LA CONJURA

domingo, 25 de diciembre de 2011

HÁGASE LA LUZ (I). Newton. Voltaire. Montesquieu. Diderot y D’Alembert.



HÁGASE LA LUZ (I) . Newton. Voltaire. Montesquieu. Diderot y D’Alembert.







La Ilustración del siglo XVIII , y la de ahora, consiste en la aplicación del análisis racional a los enigmas de la naturaleza y a los problemas de la convivencia humana. Las tradiciones dejan de tener peso en la argumentación y lo sobrenatural es visto como superstición. La religión misma no resulta completamente abandonada pero debe renunciar a sus aspectos maravillosos (milagros y demás) para reducirse a la enseñanza moral.

En el siglo de las luces la extensión de pequeñas editoriales, el nacimiento de los periódicos o gacetas y el comienzo del correo público (el Internet de la época), favorecieron que la clase media conociera las nuevas ideas y se interesaran por las enseñanzas ilustradas y por ende y gracias a su apoyo consiguieron que no fueran aplastadas por los enemigos inquisitoriales.

Dios dijo: “Hágase Newton” y así llegó la luz al mundo. Eso dijo muy acertadamente Alexander Pope.

El método de Newton es en realidad una prolongación triunfal del inaugurado por Galileo Galilei pero sin inquisición. Eso de inventar hipótesis generales de cómo deben ser los asuntos del Universo para después explicar los hechos particulares, no está nada bien. “ Yo no me invento hipótesis”.

En cambio, observa los hechos particulares, los somete a regularidades matemáticas y llega a los principios de la realidad. Así descubre la teoría de la gravitación universal. Pero tampoco con ese descubrimiento pretende Newton desentrañar la esencia de los fenómenos universales, es decir, lo que son, sino que se contenta con ofrecer una descripción adecuada de cómo funcionan.

Éste es el camino adecuado para conocer sin delirios metafísicos.

Lo curioso del caso es que el propio Newton no se contentó con lo que recomendaba sacando en ocasiones consecuencias teológicas des sus descubrimientos estrictamente científicos. Bueno, nadie es perfecto…….—dice Savater—ni siquiera sir Isaac Newton.

Uno de los mayores admiradores de Newton fue Francois-Marie Arouet conocido en el mundo mundial por Voltaire. Su biografía está rodeada de admiraciones rendidas y odios feroces. Escribió en los géneros más diversos: poesía, teatro, historia, filosofía, narraciones y miles de cartas… Unos versos satíricos atrevidos contra el regente de Francia le valieron unos cuantos meses en la Bastilla. Entonces se escapó a Inglaterra para evitar más problemas. Ese viaje cambió su vida.

Con respecto a las ideas religiosas, Voltaire encontró en Gran Bretaña una sociedad mucho más tolerante que la francesa: “Cada inglés va al cielo por el camino que prefiere”. Le pareció estupendo que los ingleses festejaran más a un sabio como Newton que a teólogos y personajes de la corte. Los ingleses sometían a su rey al control parlamentario (cortaron la cabeza a uno anterior por no dejarse controlar), cultivaban la ciencia e incluso tenían un teatro mucho más emocionante y menos rígido que el francés. Probablemente Voltaire idealizó bastante a Inglaterra en sus Cartas filosóficas, pero ello le supuso poder expresar sus propios ideales para orientar la transformación social de Francia y Europa.

Para Voltaire lo importante era mejorar la vida humana y combatir las supersticiones, la ignorancia y las diversas formas de fanatismo. Luchó contra la intolerancia, contra todos los que quieren imponer sus creencias al grito feroz de: Piensa como yo o muere. Abogó por la desaparición de la tortura y la pena de muerte, siguiendo así los pasos de otro ilustrado, Cesare Beccaria, autor de la obra: De los delitos y las penas. Se las arregló muy bien para movilizar a la opinión pública por medio de panfletos anónimos que todo el mundo sabía que eran obra suya, inventando así la figura del intelectual, cuya autoridad moral no depende del poder político o académico sino de la influencia que ejerce sobre la sociedad a través de sus escritos.


Aunque fue sumamente crítico con el clero, Voltaire no adoptó una actitud atea o materialista. Se consideraba deísta, es decir, creía en un Dios que organiza la naturaleza y garantiza unas normas morales universales basadas en la benevolencia y solidaridad entre los humanos.

En su gran obra El ensayo sobre las costumbres no reduce su obra a batallas y coronaciones de monarcas sino que habla de descubrimientos científicos y otros logros intelectuales o sociales.

Su narración más célebre, Cándido, cuenta las desventuras de un joven ingenuo que se cree las enseñanzas de su preceptor (un seguidor de Leibniz convencido de que el nuestro es el mejor de los mundos posibles) hasta que la evidencia trágica de la maldad humana se encarga de desengañarle, es decir, de enseñarle.

Por encima de todo Voltaire fue un enamorado de la vida: “El paraíso terrenal está donde yo estoy”

Fue Voltaire quien dijo: No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo; pero según Don Antonio García Trevijano la frase completa dicha por Voltaire fue la siguiente: No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo, y muera quien no piense como yo.


Montesquieu: Su primer libro “Cartas persas” es una sátira a través de la visión extrañada de un joven persa “Usbek” en París y es una crítica con humor de la forma de vida que se consideraba allí entonces “normal”; algo así como las reflexiones que hace el personaje extraterrestre de Eduardo Mendoza sobre las costumbres de la Tierra en “Sin noticias de Gurb” .

Pero la obra fundamental de Montesquieu es El espiritu de las leyes, en la cual trata de estudiar las leyes que rigen la convivencia humana. La conducta de los hombres es libre y rebelde y las leyes de los países responden a la invención humana, no a la imposición divina.

Cada forma de gobierno exige un tipo de disposición distinto:

a) En las tiranías despóticas se exigirá “ Temor”
b) En las monarquías basadas en los prejuicios de clase aristocrática se exige “Honor”.
c) En las repúblicas se exigirá “Virtud cívica”.

Montesquieu prefiere aquellos sistemas políticos que respetan la separación de tres poderes (legislativo o parlamentario, ejecutivo o gubernamental, y judicial) como la mejor garantía de las libertades públicas.

El editor parisino Le Breton quiso traducir al francés la enciclopedia británica Chambers. Encargó el trabajo a Diderot y a D’Alembert quienes en vez de traducir sencillamente la obra se propusieron una pieza de erudición profundamente moderna y hasta revolucionaria. No se limitarían a mostrar una acumulación de conocimientos sino que debían exponer la articulación racional entre ellos, hasta lograr algo así como el mapamundi de todos los saberes humanos.

La Enciclopedia comenzaba con un prólogo escrito por D’Alembert que era un reputado matemático y devoto del método científico. Siguiendo a Francis Bacon estableció que el hombre tiene tres capacidades cognitivas:

a) la memoria de la que proviene la historia.
b) la razón de la que proviene la filosofía.
c) Y la imaginación de la que proviene las bellas artes: literatura, pintura, escultura etcétera.

En varias ocasiones la publicación de la Enciclopedia fue interrumpida pero los suscriptores que esperaban cada uno de los tomos y pagaban por adelantado permanecieron fieles y la empresa con retrasos y dificultades continuó adelante.

La verdad es que la Enciclopedia acabó por realizarse gracias a Denis Diderot quien no sólo la dirigió sino que escribió numerosos artículos, organizó el material, burló la censura fingiendo acatar sus prohibiciones y hasta soportó pasar una temporadita en prisión por su causa.

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