Shirley
Jackson fue una escritora estadounidense especializada en el género
de terror. Sus relatos describen la vida cotidiana con un realismo
inquietante cargado de simbolismo: una mujer buscando a su novio el
día de su boda, ¡terrible!, un diabólico viaje en tren, ¡qué
miedo!, el caso de la librería y el estudiante que no puede comprar
libros, ¡qué horror!, o el cuento más famoso, la lotería, en
el que relata una ancestral costumbre en un pequeño pueblo
americano, ¡para
morirse !..
Dicen
que su narrativa inspiró, y es de creer, a Stephen King, y a otros
escritores norteamericanos, además de películas y series de
televisión como “los juegos del hambre”.Por
lo que nuestro imaginario y memoria esta conformada, para bien o para
mal, por las historias de Shirley Jackson.
Su
estilo es directo, sin rodeos, inteligente, y sus temas reflejan sus
obsesiones, la agorafobia, la intolerancia, la maldad... a mi juicio
algunos cuentos, (sólo algunos), les falta un final adecuado para
ser una historia redonda, pero, en general, están muy bien escritos,
mantienen la curiosidad y merece la pena leerlos.
Shirley
Jackson fue una mujer desdeñada por ser mujer y escribir relatos de
terror, atrapada en un matrimonio machista y patriarcal, en un tiempo
que no era el suyo, un marido (infiel), cuatro hijos, un montón de
mascotas, en un momento en que la gran literatura no eran los relatos
de terror de una ama de casa aficionada a los fantasmas sino otras
figuras del momento.
Es
mucho más fácil, me parece a mí, escribir una historia que
afrontar con éxito los millones de problemas y enfados cotidianos
que surgen en una casa cualquiera, y ayuda bastante—en particular
si hay niños alrededor—si puedes verlos a través de un velo
agradable de ficción.
La
ficción se vale de tantas cuestiones menores, de tantos gestos
pequeños y hechos recordados y rostros inolvidables.
Ahora
bien, hay que llevar mucho cuidado porque la vida cotidiana no es
ficción. Y la ficción no es operativa en la realidad de los autores
y lectores. No se puede castigar o encarcelar a los personajes de
ficción y a sus “hechos”. La ficción de los relatos de terror,
misterio o policíacos son, sin embargo, los que más se acercan o
mantienen a la vida real pues la realidad es para morirse de miedo.
El
mal es la ausencia de bien, la mala novela, la ausencia de una
ficción articulada y creíble. Esta novela no es creíble y su
ficción no es coherente. Sus personajes hacen naufragar el relato
cruel y disparatado. El relato empieza con rodeos, continúa flojo,
y para cuando llega al final, parece poco creíble.
El
protagonista, Jeremiah Salinger, se obsesiona con un triple crimen
cometido hace años en un pueblo de los Alpes italianos. Muchos
personajes, a veces uno se pierde, y al final, un par de giros en la
historia. Será el libro más vendido en su momento en Italia y un
fenómeno editorial sin precedentes (según la solapa), pero a mí me
parece un producto de Marketing.
Lo
mejor es la ilustración de la portada que, si nos fijamos, guarda una sorpresa en sus
montañas.
—Eran
buenos chicos, ¿sabes?—dijo Werner, tras superar un pino partido
por la mitad por un rayo—Los tres habían nacido aquí. Evi y
Markus eran hermanos. Ella era la mayor. Una chica guapa. Muy
desgriada, sin embargo.—¿Por
qué? —La
enfermedad de Tirol del Sur, Jeremiah, ¿la conoces? —No...—balbucí—No
tengo ni idea. —El
alcohol.
Caminar
significa imaginar. Cada rincón, un misterio; cada edificio, una
aventura. En mi cabeza todo se convertía en algo brillante, como en
una película.
La
verdad es que no se sabe. Lo de Carmen Mola es un
pseudónimo, la autora o autor, que no está claro, intenta ocultar
su verdadero nombre. Se supone que es una escritora española inédita
y con dos novelas negras de gran éxito: LA
NOVIA GITANAy
LA
RED PÚRPURA. Aunque teniendo en cuenta la celeridad con la que se le
ha editado las dos novelas, no creo que sea un escritor hasta ahora desconocido e
inexperto, sino más bien alguien ya famoso o por lo menos con muy
buenas relaciones en el mundo editorial.
Los
dos libros son violentos y adictivos, que ya es bastante. La
protagonista es una inspectora divorciada, sexualmente compulsiva y
aficionada al Karaoke. Un personaje atormentado como es habitual en
la novela negra, aunque en este caso con causa justificada, su hijo
fue secuestrado por una red mafiosa que trafica con apuestas y vídeos
extremadamente violentos.
Pero nada más. Con esto quiero decir que no es especialmente original, ni en su contenido ni en su forma, pero sí adictiva, de lectura rápida de historias muy violentas bien estructuradas; resuelve bien los casos, sin un as bajo la manga y sin necesidad de efectos especiales ni OVNIS pululando por el espacio como la famosa Fred Vargas y su disparatado caso de la araña premiada.
En resumen, se pasa el tiempo volando leyendo estas dos novelas de quien quiera que sean, aunque concluyes que Freud se quedo corto en definir al ser humano mediante dos energías incoscientes, el sexo y la agresividad, que se deben sublimar por el bienestar de la cultura.
Elena se despierta porque una mosca le está haciendo cosquillas en la nariz. Tarda solo unos segundos en recordar en dónde está: en el salón en penumbra de una casa aislada en el campo. Atada de pies y manos. Frente a ella un emjambre de moscas revolotea sobre el cuerpo de Victoria.
Un sendero de grava conduce a la puerta principal de la casa, una construcción de piedra, muy sencilla, con un tejado a dos aguas. Elena rodea la casa en busca de alguna pista. En la parte trasera hay un todoterreno aparcado, con el parachoques y los neumáticos manchados de barro. Las contraventanas están echadas e impiden espiar en el interior de la vivienda.
Empecé
a leer este libro este verano antes de ir de viaje a Lisboa para
ambientarme un poco; bueno, por eso y porque me lo regaló mi
marido.
Antonio
Muñoz Molina es uno de mis escritores actuales preferidos. Es un
gran escritor, un buen narrador; sin embargo esta novela es el claro
ejemplo de que puedes ser un excelente narrador y escribir genial
formalmente, y aún así, no funcionar materialmente, porque la
literatura necesita alma, algo que decir y contar, un duende, una
gracia en su conjunto, algo más que el hecho aislado de escribir
bien y construir frases correctamente. Un poco extensas, por lo
demás—dice mi maridito.
Una
historia intimista. Sabemos que el protagonista vivía en NY con su
pareja, y que ahora está en Lisboa preparando el apartamento donde
pronto se trasladaran. Y mientras hace los preparativos recuerda el pasado juntos, en pareja, en la gran ciudad. E intuimos, que algo va mal. Y
Muñoz Molina se estanca innecesariamente, da vueltas y vueltas y no
despega. Pero da igual, porque yo dejo de leer cuando voy por más de
la mitad del libro.
Y
ya está.
Mi
marido se niega a decirme el final.
El
cielo estaba oscuro y bajo, y no paraba de llover. En la calle la
basura se acumulaba día tras día junto a los contenedores
rebosantes Más que la incomodidad me agobiaba la superstición de
que por culpa de aquellos percances nuestra vida futura en la ciudad
quedara malograda, nuestra casa sin estrenar se contaminara de
fracaso. No quería decirle nada a Cecilia por miedo a que retrasara
su viaje. Pero tampoco quería que viniera y se encontrara en medio
de un desorden deplorable, sin condiciones para vivir ni para
trabajar.
A
Lisboa hay que entrar como Dios o como Pessoa manda. Esto es, por
mar, adentrarse, si se puede, por las aguas grises y
neblinosas del estuario del Tajo, y si no por el Puente 25 de
Abril, a la altura de lo alto del mástil de la nave y gritar:
“¡Albricias,
señores!, ¡albricias pido y albricias merezco!, ¡Tierra, tierra!
Aunque mejor diría: ¡cielo, cielo!, porque sin duda estamos en el
paraje de la famosa Lisboa”. Cervantes.
Aunque
ahora hay otro puente, dicen que el más largo del mundo con sus
diecisiete kilómetros, el PUENTE Vasco de Gama, porque aquí todo
gira en torno al navegante real Vasco de Gama ( cantado por el soldado poeta Luis de Camoes) , y cumplidor de los planes portugueses de Enrique , conocido por el navegante, pero que en realidad no fue a la India. En Portugal todos los niños aprenden los primeros versos de Os lusiadas de Camoes:
“As armas e os barões assinalados
Que, da ocidental praia lusitana,
Por mares nunca de antes navegados
Passaram ainda além da Taprobana,
Em perigos e guerras esforçados,
Mais do que prometia a força humana,
E entre gente remota edificaram
Novo reino, que tanto sublimaram.”
— Os Lusíadas, Canto I, estrofe 1
Las armas y varones distinguidos,
Que de Occidente y playa Lusitana
Por mares hasta allí desconocidos,
Pasaron más allá de Taprobana;
Y en peligros y guerra, más sufridos
De lo que prometía fuerza humana,
Entre remota gente, edificaron
Nuevo reino, que tanto sublimaron:
Pessoa, ya en los años `20 del siglo XX. recomendaba llegar a Lisboa
por mar en una guía de viajes que escribió sobre la ciudad.
Guía que compré para MP a las doce de la noche en una librería aún
abierta a esa hora en el Chiado. Y Del puente, o mejor dicho, de
los puentes no dice nada Pessoa, se construyeron después de su
muerte y a pesar de saber de estrellas y magia no pudo adivinarlo.
Y
es que en esta ciudad y país son tres los nombres de personajes
insignes que siempre se oyen: Vasco de Gama, Pessoa, y Luis de
Cãmoes. Bueno, y también la gran Amalia Rodriguez. Los tres
primeros están enterrados en el Monasterio de los Jerónimos y
Amalia Rodriguez en el Panteón nacional—la famosa cúpula blanca
de Alfama. En un principio también estaba la tumba del dictador Salazar, pero lo trasladaron de allí para que Amalia pudiera estar libre de política. En España Franco sigue en el Valle, no de Escombreras, sino en el de los Caídos.
Los
lisboetas son tozudos y enamoradizos y puede que en ello tenga algo que ver su idioma tan sonoro lleno de vocales que lo hace idóneo para enamorar. Ya lo comprobé en mi primer viaje , luna de miel. y ahora lo
ratifico. A veces con malas pulgas, pero gente noble el portugués - aquí el añadir el calificativo "portugués" convierte a cualquier cosa en "divina", así la casa es más que una casa cuando le añades "la casa portuguesa". En las
inmediaciones del Monasterio de los Jerónimos tuve que enseñarle la
wikipedia a un trabajador del Museo del conjunto artístico de Belén
que me negaba tajantemente que Pessoa estuviese enterrado allí. Me
miraba con cara de asombro, discutiendo, enfadado. Cosa comprensible pues estaba estresado con los turistas y el mal funcionamiento del robot que daba las entradas- se está robotizando todo en el mundo y eso es peligroso-.
Si, por otro lado, se te ocurre cruzar una calle fuera del paso de peatones por un
lugar no habilitado para ello, o con el semáforo en rojo, el taxista
de turno te increpa, aunque no entorpezcas el tráfico, ni suponga
riesgo, y la calle esté desierta y sólo pases tú en ese momento y
el taxista esté a más de cincuenta metros, da igual, te pitan y
jalean con las manos. A mí me pasó. Me volví y le pedí perdón
con las manos extendidas en señal de oración, bajando humildemente
la cabeza. Creo que me perdonó. En fin, que las normas de de buena
navegación han de respetarse siempre, de lo contrario, no se puede llegar a buen puerto.
A
pesar de que procedemos de pueblos navegantes, hay mucha diferencia
con nosotros, los españoles del Mediterráneo. En Sevilla, por
ejemplo— días antes de llegar a Lisboa— paseamos en un carruaje
de caballos. Ya lo sé, eso es demasiado turista, o de paleto
provinciano que va de viaje de novios, pero es lo que soy, una
turista monda y lironda o como mucho una viajera pero no una
periodista del National Geographic haciendo un documental
etnológico.
Pues
eso, contratamos un coche de caballos. La yegua se llamaba
Juanica—sin duda, uno de los seres más nobles y listos de todo el
viaje— y el cochero no lo sé, ni falta que me hacía. Era un mozo
alto y entrado en carnes, o sea, gordo, agradable por imperativo
laboral, que mientras conducía miraba todo el tiempo el móvil, por
lo que la única que sabía por dónde íbamos era Juanica, y sólo
de vez en cuando, el cochero nos contaba algo sobre los monumentos que veíamos:
“Éste es el Ficus americano del jardín de María Luísa” y
cosas por el estilo Eso sí, como controlaba muy bien el móvil,
cuando llegamos a la plaza de España nos hizo una estupenda foto
panorámica.
El
caso es que al volver, un hombre que iba por la acera le increpó a
nuestro conductor. Le dijo que no podía conducir e ir con el móvil
al mismo tiempo; entonces, éste le gritó sin cortarse un pelo:
¿Y
tú quién eres? ¿Acaso eres policía? Anda y vete a tu casa, que
tu mujer te estará poniendo los cuernos, gilipollas.
Para
mí que, a los portugueses, España les es indiferente, no sé…
apenas se les ve por aquí, por el litoral Mediterráneo. Yo creo
que para ellos el Mediterráneo y sus aguas transparentes y
tranquilas son una mariconada y lo que a ellos les va es la bravura
gris del océano. Además de que como país de referencia siempre
tienen a su adorada Inglaterra y a sus islas, y a Brasil, a
Mozambique …etc.
Y
luego están los fados. Esos cantos con saudade, como ellos dicen.
Hace veinticinco años estuvimos, siguiendo el consejo del actor
portugués Joaquim Almeida, en Mascote de Atalaia. Un local
grande y destartalado con largos tablones por mesa, allí se reunían
los aficionados al fado para cantar. Después de cada intervención,
siempre espontáneas y amateur, discutían sobre esto y lo otro, la
calidad, la música de cada fado. Era el único sitio donde poder
ver fados fuera del circuito comercial.
Volvimos.
El local ahora es más pequeño, transformado para cenar y escuchar
música, orientado al turismo pero con la misma calidad de antes. Nos
costó trabajo encontrarlo porque ahora todo el barrio Alto
está lleno de garitos en los que se puede escuchar fados, pero lo
conseguimos después de subir la enésima cuesta, pues Lisboa está
entre siete colinas.
No
puede evitar el viajero enamorado, español, al escuchar la música
portuguesa, establecer un paralelismo con el flamenco. Ambas músicas
requieren para disfrutarlas dedicación, pasión, y esfuerzo, las dos
nos obligan a pensar desde abajo y no desde arriba (J.M. Hernández),
música de parias y desheredados, de marineros, obreros,
¿bohemios?…Al contrario de lo que dice Félix Grande es música
que aspira a ser poema y no al revés.
Pero mientras que el fado es sentimiento romántico, estiloso y
fino; el flamenco se convierte en arrebato, a veces furia
incontenida. Ellos cantan de pie con las manos en los bolsillos,
nosotros sentados con el quejío y los puños abiertos y cara
desencajada. Pero ambos, como dice José Martínez Hernández,
filósofo y flamencólogo, son bienes de primera necesidad para vivir
con dignidad.
UNA LÁGRIMA
Llena de penas
Llena de penas me acuesto
Y con más penas
Con más penas me levanto
Si yo supiera
Si yo supiera que muriendo
Tú me habrías
Tú me habrías de llorar
Por una lágrima
Por uma lágrima tuya
De alegría
Me dejaría matar
Dice mi maridito, también filósofo y flamencólogo, que la Soleá bien puede venir de la Saudade portuguesa del fado,
que
son fuente del cante hondo del flamenco y de
forma objetiva y no subjetiva.
El
caso es que durante los tres días que estuvimos en Lisboa conocimos a gente diversa y hasta invitamos
a nuestra ciudad a tres personas de diferentes
nacionalidades. A una por noche, así es Lisboa, cosa que muy pocas ciudades tiene. La primera fue cuando tomábamos una copa de oporto al atardecer, en el mirador ( Miradouro) de San Pedro de Alcántara.
Sentada a nuestro lado- ella vino después, dice mi marido- en una hamaca leyendo un libro estaba
Elizabeth, una norteamericana que viajaba sola. Muy guapa. Guapísima.
Me recordaba a Kathleen Turner en sus mejores tiempos. Hablamos de
literatura norteamericana, de Sevilla, de las tesis de las tesis de
Nancy…
La segunda noche, ya para cuando regresábamos al hotel, nos
montamos en un tuk tuk, y muy de noche recorrimos Alfama, sus
miradores, sus casas, sus iglesias y su historia. Nos guiaba Daniel,
un italiano que ha viajado por casi todo el mundo.
La tercera noche
coincidimos con unos turistas de Marchena en Mascote de Atalaia. Dos
profesores, una ama de casa y un conductor del AVE. Hablamos de
flamenco, de Fosforito, del cante de las Minas, de Marchena y Cazalla, del partido comunista
portugués , etc... Y emocionados por el fado mi marido predijo algo sobre la unidad de Portugal y España puede ser la solución ....
Bueno,
pues así han sido los tres días y noches de amor en Lisboa. Una ciudad privilegiada, de luz y amor, de saudade y estupenda,
romántica, decadente y moderna, pequeña y hermosa, de casitas portuguesas con
tejados a dos aguas. El tajo y el mar océano, la Revolución de los Claveles que en España no pudo ser... Una maravilla, y está aquí al lado. Portugal era España desde 1580 a 1640, es decir, durante la vida adulta de Cervantes, como me recuerda una y otra vez mi maridito en este viaje, pero eso ya es otra historia...
A
la urbanización de Altorreal de Murcia, habitada por familias de
clase media alta murciana, muchas de ellas religiosas, de las que se confiesan, llega Helen, una mujer estilosa y perturbadora, cuyo
principal negocio consiste en chantajear a financieros, políticos y
gente con nivel adquisitivo alto; lo hace a través de una red o “web”
de secretos inconfesables, que ella obtiene hilando poco a poco como malla de araña.
En
unos pocos días predispone a la mitad de los vecinos de la elegante
urbanización contra los otros, sabe manipular para obtener
información y luego utilizarla a su favor.
La
idea es buena. ¿Hasta dónde llegaríamos por preservar nuestros
secretos? Bueno, es el poder de la información y no sólo para las
altas esferas sino también para cualquier ciudadano de a pie.
Pero
el autor no ha sabido sacarle partido a
la idea inicial que me
parece muy original, la narración es demasiado larga y repetitiva,
(podríamos decir que
la historia se le ha
partido, roto), estilísticamente plana, resultando así una novela
extensa y piscinera.
De lectura ágil, válida si se quiere pasar el rato.
Sale
de la calle privada de Los Cipreses y se encamina hacia la Avenida
del Golf para bajar hasta la gasolinera. ¿Qué ha querido insinuar
su vecina? ¿Lo sabe? ¿La ha amenazado de algún modo? Golpea el
volante fuera de sí y maldice su suerte. Ahora que se había quedado
tranquila con respecto a la actitud de Juan Luís, aparece esa arpía,
Helen, insinuando que lo sabe todo.
Para un grupo de amigas se ha
convertido en tradición acudir todos los años con
nuestros maridos al
festival de flamenco de lo Ferro en el campo de Cartagena. No hay
verano sin Lo Ferro, ni
Lo Ferro sin verano, es
para mí el momento en
que arrancan las vacaciones.
Además
de figuras de renombre invitadas todos los años como es
el caso de Rancanpino o
el Capullo de Jerez, sobre
todo el capullo y su libertad;
hayun
concurso de flamenco de
gran calidad y se puede
asistir a las fases de
selección que cada sábado de julio se celebra
en el patio viejo y encalado del Mesón del Melón
de oro, en mitad del campo, allí, rodeados de bancales de melones y
lechugas, de inmigrantes negros y
de musulmanes a la
puerta del bar, que no entienden qué pasa allí ni por qué hay tanta
gente.
El
paisaje es desolador, polvo, calor,
casas humildes con
puertas y ventanas abiertas y sus inquilinos sentados a la puerta
descansando de la dura jornada, tomando el fresco de la noche. Se
percibe un silencio triste, roto por el compás de una guitarra
flamenca procedente de
un patio encalao y
a los pocos
segundos, los quejíos negros de un cantaor por Malagueñas (la del Mellizo).
Recuerdo
un año a las puertas del Mesón, una televisión noruega grabando el
festival, como algo ¿exótico?
Este
año iba emocionada porque uno
de los invitados
eraFosforito,
mi cantaor favorito.
Tiene 87 años ya, pero
mantiene una lucidez inaudita
para su edad y generación.
Como
ya no canta dio un pregón o conferencia que seguramente quedará
para los anales del flamenco. Nos contó que el flamenco es
un sentío, una forma de vivir, y que se puede ser flamenco de muchas
formas. Él ha tenido una vida muy humilde, dura,
en la carretera, de pueblo en pueblo, cantando en festivales.
Mientras
viajaba leía mucho. Que leía entre otros a Manuel Machado, a Herman
Hesse y a Thomas Mann… ¡que
leía a Thomas Mann!
Entonces pensé que por algo me gustaba este
cantaor. Ya intuía yo
al oír sus letras que era algo especial, sin
duda, sus lecturas, entre ellas, la aurisecular literatura alemana
como decía
Marcel Reich.
Esta novela negra ambientada en la Barcelona de Gaudí ha sido
publicada con otro título ycon bastante éxito en Francia. Sin embargo a mí me
ha decepcionado un poco. Aunque la estructura está bien concebida y cuenta una
historia potente, hay muchos detalles que me chirrían. No sé… A lo mejor me estoy volviendo demasiado tiquismiquis.
Tiene los clichés propios del género novelístico de
detectives: un policía atormentado, muy atormentado, pero listo e intuitivo que
además tiene que hacer frente a la oposición de sus compañeros; un asesino
psicópata, inteligente y cruel que utiliza signos masónicos y sentencias
jeroglíficas que hay que averiguar, escándalos financieros, corrupción,
pederastia, crítica social… Y mucho relleno; al final, claro, un libro de más de 500 páginas.
Podría ser una buena novela a no ser por las frases que se
repiten, archiconocidas; por ejemplo la de “Un
escalofrío le recorrió la espalda”, o la de páginas instruyéndonos con los símbolos
de la masonería, y situaciones inconcebibles por lo absurdas y poco verosímiles
que resultan, como las de una jovencita de quince años de Barcelona que no
sabe reconocer el parque Güell.
Por el contrario el libro mantiene unos diálogos rápidos, audaces, siendo interesante el recorrido por las calles, edificios, bares, parques de
Barcelona, tanto o más que las guías turísticas. Es una novela negra
turística.En Barcelona todo ha devenido
a ser turístico, también su novela.
Aparcó en el paso de peatones, justo en la esquina de paseo
de Gracia con Provenza, y bajó del coche. A aquellas horas la gente todavía
inundaba de forma masiva las aceras. Echó un vistazo y. por las vestimentas,
distinguió que la mayoría eran turistas. Bermudas, calcetines y sandalias, y
faldas cortas y chanclas. Todos con cámara en ristre, curioseaban las lujosas
tiendas, señalaban los escaparates y sorteaban los distintos mendigos que
salían a su encuentro con la mano extendida. Por el contra, resultaba fácil
identificar a los residentes de la ciudad; pocos para su sorpresa. Sin hacer
caso de las tiendas, mantenían la mirada fija al frente o bien caminaban con
los ojos clavados en el suelo, como avergonzados por su palidez extrema, casi
enfermiza, en contraste con la piel roja, requemada por el sol, de los
foráneos. Cruzó el lateral de la calzada y se situó ante la Casa Milà.
En esta autobiografía de más de 500 páginas de MARCEL
REICH-RANICKI, un gran crítico literario de la prensa y televisión
alemana, famoso por su apasionamiento y particular expresividad en sus análisis
a los que imprimió especial claridad y sentido práctico, declara que la literatura
es un sentimiento vital, porque no hay crítica sin amor a la literatura.
Dice AMB que la crítica literaria se hace para entenderla y
exige la razón humana y no tanto el gusto personal.
Nunca le gustó, por cierto, a Reich la siguiente cita de Goethe:
“Cuantomás inconmensurable
e inabarcable sea para la razón una producción poética, tanto mejor”.
Pero—continúa Reich— ¿Lo
pensó así Goethe, verdadera y literalmente? ¿O sólo quería insinuar que lo
inconmensurable o inabarcable para la razón puede muy bien resultar útil para
el autor y su creación?
El análisis de la
literatura quedó a menudo en manos de científicos y literatos, contra lo cual
no hay, por supuesto, nada que decir. Pero los científicos escribían para
científicos, y los literatos para otros literatos, mientras el público se iba
de vacío. En cuanto a mí, […] había escrito sobre todo para lectores y no para
el estamento literario.
Así, en sus memorias habla principalmente de literatura mucho
más que de su vida íntima, salvo períodos específicos como en el gueto de Varsovia
cuando, su lucha por sobrevivir, le llevó a esconderse, junto con su mujer, en el sótano de una casa en la Polonia
invadida por los nazis. MARCEL era judío.
Habíamos prometido a
Bolek y Genia que, si sobrevivíamos en su casa, les mostraríamos nuestro
agradecimiento. […] y sólo puedo expresarlo con palabras grandilocuentes y
desgastadas hace ya tiempo: compasión, bondad, humanidad.
Aún después de que
finalizara la II Guerra Mundial, en Alemania se seguían produciendo actividades
relacionadas con los nazis. Marcel Reich se encontró, por ejemplo, a un
dirigente nazi, ya excarcelado, invitado
a la presentación de un libro sobre Hitler. “A él le hubiera gustado”, decía el
nazi ante la complacencia de los demás. El propio periódico donde trabajaba
Reich publicaba en el año 68 a un historiador nazi Ernst Nolte, un artículo donde
exponía que el asesinato de los judíos no es un hecho singular sino
absolutamente parangonable con otros asesinatos en masa ocurridos en nuestro
siglo, compensando así la culpa alemana con los crímenes de otros.
Según el historiador el
Holocausto fue la consecuencia, si no la copia, del imperio bolchevique del
terror, una especie de medida de protección, y por tanto, comprensible. Nolte
elogiaba todavía en diciembre de 1998 a las SS como la cima, ni más ni menos
del carácter guerrero.
Cuando en 1963 se reunieron
los supervivientes de su promoción de bachillerato, la mayoría de ellos alemanes no judíos, y entre
ellos cuatro médicos, se contaron anécdotas inocuas y se intercambiaron
recuerdos, pero nadie habló del holocausto, precisamente ellos, caballeros,
personas educadas y reflexivas que habían sido oficiales del ejército alemán y
que suponemos habían vivido experiencias horribles. Su encuentro duró dos días
y no se echó de ver nada de ello, ni siquiera cuando conversaban a solas.
Al fin, Marcel Reich,
les preguntó por el tema y ellos contestaron que cómo iban a creer en la
inferioridad de la raza judía si precisamente en clase el mejor alumno de
alemán era judío y el mejor atleta también. Ante aquella respuesta,
Marcel Reich, quedó estupefacto, le pareció ridícula la contestación: “Y si yo
no hubiera sido el mejor alumno de alemán y mi amigo el mejor corredor, ¿podrían,
entonces, habernos hecho la vida imposible?”
Marcel Reich fue, desde luego, un entusiasta del
romanticismo alemán y, en general, de toda la literatura alemana. Demasiado
entusiasta, tanto que ha ignorado o no leha importado otros movimientos, otras literaturas.
Es cierto que aunque nació en Polonia, él consideró Alemania
su patria y su lengua materna el alemán,
y que a pesar de ser un alumno brillante los nazis no le permitieron estudiar
literatura en la Universidad por
serjudío. Pero lo que no es de recibo
es que un crítico literario tan exitoso e influyente, comente únicamente autores alemanes, mientras que
cite,casi de pasada, algunos rusos, franceses e ingleses. Y luego nada,
absolutamente nada del resto de países que parecen no existir para él a
excepción de Shakespeare, al que cita unas dieciocho veces.
Ni una sola mención
a Cervantes, ni al Quijote. ¿Cómo se puede ser crítico literario sin leer y
estudiar a Cervantes? Bueno, quizás lo haya estudiado pero lo ignore. En ese caso,todavía peor.
En su libro sobran varios capítulos en los que habla de
autores, por supuesto alemanes, muchos de ellos locales, olvidados,
desconocidos para el gran público, con tantos detalles que abruman y lo hacen
pesado. Por el contrario se salvan, y aún más, son bastante meritorias, las páginas en las que habla de Günter Grass,
Bertolt Brecht, Adorno, Thomas Manno Elias
Canetti.
De todos ellos dice que la vanidad les puede, y que la
relación de un crítico con el autor siempredepende de lo que haya dicho éste sobre su último libro.
UN EJEMPLO : El día en que conoció a Günter Grass:
En Mayo de 1958 me llamó por teléfono mi amigo Andrzej Wirth
para decirme que tenía problemas y solicitarme ayuda. Esperaba a un joven de la
República Federal de Alemania que, por desgracia, no conocía a nadie en
Varsovia. Había que cuidar un poco de aquél pobre hombre […] Al día siguiente
fui al Bristol, donde el invitado me tenía que esperar hacia las tres de la
tarde. […] El hombre de la butaca iba vestido, en cambio, con descuido, por
decirlo de manera discreta, y además no se había afeitado. Parecía estar
haciendo algo nada habitual en la recepción de un hotel elegante: dormitar. De
pronto, se incorporó y caminó hacia mí. Me estremecí. Pero lo que me infundió
miedo no fue su bigote imponente, sino su mirada, una mirada dura y fija,
vidriosa, casi salvaje […] se había bebido una botella entera de vodka mientras
comía solo.[…] Quería escuchar sus opiniones sobre la literatura que se hacía en
la República Federal. ¿Heinrich Böll? Sonrisa despectiva aunque indudablemente
benévola. ¿Max Frisch? Lo que ocurría en sus novelas era demasiado distinguido
para él. Tuve la sensación de que aquel joven no sabía por dónde le daba el
aire. […] Le pregunté si no querría contarme algo sobre el argumento de la
novela que estaba escribiendo. Estaba escribiendo la historia de una persona:
el asunto comenzaba en la década de 1920 y llegaba casi hasta el momento
actual. ¿Y quién era esa persona? Un enano. ¿Y qué más?, pregunté sin
curiosidad. “El tal enano—me explicó—tiene, además, una joroba” ¿Cómo? ¿Enano y
jorobado al mismo tiempo?; ¿no sería un poco excesivo? “El enano chepudo—continuó
el joven—está internado en un manicomio”.
Termina el autor diciendo que no cree que haya ninguna
relación causal entre la música, la literatura y en general de todas las artes
con la ética. Que no necesariamente nos hacen más buenos, y duda de su eficacia
educativa. Me dice AMB, que la literatura, como arte que es, objetiva ideas, también
ideas éticas, pero no es un tratado de ética, en todo caso, puede ser ejemplar,
pero no resuelve dilemas.
Yo no estoy del todo de acuerdo. ¿Quién se lee en estos días
un tratado de ética? Pocas personas. Sin embargo son muchos los que se han leído
a Charles Dickens. Una vez leí que hizo más por la revolución social y el
proletariado las novelas de Dickens que el propio Marx con su manifiesto.
No, nunca creí seriamente que la literatura tuvieraalguna función pedadógica digna de mención,
pero sí en la necesidad del compromiso; es decir, en que si bien los escritores
no podían cambiar nada, debían pretender el cambio en beneficio de la calidad
de sus trabajos.
Estamos en Sicilia, aproximadamente año 2020. Un virus letal asola el mundo, causando la extinción de los humanos adultos en el planeta. Sólo los
niños resultan inmunes a la epidemia, sin embargo conforme van creciendo y
acercándose a la fatídica edad adulta contraen inevitablemente la
enfermedad y mueren
Han transcurrido cuatro años desde la catástrofe y nos encontramos con
ciudades devastadas, incomunicadas, sin luz eléctrica ni agua, derruidas, a la
suerte de pandillas infantiles arrasando los supermercados en busca de comida.
No hay Estado.
Ya me dijo mi maridito que desde Thomas Hobbes, el Estado, o Leviatán no
son tan sólo los edificios o carreteras sino el conjunto de personas
funcionarias que lo constituyen; siendo los habitantes, sin embargo, la
sociedad encarcelada.
Anna tiene a su cargo a su hermano pequeño al que cuida y protege como si
fuera su propio hijo, para ello cuenta con el libro de las cosas importantes
que le escribió su madre antes de morir previendo los acontecimientos. Con este
libro, al que Anna recurre en momentos importantes, el autor hace una
analogía con el texto sagrado que deja las instrucciones para este mundo: La
Torá, La Biblia yEl Corán...
Ante la situación cada vez más insostenible, deciden viajar (a pie) hacia
el continente, con la ilusión de encontrar la vacuna que los salve o, por lo
menos, cualquier otra solución mínimamente esperanzadora.
A pesar del caos se reproducen los patrones típicos en toda sociedad. La
necesidad de creer en algo, quizá en un ser superior, la esperanza en una
vida, aunque sea temporalmente eterna, el amor en todas sus dimensiones: el
fraternal, el romántico y el amor en un animal, un perro, que se les une en su
peregrinación.
Una novela de teología política infantil y vírica.
Y una novela que nos vuelve a reivindicar el amor, la esperanza y la
caridad, pero sobre todo el amor a los demás.
Tras la muerte de su madre, había sentido una soledad tan grande y opresiva
quedado como tonta durante meses, pero ni una sola vez, ni siquiera por un
momento, se le había pasado por la cabeza acabar de una vez con todo, porque
notaba que la vida es más fuerte que todas las cosas. La vida no nos pertenece,
nos atraviesa [...] Es nuestro cometido, es lo que han escrito en nuestra carne.
Hay que seguir adelante, sin mirar atrás, porque nos impregna una energía que
no podemos controlar, y aunque estemos desesperados, mutilados, ciegos,
seguimos alimentándonos, durmiendo, nadando para que no nos engulla el remolino.