en la obra de Huysmans, con una vida existencial que sobrelleva como puede. Su mundo— novia, trabajo, amistades, sus padres—se transforman o desaparecen para siempre. Poco a poco se queda solo. Es testigo, por ejemplo, de la conversión de la Sorbona en una Universidad Islámica, en la que los profesores fieles al régimen y a la religión musulmana conservan su trabajo, incluso mejoran en oportunidades y sueldos con la ayuda de los petrodólares. Otros, en cambio,  son despedidos como François.

Hay un paralelismo entre la vida de Huysmans— que al final de su vida se convierte al catolicismo—, con el personaje de la novela, François, cuya única tabla de salvación posible será convertirse al Islam. Porque como le dijo a Myriam, su novia: “Para mí no hay ningún Israel”


Me di cuenta en el momento en que lo que decía no sólo lo pensaba sino que lo deseaba, que formaba parte de esa gente tan poco numerosa que se alegran a priori de la felicidad de sus semejantes, en resumidas cuentas era lo que se llama un buen hombre.

El hombre, en cambio, es un animal, por descontado; pero no es un perrito de la pradera, ni un antílope. Lo que le garantiza su posición dominante en la naturaleza no son las garras, ni los dientes, ni la rapidez de su carrera; es ni más ni menos su inteligencia. Así que se lo digo con toda seriedad: no hay nada anormal en situar a los profesores universitarios entre los machos dominantes.

El 19 de enero por la noche fui presa de una llorera imprevista, interminable. Por la mañana cuando el alba despuntaba por Le Kremlin-Bicetrê, decidí regresar a la abadía de Ligugé, allí don Huysmans recibió el oblato.

Y es el Houellebecq más político, aquél que en privado y en público, cuando se le pregunta, confiesa estar más por una democracia directa, el que conversa con mi maridito (AMB) sobre el fenómeno de “Podemos” y otros asuntos de política,  el que nos pone la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1793.

 “Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es, para el pueblo y para cada porción del pueblo, el derecho más sagrado y el deber más indispensable.” El  pueblo francés.


Es el célebre argumento del mono mecanógrafo: ¿cuánto tiempo le llevaría a un chimpancé, tecleando al azar el teclado de una máquina, para reescribir la obra de Shakespeare? ¿Cuánto tiempo necesitaría un azar ciego para reconstruir el universo? ¡Seguro que más de quince millones de años…! Y no sólo es el punto de vista del ciudadano de a pie, también es el de los grandes científicos; seguramente no ha habido mente más brillante en la historia de la humanidad que la de Isaac Newton: ¡piense en  ese extraordinario esfuerzo intelectual, inusitado, que consistió en unir en una misma ley la caída de los cuerpos terrestres y el movimiento de los planetas Y Newton creía en Dios, era firmemente creyente, hasta el punto de que consagró los últimos años de su vida a estudios de exégesis bíblica, el único texto sagrado que le era realmente accesible. Einstein tampoco era ateo, aunque la naturaleza exacta de su creencia sea más difícil de definir; pero cuando le objeta a Bohr que “Dios no juega a los dados” no está bromeando, le parece inconcebible que las leyes del universo estén gobernadas por el azar. El argumento del “Dios relojero”, que Voltaire juzgaba irrefutable, sigue siendo tan sólido como en el siglo XVIII, incluso ha ganado en pertinencia a medida que la ciencia teje vínculos cada vez más estrechos entre la astrofísica  la mecánica de partículas.