LA CONJURA

lunes, 26 de diciembre de 2016

ÉRAMOS UNOS NIÑOS


Patti Smith cuenta en este libro autobiográfico el tiempo que vivió junto al fotógrafo Robert Mapplethorpe.  Su amigo murió de SIDA en 1989; y ella—superviviente de aquella época— escribe este relato como un homenaje póstumo.
Escribe con estilo, con muy buen estilo, no en vano ella, además de cantante, dibujante, actriz, modelo, poeta, periodista y crítico musical, era y es una voraz lectora, de Rimbaud, Baudelaire y los grandes lectores suelen ser buenos escritores.
No, al revés, los grandes escritores suelen ser buenos lectores.
De sus páginas se desprende el gran amor, ternura y amistad incondicional que sentía por Mapplethorpe. Pero ante todo, lo que se advierte es una inconfundible  ADMIRACIÓN, casi religiosa, que le profesaba. 




Una relación poco convencional, teniendo en cuenta la homosexualidad de él y, sin embargo, eran amigos íntimos. Eran pareja.

En el año 1967 Patti Smith llega a Nueva York.  Procedente de Chicago, dejando atrás, un embarazo no deseado, una adopción urgente, un trabajo mediocre y un tipo de vida que no la convencía.  Pronto conoce al joven artista. Un bohemio de aspecto andrógino, fotógrafo, pintor, admirador de Andy Warhol, ¿hippie?, artista plástico y con un inquebrantable ánimo de triunfar.


 



Los comienzos fueron duros. La pareja vive en hoteles y habitaciones de mala muerte, pisos en muy malas condiciones, poco más o menos que derruidos, sin trabajo, y con el dinero justo para comer. Pero también es una época muy fructífera. Dibujan, escriben, realizan composiciones plásticas, en busca de un lenguaje artístico que pueda expresar su atormentado mundo interior y frecuentan los clubes de moda, en aquella épocas Max’s Kansas City, o el Quixote, quieren moverse en esos círculos,  conocer a los grandes.



Había explorado ideas sobre las que Robert y yo hablábamos a menudo. El artista aspira a ponerse en contacto con su concepto intuitivo de los dioses, pero, para crear su obra, no puede permanecer en ese tentador reino incorpóreo. Debe regresar al mundo material para hacer su trabajo. Es responsabilidad del artista equilibrar la comunicación mística y el esfuerzo de la creación.

Mientras redacto esto, llega mi maridito, recién peinado de la barbería. Mira por encima del hombro lo que acabo de escribir en el ordenador y me dice con bastante malhumor y un tonito de superioridad.
   Es la misma historia que se repite: Madonna llegó a Nueva York, justo diez años después (1977) y sufrió mucho más. Pasó hambre. Fue violada. Siempre el machismo de la sociedad occidental y no occidental. La humanidad no ha avanzado nada desde lo de Lucy (aquella  pequeñita simia astuta que inventó la Humanidad por salvar su vida: se unió irresponsablemente con unos simios bípedos y crueles que pasaban cazando por la sabana).
 la verdad es que me ha impresionado la historia de Madonna ... y la de Lucy, ella también lo pasó mal.  Pero, vamos por partes, ahora estamos con Patti Smith, así que continúo con mi reseña, después hablaremos de ellas.

Se alojaron en el mítico Hotel Chelsea, en pleno estallido cultural. Aún continúan las penurias económicas, la prostitución del fotógrafo, en un tiempo en que además las drogas hacían estragos. Patti Smith fue una de las pocas que sobrevivieron. Según ella, no se drogaba. O lo hacía puntualmente. De todos ellos era la única que trabajaba, como dependienta en una librería, y esporádicamente  en una joyería; de modo que tenía una nómina, reducida, pero la tenía. 
                                                          Patti Smith canta emocionada por la buena comida en la cocina de un restaurante
La música y la fotografía vendrán después, cuando un amigo le regale a Mapplethorpe una Polaroid y se inicie en la fotografía; y a Patti Smith le ofrezcan actuaciones para cantar en clubs nocturnos acompañada del guitarrista Lenny Kaye, en principio, como forma de recitar sus poemas.
***
Hay una cosa que NO me gusta del libro: la cantidad de nombres de personajes que enumera, tanto que yo me pierdo y la mayoría de ellos ni me interesan. A ella sí, pero al lector no. A veces, hasta es agotador.
Los que interesan: que si vieron a Allen Ginsberg, a Burroughs,  que si fueron a una fiesta en la que estaba Marianne Faithfull, Anita Pallenberg, o Sam Wagstaff o Joan Baez (según cuenta, no paraba de decir “oye tío, esto” “oye tío lo otro”,  da la impresión que no le cayera bien). Estoy segura que a un experto o apasionado de la  música, le interesen todos los músicos que hicieron posible a los grandes músicos.

Nos vestimos para la inauguración del ático de Sam Wagstaff. Robert se puso una camisa blanca remangada, un chaleco de cuero y zapatos de puntera fina. Yo, una cazadora de seda y pantalones de pitillo. Milagrosamente, a Robert le gustó mi conjunto. Asistieron personas de todos los mundos de los que habíamos formado parte desde el hotel Chelsea.

Es curioso que, YA en los inicios de la carrera de Patti Smith, Bob Dylan era una figura, (bueno, una figura no, que eso es muy flamenco) un icono de la música. Patti Smith quería  conocerlo.
La noche fue un verdadero éxito. Tocamos como si fuéramos uno y la cadencia y vibración de la banda nos transportó a otra dimensión. No obstante, pese a todo el revuelo que me rodeaba, sentí otra presencia tan segura como el conejo percibe el sabueso. Estaba allí. De pronto comprendí la naturaleza de la electricidad que impregnaba el ambiente. BOB DYLAN  había entrado al club. Aquel hecho surtió un extraño efecto en mí. En vez de modestia, sentí un poder, el suyo quizá; pero también sentí mi propia valía y la de mi banda. Me pareció una noche iniciática, en la que había logrado ser yo misma en presencia de la persona que había tomado como modelo.
Hace unos días recogía el premio nobel de literatura en su nombre.



 Os dejo un trocito del concierto de Madrid este pasado verano. Maridito, unos amigos y yo fuimos a verla.



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