LA CONJURA

lunes, 6 de julio de 2020

EL BANQUETE CELESTIAL

DE DONALD RAY POLLOCK





El banquete celestial ha resultado ser una novela espléndida. De esas novelas que no puedes dejar de leer, con una historia bien escrita y estructurada en sus numerosos personajes y acciones que van desarrollando, con diálogos cortos pero significativos, ágil de leer y a la vez profunda por la crítica social, moral y política que contiene.

Es decir, que no es una novela postmoderna aburrida, intelectualoide y pastosa o simplemente policiaca del género inverosímil.


Estamos en el año 1917 y en EEUU (Desde Georgia a Ohio). Diversas historias sórdidas—con descripciones de una crueldad asquerosa y una sexualidad de establo— se entremezclan en un ambiente rural americano y lo que en principio nos debía  provocar asco  y repugnancia se convierte asombrosamente en un relato lírico a pesar de la tosquedad y suciedad de los personajes, de su miseria moral y crueldad de sus actos. Personajes a los que seguimos en su andadura, en sus aventuras plagadas de violencia, sexo, y abundante humor negro.



El banquete celestial es un título que hace referencia a la recompensa material que tendrán los justos en la otra vida. Clara impronta del puritanismo americano por aquello que decía Max Weber de que los puritanos, en su irracionalidad, han hecho creer a la gente humilde que si son pobres y desgraciados es porque ya estaba decidido por Dios desde el principio de los tiempos.

Es la máxima de Pearl, un pobre jornalero que apenas tiene para comer él y sus tres hijos. Al morir el padre, los hijos deciden marcharse del lugar y se reconvierten en atracadores de bancos, con el objetivo de ahorrar y llegar al Canadá para llevar una vida mejor.

Donald Ray Pollock es comparado con los hermanos Cohen, con  Faulkner y  Flannery O´Connor, con el  realismo  sucio y Peckinpah;  pero deberían citar también su semejanza con  Hemingway por su precisión lingüística o, también el parecido con el ambiente miserable y el polvo que se recorre en los caminos de “Las Uvas de la Ira”.



Pero de todas las semejanzas, la más curiosa es la que tiene con Don Quijote. Yo, al menos, le encuentro cierto paralelismo. Será porque en el Quijote está todo, es el ADN del la novela moderna y contemporánea. Je je je …



En el banquete celestial los personajes son antihéroes que se echan al monte, (o al duro Oeste) y tienen la misma ingenuidad o locura que el propio Quijote. Así, el pequeño de los hermanos, Cob, es un personaje simple, ingenuo y crédulo, lo más parecido a un Sancho Panza. Mientras que Cane y Chimney, los otros hermanos,  representan las dos vertientes de Don Quijote, uno alocado y con suerte en su empresa atracabancos,  el otro más sensato, prudente y leído.

De este modo, el yelmo de Mambrino aparece en el sombrero de un negro que recorre el país a la espera de encontrar a su familia tras un fracaso amoroso. O el Amadís de Gaula, la novela de caballerías, la encontramos en el banquete celestial como un libro de Western de referencia de la banda de los hermanos Jewett en la novelita “Las aventuras del sanguinario Bill Bucket”. Las ventas y posadas son aquí el Hotel Warner o los antros donde se toman chupitos de Whisky al pie de los establos dónde están las putas. El mono adivino del Quijote aparece en el banquete celestial como el mono actor e irreverente del teatro. Por último, la relación de los hermanos Jewett con el granjero Ellswort recuerda sin duda el pasaje del Quijote con el hombre del gabán verde. Ambos preocupados por sus hijos respectivos coinciden en acoger a los protagonistas y dar cobijo en su propia casa.

Las aventuras con diversos personajes que les salen al encuentro, entre ellos un inspector de letrinas, también con tintes de Sancho Panza, y cuyo proceder con la banda de los Jewett es, junto al tendero del pueblo, uno de los poquísimos actos más juiciosos  y generosos de los personajes que pululan en esta novela.

El libro termina, JODER,  como tiene que terminar.

VALE

La siguió a una de las tiendas pavoneándose un poco y sacando pecho. Lo que sucedió a continuación fue muy rápido. Dios bendito, nunca había experimentado nada así. Cuando se corrió la dentadura postiza le salió de la boca volando y rebotó en la pared de la lona. Aquella corpulenta moza era como una de esas máquinas modernas de ordeñar con las que Carl Mendenhall estaba reemplazando a todas sus empleadas: él no se había podido refrenar de correrse  ni aunque le hubiera ido la vida en ello. Después de que la  chica lo ayudara a ponerse otra vez la dentadura y a subirse otra vez los pantalones, él salió dando tumbos de la tienda sin decir palabra y pasó frente a  la fogata, donde los demás están sentados bebiendo café.

Nunca había conocido a nadie que se ganara la vida tocando música y que no estuviera jodido de alguna forma triste o depravada; lo mismo pasaba con la gente que pintaba cuadros, escribía libros o mariposeaba en un escenario recitando los diálogos del melodrama de turno. En su opinión, solo  a la gente realmente desgraciada se le daban bien las empresas artísticas de cualquier tipo.

Su padre estaba dando caladas a su pipa y hablando de algo, seguramente del tiempo o  de lo que tenía planeado plantar en primavera. Estaba empezando a nevar. Bajo el crepúsculo gris, vio a un conejo asomar la cabeza  de una madriguera cavada entre las hojas caídas marrones del borde de una zanja que discurría por en medio del campo. Aunque ya hacía cuarenta años de aquel día, la zanja seguía allí,  todavía cubierta de maleza. Cuando se acordó ahora de aquel conejo, completamente solo en aquella fría noche de invierno, con la nieve empezando a cubrir el suelo, lo invadió una sensación dulce y triste. Por supuesto, sabía que aquella criatura  había muerto hacía mucho tiempo, igual que su padre había muerto al cabo de pocos inviernos. Sin embargo, con un nudo en la garganta, se preguntó y le pareció una pregunta casi desesperada,  si podía encontrar alguna huella del conejo ahora si bajaba hasta allí y se ponía a buscar entre las hierbas y las zarzas. Le afloraron las lágrimas. Había muerto mucha gente en su vida, y habían pasado o habían dejado de pasar muchas cosas que lo habían ido alejando más y más del chaval que había sido por entonces. No, pensó, mientras se secaba la cara con la manta, no encontraría nada, ni  una esquirla de hueso ni un jirón de pelo, por mucho que se pasara una semana buscando. El conejo había desaparecido para siempre, y eso le ponía triste de la misma manera en que a veces lo entristecían las estrellas de la noche, el  hecho de que no pararan de moverse siguiendo los mismos patrones de siempre, regulares como un reloj, año tras año independientemente de lo que pasara aquí abajo, en esta bola de roca y arena dejada de la mano de Dios, de los jóvenes masacrados en la guerra de turno o de un viejo loco y ciego que vivía con un pájaro muerto o de un bebé inocente ahogado en una letrina infestada de ratas o hasta de un pobre conejo tembloroso que asomaba la cabeza entre las hiervas para mirar al hijo de un granjero de camino a casa con su padre.

Aunque Homer era un inepto en casi todos los sentidos, de alguna forma había conseguido entender que lo mejor que podía hacer un político para sobrevivir era absolutamente nada, y había ganado sus últimas cuatro elecciones a base de ser un experto en no posicionarse nunca acerca de nada.

viernes, 3 de julio de 2020

EL TIRANO. SHAKESPEARE Y LA POLITICA





A través de la literatura de Shakespeare, —principalmente sus obras: la trilogía de Enrique VI, Ricardo III, Macbeth, El rey Lear, El cuento de invierno, o Julio César— y también con lo que el autor denomina en este ensayo de crítica literaria como ángulo oblicuo, se trata de analizar cómo es posible el ascenso y triunfo del Tirano por una cantidad de súbditos que aceptan ser engañados.


¿Por qué Ángulo Oblicuo? Según el autor consiste en eliminar los falsos supuestos y falsas creencias y así contemplar lo que se oculta detrás. Es necesario un distanciamiento estratégico, explicar lo que sucede en la Inglaterra del s. XVI  (reinado de Isabel I) a través del artificio de la ficción.


Para ello Shakespeare se inspira en los acontecimientos de la Gran Bretaña precristiana, en la Antigüedad Clásica, en la violenta Escocia del siglo XI, periodos  históricos libres de la fe cristiana o de la retórica monárquica, y los traslada a su época como forma de expresarse en código, más o menos velado y saltarse la censura.





El lector y espectador inteligente saben que dicha ficción que está viendo en el escenario proviene de la realidad en la que vive, que se le está enseñando la  realidad en la fábula, mediante la única forma—la ficción—con la que es posible burlar la censura  del  tirano.

La cuestión principal que explora “El Tirano”  es por qué la mendacidad, chabacanería o crueldad no sirven como un inconveniente definitivo para el fracaso del tirano,  sino que se convierten, por el contrario,  en un atractivo para encandilar a unos seguidores ardientes o al pueblo entero (muchas veces  la manifestación del pueblo no es la democracia,  sino el linchamiento al rebelde)

Las respuestas a esta cuestión, fundamental para la libertad humana, son varias según el grado de complicidad  con el tirano y no con la libertad.
Construye el crítico literario una serie de categorías abstractas de tipos humanos, aunque, al final todo depende de una conjunción fatal de la historia vital de los personajes (trasunto en la escena de los personajes reales). Vamos a verlo. Esa es la cuestión: “ser o no ser libre”




En el caso de los POLÍTICOS su propia naturaleza lo dice, son  gente deshonesta, para Shakespeare la palabra “político” es sinónimo de hipócrita.
Desconfían unos de otros, cada uno abriga la esperanza secreta de que sus mentiras y solo las suyas sean capaces de engañar a los demás, incluso al tirano.
Vamos que son más listos que los demás. Fingen que son virtuosos aunque no lo son, eso los hace sentir mejor; achacan a los demás sus propios defectos y además desean que todos los conjurados estén en el mismo barco sin que ninguno se desvíe o exprese la más mínima reserva.

No son hombres libres. No son.


Y luego están los CÓMPLICES.

Están los que son auténticamente engañados y dan crédito a las promesas y demostraciones de emoción del tirano.
También lo que se sienten atemorizados o impotentes ante la intimidación y la amenaza de violencia.
Otros, se dan perfecta cuenta de quién es el tirano, de que ha cometido tal o cual atrocidad, pero olvidan y son capaces de normalizar todo lo que no es normal.
Hay otro grupo además que está compuesto por los que no olvidan del todo que el tirano es un auténtico canalla, pero confían en que las cosas se arreglarán, seguirán su curso normal y al final habrá un conjunto de adultos influyentes en la sociedad que garantizarán que las promesas realizadas se vean cumplidas.
Y, por último, el grupo más siniestro lo forman quienes se convencen a sí mismos de que pueden sacar provecho de la ascensión del Tirano. Como casi todos los demás, se percatan de lo destructivo que es, pero confían estar un paso por delante de la oleada de maldad que se les viene encima y sacar provecho.

No son hombres libres. No son.

Hay otros factores que influyen en la formación de un tirano y que se recoge en la obra de Shakespeare, como son la fealdad física y moral, la locura, el orgullo, el clasismo, la falta de empatía, el desprecio o la autoridad de la madre o influencia de la esposa…Pero estas cuestiones “azarosas” y su influencia en la historia se aprecian cuando ya los hechos se han  consumado en la historia, como la “nariz de Cleopatra” y su transcendencia en la Historia de Roma.

Mientras queÉtienne de La Boétie, el amigo de Montaigne,  contempla un mundo en el que el dictador caería sencillamente por la negativa no violenta de la gente a cooperar con él, Shakespeare pensaba que el tirano siempre encontraría verdugos bien dispuestos a servirle, aunque, eso sí,  el carácter imprevisible de la vida colectiva imposibilitará que el tirano se mantenga en el tiempo, y terminaran por fracasar, derrotados por su propia maldad y por un espíritu de humanidad que puede ser reprimido, pero nunca desaparecerá por completo.

No importa la densa que sea la red tejida por el tirano, siempre hay alguien que logra escaparse de ella y ponerse a salvo.Escabullirse, escapar fuera del alcance del tirano, cruzar la frontera, unir fuerzas con otros desterrados y regresar con una tropa invasora. Esa es la estrategia básica, y no se trata solo de una argucia literaria: sirvió para los combatientes de la resistencia en la Alemania nazi, en la Francia de Vichy, y en muchos otros lugares.


Cervantes defiende el Estado Moderno frente a las creencias del Estado Medieval. El  autor del Quijote critica la religión, y se da perfectamente cuenta de quién es Homero Y DE SU SIGNIFICADO, un Homero que ficciona a los Dioses y los iguala a Ulises en el mito.
Shakespeare, por el contrario, escribe como si fuese un autor medieval, hablando de reyes, de sucesiones, traiciones…
Y Mientras Shakespeare se cuestiona quién soy, ¿Acaso soy un tirano? Cervantes, más moderno, se pregunta qué hacer para derrocar al tirano.
Mi maridito