En San Antonio nunca pasa nada. Es un lugar tan apartado y aislado del mundo que nadie, con excepción de los vecinos, transita por ese pueblo. Sin embargo, este lugar no deja de recordarnos a un lejano Macondo, o a una televisiva Cicely, por sus personajes tan extraños y fantásticos, a la vez que reales.
Después de varios días lloviendo, aparece un carromato estancado entre el lodo y el agua. ¿Para qué ha venido este extraño vehículo, precisamente allí, a San Antonio, donde nadie quiere ir? Este es el hecho que dispara la imaginación de los ciudadanos, que parecen sufrir hastiados la falta de acontecimientos del lugar, así que cada uno reacciona de distinta manera. Unos piensan que nada bueno puede ocurrir y no están abiertos a los nuevos sucesos; otros, todo lo contrario, ven una oportunidad, una ilusión y un aliciente para transformar y mejorar sus vidas.
Pero el ánimo y juicios emitidos por los ciudadanos es cambiante. Desde Justa Betanzos, la alcaldesa del pueblo, hasta Jeremías Fenellosa, el hombre de negocios, o el curioso cura autodidacta, Pedrosegundo, (próximo Papa Pedrosegundo I) frente a su enemigo natural el mago Simón. Cada uno con su propia teoría. Un zoo de ideas existentes donde la novedad del pensar o de investigar tiene más enemigos que amigos.
Sentido del humor, crítica social, y misterio. Una buena novela. La condición humana queda desvelada una vez más en su insociable sociabilidad. Ciudadanos como bichos raros para la Ciudad-Estado.
Y dejó que siguieran discutiendo, que agotaran sus fuerzas y bravatas gastando saliva, maldiciones y sandeces. También ignoró a parte de la multitud que no se había marchado con el cura y se agolpaba fuera, ávida de noticias.
Dentro, algunos siguieron escuchando a Fenellosa. Otros observaban a Simón, que había recurrido a la caída en trance y narraba acontecimientos extrañísimos.
San Antonio no estaba acostumbrado a nada extraordinario.
