LA CONJURA

domingo, 22 de enero de 2023

ANIQUILACIÓN

 



Paul Raison, cincuentón, hombre taciturno, exhausto, es asesor del ministro de economía francés (Bruno, que es el ministro actual de Francia y futuro presidente). Pronto se avecinan unas elecciones presidenciales al tiempo que en Internet salen videos amenazantes que terminan en atentados reales, con el uso de la guillotina, instrumento muy francés de ejecución de la pena capital.


En el ámbito familiar y privado, nada puede ir peor para el protagonista que no mantiene contacto alguno con su familia. Su padre ha sufrido una embolia y está internado en un hospital. Sus hermanos apenas se hablan, una hermana católica y un hermano atrapado en un matrimonio infeliz. Con respecto a su propia mujer, Paul hace años que no tiene ninguna relación con ella, ni afectiva ni sexual.


El tema principal en este último libro es la decrepitud del ser humano y de la cultura occidental: la decrepitud física y , cómo no, la espiritual del hombre postmoderno occidental y de su cultura. El individuo agoniza ante la angustia vital de la que sólo nos salvará el amor. La familia se atomiza y se prefiere la eutanasia a la dignidad humana y la clemencia.


Sueña pero no sueña el narrador, y los sueños, sueños son. Un sentimiento trágico de la vida a lo francés. Lo último que queda es la posibilidad de seguir narrando. Hablar, escribir, pensar. No es poco ante el estado depresivo total de la sociedad nihilista extrema a la que ha llegado occidente.


A Paul le había embargado una oleada de tristeza desproporcionada, terrible, estuvo a punto de que se le saltaran las lágrimas al pensar que los dos se morirían sin volver a verse.

 

Se había dado cuenta, inquieto, de que lo que no soportaba era la transitoriedad en sí misma; la idea de que cualquier cosa, la que fuera, se terminara; lo que no soportaba no era otra cosa que una de las condiciones primordiales de la vida.

 

Por la noche la cama de Édouard estaba pegada a la de Madeleine, que así podía cogerle de la mano, los movimientos de sus dedos habían ganado en variedad y precisión, constituían casi un lenguaje, pero un lenguaje que no se podía traducir en palabras, que expresaba más emociones que conceptos, que se acercaba más a la música que al lenguaje articulado.

 

Y empezó a acariciarla tiernamente. No solo era incapaz de aquellos gestos, sino que hasta le costaba presenciarlos.

 

En todas las civilizaciones anteriores, lo que determinaba el aprecio, y hasta la admiración que se podía sentir por un hombre, lo que permitía juzgar su valía, era la manera en que se había portado efectivamente a lo largo de su vida. Al conceder más valía a la vida de un niño (siendo así que no sabemos en qué va a convertirse, si será inteligente o estúpido, un genio, un criminal o un santo) negamos todo valor a nuestras acciones reales.

 

Devaluar el pasado y el presente en beneficio del futuro, devaluar lo real para preferir una virtualidad situada en un futuro incierto, son síntomas del nihilismo europeo mucho más decisivos que todo los que Nietzsche pudo detectar.

 

Creía recordar que ella conocía a un fontanero honrado.

 

Los hombres se esfuerzan en mantener relaciones sociales y hasta relaciones amistosas que casi no le sirven para nada, es un rasgo bastante conmovedor en ellos.

 

El hombre habla profusamente para no decir nada.





 

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