LA CONJURA

lunes, 18 de marzo de 2019

EL MUNDO FELIZ

DE: LUISGÉ MARTÍN







“El mundo feliz” es un ensayo de pensamiento. El libro consta de catorce capítulos sobre variados temas: la felicidad, la libertad, la igualdad… o la posibilidad de un mundo feliz, siendo la premisa fundamental en todos ellos que la vida es, en esencia, un acto ridículo.  Vamos, literalmente, una mierda.

— Una Idea de Buda—me dice mi maridito desde su sofá— popularizada en occidente fundamentalmente por Arturo Schopenhauer.  Seguro que el autor, al igual que Schopenhauer, también tiene o tenía un conflicto no resuelto con su madre.

— Pues no sé. Creo que eso es mucho aventurar.

Para sobrevivir, afirma el autor,  es necesario el engaño, lo que él describe como LA SUSPENSIÓN VOLUNTARIA DE LA INCREDULIDAD. Es el mismo mecanismo que interviene en la literatura o en el cine, o en cualquiera de las artes humanas. Sabemos que lo que estamos leyendo es mentira, pero a pesar de ello lo percibimos como si fuera verdadero.


— Le falta decir que no “hay engaño sin autoengaño”—continúa maridito ya levantándose— como dice uno de mis aforismos.  

Y precisa de nuevo:

— No es que sea falso o verdadero, —critica — es que al ser ficción ya estamos en el plano en el que no rige la mentira o la verdad. Sólo en lo real se puede hablar de mentira o verdad. En la ficción, sencillamente, no rigen esos parámetros.

— ¿Esa idea es de Jesús Maestro?—le pregunto— ¿Crítica de la razón literaria?



Y es entonces cuando, ya incrédulos, persuadidos de que aquella representación teatral a la que asistimos será irremediablemente dolorosa e insustancial, comenzamos a desfigurar la realidad y a torcer los significados de todo para seguir viviendo. Por eso buscamos otras trascendencias, otras mentiras más humanas: la justicia, el amor sobrenatural, la belleza artística, la posteridad.


El transhumanismo, la unión del hombre con la máquina, es irremediablemente el futuro,  nos acercamos cada vez más a una sociedad con ciertas similitudes a “Un mundo feliz” de Huxley.  Sin embargo, para Luisgé Martin esto no es necesariamente malo, sino más bien al contrario. La ciencia lleva siglos tratando de erradicar las enfermedades, la farmacología junto con el arte alivia los desconsuelos, queremos evitar las guerras...etc.  Y sabemos que la bondad humana depende en alguna medida de los niveles de tiroxina y triyodotironina del organismo.

Entonces… ¿Acaso es preferible la libertad dolorosa a la servidumbre voluntaria feliz? ¿Son en realidad diferentes la servidumbre voluntaria y la libertad?

En este sentido, Adorno acusa a Huxley de reaccionario y moralista; de hacer prevalecer una mirada cristiana que enaltece el sufrimiento. Así el salvaje en “Un mundo feliz” decía:

— Pero yo no quiero comodidades. Yo quiero a Dios, yo quiero la poesía, yo quiero el peligro real, yo quiero la bondad. Yo quiero el pecado.


Todos los esfuerzos dedicados por la humanidad a lo largo de siglos para erradicar enfermedades y mejorar la calidad de vida no pueden despacharse con esa actitud de impostura caballeresca, de desapego, de reivindicación artificiosa del espíritu sufriente del ser humano. […] Esa orgullosa concepción del dolor y del mal como parte inseparable de la condición humana es únicamente una construcción mitológica que busca aliviar el sentimiento de fracaso o de infertilidad que preside cualquier vida tarde o temprano.




La doctrina política, consecuencia de la moral, puede resumirse en una disyuntiva: Hobbes o Rouseau. “El hombre es un lobo para el hombre” idea de Plauto y popularizada por Hobbes, lo que nos indica que hay que mejorar la naturaleza humana, o “La naturaleza ha hecho al hombre feliz y bueno, pero la sociedad lo deprava y lo hace miserable” dijo Rouseau y cuya consecuencia es intentar mejorar los sistemas sociales, base del pensamiento izquierdista puro: lo que genera sufrimiento es la estructura social, no la naturaleza humana.  Las teorías marxistas, por ejemplo, lo confían todo a la estructura económica de la sociedad, que, una vez modificadas, traerían la concordia universal a la tierra, olvidándose de otros males de la vida como el desamor, la envidia, la falta de talento...

El utilitarismo (Jeremy Bentham) nace de las ideas de Hume y es una doctrina que habla de la felicidad. En su formulación matemática considera que una acción éticamente correcta  es aquella maximiza la suma de las felicidades ponderadas de los individuos a los que afecta.


Somos gregarios, imitativos, emocionalmente dependientes. Siempre nos vemos en el reflejo de los demás y repetimos sus palabras. Aprendemos a pensar con los pensamientos de otros—o contra los pensamientos de otros—e, incluso los más libertarios y extravagantes sienten alguna vez el pulso de la tribu.




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