DE: Fernando Pessoa
Corrían malos tiempos
para todas las artes. La originalidad había entrado en declive. La gastronomía
también acusaba decadencia y debilidad.
Es una de las primeras obras de Pessoa, corría el año de 1907,
y la firmó con su heterónimo de Alexander Search. Es una obra breve y llama la
atención (o no, pues tuvo formación inglesa) que la escribiera en inglés y no en portugués;
como era Pessoa, en concreto, un portugués de Lisboa.
Muy buena la portada de la edición Nordicalibros donde aparece
una fotografía de Pessoa en un bar lisboeta tomando una copa de vino y que él mismo envió a su novia/amiga Ofelia Queiroz con la dedicatoria: “En flagrante
delito”.
El presidente de La Sociedad Gastronómica de Berlín—y ahora
ya hablamos del librito—organiza una cena muy particular. El protagonista, Prosit,
un alemán exuberante en sus formas e
impetuoso, promete una cena que nadie olvidará por su originalidad. Desde luego
que sí. Con sorpresa final, incluida para él mismo. Como todo alemán, cree que
al final de sus actos le felicitarán y lo harán un héroe. A veces, uno piensa
si los alemanes han cambiado a mejor o no, y si pretenden con sus exigencias económicas
poner un nuevo Reich en Europa.
Es un relato muy recomendable porque está muy bien escrito, y aunque se note un Pessoa todavía joven, su prosa es técnica a la
vez que bella, precisa y culta. Y, sobre todo, como dice mi maridito: Qué lástima que Pessoa no hubiese desarrollado
más su heterónimo Alexander Search.
Hubiera sido un gran escritor de novelas.
Ahora resulta obvio,
por tanto, que el atractivo—por llamarlo de alguna forma—de Prosit radicaba en
lo siguiente: en no ceder a la ira, en su empeño por agradar, en la peculiar
fascinación que despertaba su ruda exuberancia, incluso quizás, por último, también
en la intuición inconsciente del tenue enigma que encerraba su personalidad.
Con un argumento falaz,
dio a entender que solo en la gastronomía la novedad era un valor preeminente,
una forma sutil de sostener que esta, la gastronomía, era la única ciencia y el
única arte. “¡Bendito sea el arte—exclamó el capitán—cuyo conservadurismo
encierra en sí mismo una revolución perpetua!”. “Diría de él—continuó—lo que
Schopenhauer dice del mundo, que se mantiene a sí mismo gracias a su propia
destrucción”.