A través de
la literatura de Shakespeare, —principalmente sus obras: la trilogía de Enrique VI, Ricardo
III, Macbeth, El rey Lear, El cuento de invierno, o Julio César— y también con lo que el
autor denomina en este ensayo de crítica literaria como ángulo oblicuo, se trata de analizar cómo es posible el ascenso y
triunfo del Tirano por una cantidad de súbditos que aceptan ser engañados.
¿Por qué Ángulo Oblicuo? Según el autor consiste en eliminar
los falsos supuestos y falsas creencias y así contemplar lo que se oculta
detrás. Es necesario un distanciamiento estratégico, explicar lo que sucede en
la Inglaterra del s. XVI (reinado de
Isabel I) a través del artificio de la
ficción.
Para ello
Shakespeare se inspira en los acontecimientos de la Gran Bretaña precristiana,
en la Antigüedad Clásica, en la violenta Escocia del siglo XI, periodos históricos libres de la fe cristiana o de la
retórica monárquica, y los traslada a su época como forma de expresarse en
código, más o menos velado y saltarse la censura.
El lector y
espectador inteligente saben que dicha ficción que está viendo en el escenario
proviene de la realidad en la que vive, que se le está enseñando la realidad en la fábula, mediante la única
forma—la ficción—con la que es posible burlar la censura del
tirano.
La cuestión
principal que explora “El Tirano” es por
qué la mendacidad, chabacanería o
crueldad no sirven como un inconveniente definitivo para el fracaso del tirano, sino que se convierten, por el contrario, en un atractivo para encandilar a unos
seguidores ardientes o al pueblo entero (muchas veces la manifestación del pueblo no es la
democracia, sino el linchamiento al
rebelde)
Las
respuestas a esta cuestión, fundamental para la libertad humana, son varias
según el grado de complicidad con
el tirano y no con la libertad.
Construye el
crítico literario una serie de categorías abstractas de tipos humanos, aunque,
al final todo depende de una conjunción fatal de la historia vital de los
personajes (trasunto en la escena de los personajes reales). Vamos a verlo. Esa
es la cuestión: “ser o no ser libre”
En el caso
de los POLÍTICOS su propia naturaleza
lo dice, son gente deshonesta, para
Shakespeare la palabra “político” es sinónimo de hipócrita.
Desconfían
unos de otros, cada uno abriga la esperanza secreta de que sus mentiras y solo
las suyas sean capaces de engañar a los demás, incluso al tirano.
Vamos que
son más listos que los demás. Fingen que son virtuosos aunque no lo son, eso
los hace sentir mejor; achacan a los demás sus propios defectos y además desean
que todos los conjurados estén en el mismo barco sin que ninguno se desvíe o
exprese la más mínima reserva.
No son hombres libres. No son.
Y luego
están los CÓMPLICES.
Están los
que son auténticamente engañados y
dan crédito a las promesas y demostraciones de emoción del tirano.
También lo
que se sienten atemorizados o
impotentes ante la intimidación y la amenaza de violencia.
Otros, se
dan perfecta cuenta de quién es el tirano, de que ha cometido tal o cual
atrocidad, pero olvidan y son capaces de
normalizar todo lo que no es normal.
Hay otro
grupo además que está compuesto por los que no olvidan del todo que el tirano es
un auténtico canalla, pero confían
en que las cosas se arreglarán, seguirán su curso normal y al final habrá un
conjunto de adultos influyentes en la sociedad que garantizarán que las
promesas realizadas se vean cumplidas.
Y, por
último, el grupo más siniestro lo
forman quienes se convencen a sí mismos de que pueden sacar provecho de la
ascensión del Tirano. Como casi todos los demás, se percatan de lo destructivo
que es, pero confían estar un paso por delante de la oleada de maldad que se
les viene encima y sacar provecho.
No son
hombres libres. No son.
Hay otros
factores que influyen en la formación de un tirano y que se recoge en la obra
de Shakespeare, como son la fealdad física y moral, la locura, el orgullo, el
clasismo, la falta de empatía, el desprecio o la autoridad de la madre o
influencia de la esposa…Pero estas cuestiones “azarosas” y su influencia en la
historia se aprecian cuando ya los hechos se han consumado en la historia, como la “nariz de
Cleopatra” y su transcendencia en la Historia de Roma.
Mientras queÉtienne de La Boétie, el amigo de Montaigne, contempla un mundo en el que el dictador
caería sencillamente por la negativa no violenta de la gente a cooperar con él,
Shakespeare pensaba que el tirano siempre encontraría verdugos bien dispuestos
a servirle, aunque, eso sí, el carácter
imprevisible de la vida colectiva imposibilitará que el tirano se mantenga en
el tiempo, y terminaran por fracasar, derrotados por su propia maldad y por un
espíritu de humanidad que puede ser reprimido, pero nunca desaparecerá por
completo.
No importa la densa que sea la red tejida por el tirano, siempre hay alguien que logra escaparse de ella y ponerse a salvo.Escabullirse, escapar fuera del alcance del tirano, cruzar la frontera, unir fuerzas con otros desterrados y regresar con una tropa invasora. Esa es la estrategia básica, y no se trata solo de una argucia literaria: sirvió para los combatientes de la resistencia en la Alemania nazi, en la Francia de Vichy, y en muchos otros lugares.
Cervantes defiende el Estado Moderno
frente a las creencias del Estado Medieval. El
autor del Quijote critica la religión, y se da perfectamente cuenta de quién
es Homero Y DE SU SIGNIFICADO, un Homero que ficciona a los Dioses y los iguala
a Ulises en el mito.
Shakespeare, por el contrario,
escribe como si fuese un autor medieval, hablando de reyes, de sucesiones,
traiciones…
Y Mientras Shakespeare se cuestiona
quién soy, ¿Acaso soy un tirano? Cervantes, más moderno, se pregunta qué hacer
para derrocar al tirano.
Mi maridito
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