Empecé
a leer este libro este verano antes de ir de viaje a Lisboa para
ambientarme un poco; bueno, por eso y porque me lo regaló mi
marido.
Antonio
Muñoz Molina es uno de mis escritores actuales preferidos. Es un
gran escritor, un buen narrador; sin embargo esta novela es el claro
ejemplo de que puedes ser un excelente narrador y escribir genial
formalmente, y aún así, no funcionar materialmente, porque la
literatura necesita alma, algo que decir y contar, un duende, una
gracia en su conjunto, algo más que el hecho aislado de escribir
bien y construir frases correctamente. Un poco extensas, por lo
demás—dice mi maridito.
Una
historia intimista. Sabemos que el protagonista vivía en NY con su
pareja, y que ahora está en Lisboa preparando el apartamento donde
pronto se trasladaran. Y mientras hace los preparativos recuerda el pasado juntos, en pareja, en la gran ciudad. E intuimos, que algo va mal. Y
Muñoz Molina se estanca innecesariamente, da vueltas y vueltas y no
despega. Pero da igual, porque yo dejo de leer cuando voy por más de
la mitad del libro.
Y
ya está.
Mi
marido se niega a decirme el final.
El cielo estaba oscuro y bajo, y no paraba de llover. En la calle la basura se acumulaba día tras día junto a los contenedores rebosantes Más que la incomodidad me agobiaba la superstición de que por culpa de aquellos percances nuestra vida futura en la ciudad quedara malograda, nuestra casa sin estrenar se contaminara de fracaso. No quería decirle nada a Cecilia por miedo a que retrasara su viaje. Pero tampoco quería que viniera y se encontrara en medio de un desorden deplorable, sin condiciones para vivir ni para trabajar.
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