LA CONJURA

miércoles, 18 de noviembre de 2015

La Luna Roja


DE
LUIS LEANTE.



De este escritor leí hace tiempo “Mira si yo te querré”  y la verdad es que me gustó bastante. Sobre todo recuerdo su impactante y demoledor final: un vagabundo silbando una canción… no digo más. No me lo esperaba. Así que cogí este otro libro, “la luna roja” a ver si me sorprendía de nuevo. Y el caso es que la novela me gusta, sí;  pero la encuentro forzada, con un final rocambolesco.


Emin Kemal es un escritor turco afincado en Alicante. Su traductor, René Kuhnheim, vuelve a la ciudad, tras varios años fuera, desalentado por su falta de talento literario, (eso cree él). Ambos autores han llevado una vida paralela. Los dos han vivido en Estambul, con una infancia difícil y desgraciada y con la pérdida del primer gran amor en su  juventud, aunque en periodos de tiempo distintos.

Leante es un liante. Traza un puzle de historias en varios tiempos y con diferentes niveles narrativos, que convergen en el desenlace de la novela. Una dualidad de biografías. A veces, la lectura se hace impaciente y  uno se agobia.  Cuando ya te has metido de lleno en la historia de un personaje, y consecuentemente en la de sus amigos y en la de sus antepasados, y se perfila el personaje y te haces por fin con él,  entonces, el autor te corta en lo más interesante y pasa a otra cosa. Eso me cabrea algo, es como si en lo mejor de la película te cortan para ir a publicidad. El resultado es una lectura ávida, con el objeto de desentrañar el misterio, a ver qué pasa, cuando a mí lo que más me gusta es saborear el libro  y no darme un atracón.





Sin embargo, hay que reconocerle que maneja bien la trama. Que describe bien la sensación de soledad e inadaptación del personaje. Y sufres con él la pérdida del gran amor y la pena de su reencuentro veinte años después.

Sonó como una llamada de socorro, como un grito de desesperación. Antes de terminar la frase, ya pensaba que lo había ensuciado todo, que se había estropeado definitivamente. Pero ella se quedó en silencio. Sabía que si en ese momento se volvía hacia el taxi no la vería nunca más. Ella no decía nada, y yo no me sentía con fuerzas para repetir mis palabras. Le acaricié la mejilla y le aparté el cabello de la frente. Me retuvo la mano. Me pareció que dudaba. Traté de no espantarla con la mirada.

Pensé que nunca diría esto en voz alta en lo que me quedaba de vida, pero voy a decirlo: mis sentimientos hacia ti no han cambiado, pero yo no soy la misma mujer ingenua. Hace mucho que el centro de mi vida se desplazó. No soy dueña de mis decisiones.
Creía que si sus pensamientos se materializaban en palabras pasaban a ser algo serio y consistente.

Y ella le dijo que sentía mucha curiosidad por saber lo que estaba haciendo. Y él le dijo “escribo, señorita”, y ella insistió “¿por qué?”, y él, sorprendido por la pregunta, le respondió “porque es la única manera que conozco de escapar de la locura”, y desde entonces ella se quedó atrapada en aquella mirada lejana, imprecisa, la mirada de un hombre que observaba desde muy dentro y no conseguía entender lo que ocurría fuera.



Emin la miró con lucidez, como pocas veces conseguía mirar.
— ¿Te gusta el lujo?
—Soy una mujer austera—respondió Derya—. Puedo vivir sin nada, pero me gusta el lujo. ¿A ti no?
—No lo sé. Me gusta la belleza.
—El lujo nos acerca a la belleza.


Un libro sobre el amor y la vida, trufado con el mundo de la literatura, de la escritura y su inspiración.