Unamuno (a la derecha, sentado y con las manos en la rodilla) fue catedrático de griego en la Universidad de Salamanca. Mantuvo un activo compromiso político durante toda su vida, primero contra la Monarquía, luego contra la dictadura de Primo de Rivera, más tarde a favor de la República, para después apoyar el golpe militar de Franco y luego desautorizarlo. Podéis vencer, pero no convencer.
Para Unamuno,
lo importante es la vida humana concreta e individual, no la del hombre
abstracto ni mucho menos la de la Humanidad, sino la del hombre de carne y
hueso que había reivindicado el existencialismo de Kierkegaard, al que llamaba
su hermano. Y a esa vida debe
subordinarse el conocimiento e incluso la verdad.
En “Vida de Don Quijote y Sancho”, convierte
al Caballero de la Triste Figura en un modelo ético e intelectual, la vida es
el criterio de la verdad y no la concordia lógica, que lo es sólo de la razón.
Verdad es lo que, moviéndonos a obrar de un modo u otro, haría que cubriese
nuestro resultado a nuestro propósito.
La gran
rebeldía para Unamuno es el rechazo de la necesidad de la muerte y la apetencia
de la inmortalidad. En su ensayo
filosófico más importante, Del
sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos proclama su
negación de la muerte, contra toda razón y toda lógica, y reivindica la
inmortalidad personal.
La muerte, que
todo lo iguala, es la gran despersonalizadora, la que extermina lo que de
irrepetible hay en cada uno. Por tanto, afirmar la inmortalidad es la mayor
reivindicación de la individualidad: mientras la especie zoológica nos impone
morir y perdernos en lo indistinto, es nuestra individualidad humana la que
quiere seguir viviendo sin pérdida ni olvido.
En todo el
pensamiento de Unamuno, amigo de las paradojas y abundante en aparentes
contradicciones, hay una lucha por alcanzar la fe entre la voluntad que no
quiere morir y escepticismo racional que constata la inevitabilidad universal
de la muerte.
Desde
comienzos del siglo XIX hubo en España partidarios de la Europa ilustrada y
progresista enfrentados a los tradicionalistas conservadores. Unamuno era más
partidario de españolizar Europa que de europeizar España. Todo lo contrario
que Ortega para quien España era un problema cuya solución se llamaba Europa.
José Ortega y Gasset
fue catedrático de metafísica en la Universidad de Madrid, desde sus posturas
liberales y reformistas también llevó a cabo una destacada actividad política:
fue apartado de la docencia en la dictadura de Primo de Rivera, apoyó la
llegada de la República, cuyo radicalismo pronto le decepcionó, se exilió
voluntariamente durante la guerra civil y después mantuvo una actitud ambigua
de distanciamiento silencioso frente al franquismo.
Fundó y
dirigió largo tiempo la “Revista de
Occidente”, una publicación de enorme relieve cultural por medio de la
cual se introdujeron en España las más importantes corrientes del pensamiento contemporáneo.
A diferencia
de Unamuno, su pensamiento es laico y racionalista. Pero sin que para él la
razón sea algo abstracto, porque está intrínsecamente ligada a la vida, a sus
exigencias y problemas: se trata de una razón
vital.
El ser humano no tiene naturaleza sino historia y se
ve arrojado a la existencia como a un mar borrascoso: somos una especie de
náufragos que debemos utilizar el pensamiento y la cultura como tablas de
salvación para no hundirnos en el abismo aniquilador.
En “Meditaciones del Quijote”, estableció
“Yo soy yo y mi circunstancia; y si no la salvo a ella, no me salvo yo”. Es
decir, que el individuo viviente y pensante no puede desligarse ni tampoco
desentenderse del contexto histórico en que su vida real ocurre: para vivir
mejor debemos regenerar el ámbito sociocultural en donde nuestra existencia
tiene lugar.
Establece la
distinción entre idea y creencia. Las creencias son aquello
sobre lo que establecemos nuestra vida espontánea y necesariamente: por
ejemplo, al despertarme por la mañana soy el mismo que se acostó la noche
anterior, o que el armario no hará desaparecer la ropa que he guardado en él.
Pero en época
de crisis, las creencias vacilan y nos encontramos trompicando sobre dudas. Es
entonces, cuando fabricamos deliberadamente nuestras “ideas”, cosas, en las que
no creemos pero que nos sirven para defendernos frente a las dudas: la
filosofía, la religión y el arte son mecanismos de creación de ideas.
Ortega rechaza
tanto la postura “idealista” como la “realista” en cuestión de
conocimiento. Para él, nuestro saber del mundo es cuestión de perspectiva. Seleccionamos y preferimos lo que creemos más
conveniente para nuestra vida. En sí mismos, los objetos no son problemáticos,
pero la perspectiva que tenemos de ellos
responde a nuestros problemas vitales: son lo que representan para nosotros.
En “La rebelión de las masas” se
describe al hombre contemporáneo como un hombre masa, adocenado y gregario pero
exigente en sus caprichos, que no respeta a las élites intelectuales y busca su
satisfacción colectiva en la demagogia de la mediocridad.
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