LA CONJURA

jueves, 22 de noviembre de 2012

El Dilema del Prisionero y la Política.

LA TEORÍA DE JUEGOS . EL DILEMA DEL PRISIONERO Y LA POLÍTICA


El hombre es un lobo para el hombre. (Plauto, Hobbes)

El hombre es un lobo para Antunes. (AMB, mi maridito)



Según el dilema del prisionero de John Nash, matemático y filósofo e inspirador del film “Una mente maravillosa”, la condición destructiva y egoísta del individuo humano determinará la toma de decisiones.

Nash piensa que cada cual tomará su estrategia, considerando sólo sus propios intereses y basándose en la filosofía del “cada uno para sí mismo”.

Este cada cual, puede aplicarse a los jefes de partidos en la oligarquía española. Al igual que ocurre en el dilema, actualmente con el sistema proporcional de listas y sistema partidocrático, cada uno mira exclusivamente para sí mismo.

Estudiada en economía y aplicada a otras disciplinas, entre ellas, la biología, principalmente gracias a los trabajos de John Maynard Smith, que introdujo la idea de estrategia estable evolutiva, aplicada también en el deporte, la sociología y la ciencia política, supone el modelo matemático del comportamiento humano basado en los enfrentamientos.

La enunciación clásica del dilema del prisionero es la siguiente: La policía arresta a dos sospechosos, los separa e intenta que uno de ellos confiese y delate al otro para así obtener la libertad. Se pueden dar los siguientes casos.



 
Lo que en un principio parece más ventajoso para las dos sospechosos—ambos lo niegan y sólo tienen una condena mínima de seis meses—, no supone un punto de equilibrio para Nash, en la medida que cada cual tiene interés de no respetarlo si el otro lo respeta. Así si un sospechoso traiciona a otro que es fiel, aquél saldrá libre.

Cuando el juego es de “suma cero” significa que la pérdida de un individuo significa la ganancia de otro. Sin embargo, el dilema del prisionero es un juego “cooperativo” de “suma no cero” es decir, que la mayoría de las situaciones económicas son de suma no nula, ya que se pueden crear, destruir, o asignar bienes y servicios valiosos, y cualquiera de éstos creará una ganancia o pérdida neta.

Como en política, el dilema del prisionero representa un modelo competitivo y egoísta. Hay un “dilema” porque se toma una decisión según los propios intereses y sabiendo que el otro actúa de la misma manera. Incluso, aceptando que los dos individuos se puedan comunicar previamente, no cambia nada el resultado, ya que la estrategia dominante “denunciar al otro” se impone.

No vemos que exista ese “dilema” entre nuestros políticos en su relación con lo votantes, ya que actúan al margen de lo que prometieron y no vacilan en ejercer el monopolio partidista de la violencia representada en el Estado de Partidos.



Según Nash es necesaria la existencia de acuerdos obligatorios cuyo incumplimiento implique sanciones y de instituciones que velen por su aplicación. En el campo de las negociaciones previas empresariales sería difícil hacer valer una serie de intenciones todavía no reguladas, traiciones precontractuales están a la orden del día. Pero es precisamente en política cuando se puede ver la expresión máxima de este control: separación real de poderes que garantice los acuerdos, un contrato suscrito entre elegido y elector y la posibilidad de no elegirlo en la próximas elecciones.

Podríamos pensar que la situación cambia con un dilema del prisionero iterado, es decir, que se repite. Aquí se juega una y otra vez, y cuando se repite el juego se ofrece a cada jugador la oportunidad de castigar al otro por la no cooperación. Según Nash el incentivo para defraudar puede ser superado por la amenaza del castigo, lo que conduce a un resultado mejor, cooperativo. Ello es así en la sociedad civil y las instituciones que permiten su existencia eficaz y eficiente. No es así en política. Una y otra vez en las elecciones los partidos estatalizados españoles dicen una cosa que luego incumplen, está claro que “delatar” e incumplir el programa electoral es la estrategia dominante sin que ello suponga un cambio de régimen, un avance a una República democrática y representativa, con separación de poderes y con la posibilidad de cesar al político que incumple un mandato expreso.

La ironía está en que electores y políticos parecen actuar racionalmente, pero el resultado es completamente irracional. Hagámosle caso a Nash y pongamos métodos de control institucionales políticos, que nos aseguren una convivencia en paz y cooperativa también en política.







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