En
este libro
Barenboim desarrolla
un
argumento
filosófico
alrededor del sonido y del pensamiento armónico. En él se percibe
la influencia de
filósofos de
la talla de
Schopenhauer, Voltaire, Locke, y
sobre todo de
Spinoza
y su “Ética”
(libro
de cabecera de
Barenboim),
y literatos como Goethe
o
Thomas Mann y su personaje Settembrini de
la montaña mágica.
Su
discurso
no es difícil de seguir, salvo en su parte técnica relativa a la
orquesta y práctica musical para
los que no son músicos de conservatorio,
o
de oficio, o
expertos en el tema.
Daniel
Barenboim, pianista
y director de orquesta, nacido en Buenos Aires en 1946, se traslada a
los diez años con
la
música a otra parte, a
Israel. Allí continúa
con sus estudios de música, convirtiéndose en un niño prodigio.
Actualmente
tiene cuatro nacionalidades: la argentina, la española, la israelita
y cuenta además
con
el pasaporte palestino.
Es
un gran experto sobre la situación actual en Oriente Medio. Del
mismo modo que considera el derecho de Israel a existir como nación,
Barenboim cree también en la necesidad y en la urgencia de tender
puentes en el conflicto judío-palestino, de aceptar la integración
de la minoría Palestina en Israel, y de la creación del Estado de
Palestina.
Su
compromiso le
lleva a fundar con
su gran
amigo
Edward Said
la orquesta WEST-EASTERN
DIVAN, un
foro
en el que los jóvenes intérpretes
palestinos, judíos y de países árabes aprenden música y pueden
expresarse libremente
con libertad escuchando el
relato del “otro”.
La
música es un reflejo de la vida,
dice
Barenboim, pues ambas empiezan
y terminan en la nada.
Es una muerte temporal, seguida por la capacidad para revivir, para
volver de nuevo a la vida. Para Schopenhauer la música es una idea
del mundo, para Ferruccio Busoni, el gran pianista y compositor
italiano, la
música es algo más material y sensible:
es aire sonoro.
El
libro termina con una serie de pequeños textos publicados y
entrevistas al autor al que llama “variaciones” en las que habla
de compositores, directores, óperas y temas musicales en general.
Con respecto a Furtwängler lo clasifica como un director de
orquesta antideólogo, un solitario que se niega a adaptarse a moldes
preexistentes. A Pierre Boulez lo califica de
compositor original y complejo.
Me
llama la atención la anécdota sobre un anuncio de inodoros. Cuenta
Barenboim que viendo la televisión americana aparece una publicidad
sobre retretes que utiliza la música de Mozart (Lacrimosa
del Réquiem) como trasfondo sonoro y con fines comerciales, más
tarde, ante las protestas del público, la empresa anunciante pide
disculpas y lo cambian por un pasaje de la obertura de Tanhäuser
de Wagner. La
Compañía atribuyó la
indignación del público a
un tema religioso y no al
abuso de una obra de arte musical.
En
fin, un libro interesante donde el autor mezcla lo musical, lo
personal y lo politico-social y cuya tesis principal es el enorme
potencial de la música para acercarnos, para convivir en paz, pues
el contenido de la música tiene que ver con la condición humana. El
mundo del sonido es capaz de elevar al individuo por encima de la
preocupación limitada por su propia existencia y de brindarle una
percepción universal de su lugar entre los seres humanos.
Leí
por primera vez la Ética de
Spinoza cuando tenía trece años. Desde luego, en la escuela
estudiábamos la Biblia, que para mi es la mayor obra filosófica que
se ha escrito. Sin embargo la lectura de Spinoza me permitió acceder
a una nueva dimensión, y por eso nunca he dejado de cultivar sus
libros. […] No hay mejor campo de entrenamiento para el intelecto
que la Ética de
Spinoza, ante todo porque Spinoza enseña la libertad radical del
pensamiento con mayor amplitud que cualquier otro filósofo. […]
“Una emoción no puede ser reprimida ni suprimida sino por medio de
otra emoción contraria, y más fuerte que la que ha de ser
reprimida”.
Krips
me dijo: “Si lo tocas así,
suena como Beethoven. Beethoven no es Mozart. Beethoven aspira al
cielo, mientras que Mozart viene de él.”