Este librito—que incluye doscientos haikus, además de cuatro prólogos y un epílogo—, tiene la voluntad de afrontar la actual devastación en la franja de Gaza y los crímenes atroces que por ambas partes se están cometiendo y de la forma en que un escritor puede hacerlo: con la representación de la palabra y el pensamiento.
El autor (AMB) dirige los encuentros de humanidades y filosofía y además es mi maridito. AQUI pongo un enlace directo para quien quiera comprar el libro.
Sí, sí… ya sabemos que el haiku es un poema escueto que versa sobre hechos concretos de la naturaleza (el pájaro, la nube, el otoño…) y que, debido a su concisión lírica, sugiere más que dice. Sin embargo, tras el monje y haijin Taneda Santôka cada vez más autores van alterando su esencia, tomándose licencias y relevando los hechos de la naturaleza por los hechos humanos y sus sentimientos y experiencias: “haikus en el límite” como acertadamente le llama Jose M.ª Ridao, uno de los prologistas.
“El haiku, entonces, parece distanciarse, tomar conciencia, autoconciencia, del mismo haiku, del mismo instante natural, y huye, a veces, al metahaiku”. Según el filósofo Byung-Chul Han, no es el ser o sustancia lo fundamental en el pensamiento chino, japonés o coreano, sino el cambio, la indiferenciación, el vacío o la ausencia.
La muerte ha sido y es tanta en Gaza que sobre las ruinas se posa una garza, —blanca, esbelta, de cuello alto,— observa y anota la desolación y lo que hacen los seres humanos, ¿con angustia y dolor o con esperanza repentina? La garza— blanca como los hábitos de un Papa— se escabulle entre las ruinas de la guerra y su cuerpo excreta sangre y lágrimas; pero se aferra, sin embargo, a la vida con una profunda emoción. El significado emocional y espiritual de la garza va más allá de posicionarse de un lado u otro. La percepción que tenemos de un crimen es directamente proporcional a la expectativa que tenemos de sufrirlo. Pero en cualquier caso es necesario que la empatía, el sentido de la justicia, haya de poner las cosas en su sitio. Si la paloma blanca es símbolo de la paz, a partir de ahora la garza blanca será el símbolo de por lo menos una tregua.
El libro tiene el lujo de ser prologado por Fernando Arrabal con unos aforismos cuya experiencia universal y juego de palabras siempre admiramos y nos hacen reflexionar. El prólogo de Jose M.ª Ridao, escritor, diplomático, se centra en la obra “La muerte de Virgilio” de Herman Broch; el prólogo del doctor en Derecho y profesor de Penal José Muñoz Clares, gran conocedor de la cultura nipona, que actualmente vive en la umbría del parque de Sierra Espuña nos dice: “no debemos buscar a Dios en las mezquitas porque Dios siempre está fuera de las mezquita, de la sinagoga, de la catedral”, y el prólogo de Antonio Lastra, doctor en filosofía, cinéfilo, investigador y director de “La torre del Virrey” que apunta: “La garza que piensa, que sueña, que canta, que llora, que regresa, que mira, la garza al sol, la garza en Gaza”, un ataque al águila imperial—que representa la historia de los imperios y su miseria humana—frente a la garza blanca de la tregua o de una verdadera paz.
Por último, el epílogo tan preciso y literario del poeta y amigo Rafael Martinez Cuadrado: “la paloma o la rama de olivo son emblemas reconocidos de la paz, pero en estos poemas es la garza quien ocupa su lugar”.
La garza sueña:
renace el cuerpo nuevo
en esta Tierra.
Lo entenderá
aquella blanca garza,
pues yo no puedo.
Son estos días
—que rápidos escapan—
los de tu vida.
Este verano
Irán todos a Gaza.
Playa del Mal.
Puedo mostrarte
el sentido, la vida.
Decírtelo no.
Que terminen los bombardeos, que liberen los presos, que los niños puedan vivir y jugar, que las mujeres sean personas, que todos tengan su Patria.