Alessandro Baricco es un buen escritor. De otra manera
no entiendo que se pueda mantener al lector pendiente
hasta la última página en un
libro con el siguiente argumento:
Jasper Gwyn es un escritor de
éxito que decide dejar de escribir para convertirse en un copista. Su idea es
escribir retratos, es decir, hacer retratos
de personas con palabras, y no con pintura, para que sean colgados en la pared como si
fuese un cuadro cualquiera. Para ello
contrata un local viejo, con humedades, encarga dieciocho bombillas (del tipo Catalina
de Médicis) a un viejo artesano para que
vayan apagándose sucesivamente durante un plazo aproximado de treinta días,
además de componer una banda sonora con ruidos
cotidianos, como por ejemplo el gorgoteo de las tuberías. Allí debe
permanecer desnuda la persona que ha de ser retratada, observada por Gwyn.
Baricco habla, habla y habla (
escribe). Su prosa me recuerda a Vila-Matas, a Bolaño y sobre todo a Murakami
en el pájaro que da cuerda al mundo. De este escritor gusta hasta la lista de
la compra (leo en un blog). Vaya, me pregunto cómo sería el resultado si
tuviese una buena historia pues no es ésta una historia de novela, no es la historia
de 100 años de soledad o de Lo que el viento se llevó…es una historia pequeña,
insignificante…
Sin miedo no se puede hacer nada que sea bueno.
Me enseñó que no somos personajes, somos historias, dijo Rebecca. Nos
quedamos parados en la idea de ser un personaje empeñado en quién sabe qué
aventura, aunque sea sencillísima, pero lo que tendríamos que entender es
que nosotros somos toda la historia, no
sólo ese personaje. Somos el bosque por donde camina, el malo que lo incordia,
el barullo que hay alrededor, toda la gente que pasa, el color de las cosas,
los ruidos.
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