EL MAESTRO JUAN MARTÍNEZ QUE ESTABA ALLÍ
DE MANUEL CHAVES NOGALES
En un programa de Televisiónde gastronomía nipona: “libros
con uasabi” calificaban este libro de “bonito” y “delicioso”.
MANUEL CHAVES NOGALES
La verdad es que en él se relata con cierta gracia las penas
y vicisitudes de un flamenco español, natural de Burgos, que le pilla la
Revolución Rusa en ciudades como San Petersburgo, Kiev, Odesa y Moscú, en plena tournée. Y aunque contado a veces en
clave de humor, otras, sin embargo, el testimonio es desgarrador. La historia que nos cuenta Manuel Chaves, es real. Autor y protagonista se conocieron en Paris.
Para mí, sin
embargo, no ha sido divertido, ha sido muy duro:
“Toda mi vida me acordaré de una mujer famélica con un niño en brazos
que, al pasar, estuve viendo durante varios días sentada en un portal próximo a
la casa en que vivíamos. El primer día que reparé en ella aquella mujer pedía
pan a los que pasaban, y su hijo se resolvía en su regazo llorando. Al día
siguiente la infeliz mujer, extenuada, ni siquiera tendía la mano a los
transeúntes. Así siguió dos, tres días. Una mañana me fijé en que la mujer ya
ni siquiera se movía. Se había quedado muerta de inanición en la misma postura
que tenía. El chiquillo, prisionero entre los brazos agarrotados del cadáver,
lloraba todavía. Cuando pasé al día siguiente ya tampoco se quejaba la
criatura.
Ahora que evoco aquello me maravillo de cómo pude ver fríamente día tras
día el desenlace fatal y previsto de aquella tragedia silenciosa. ¿Cómo no
arranqué el chiquillo de los brazos helados de la muerta y evité que pereciera?
¡Ah! No se sabe nunca a qué extremos puede llevarnos el instinto de
vivir; hasta donde llega el egoísmo. Nadie sabe lo egoísta que es mientras no
llega el caso, y a quienes se hagan la ilusión de creer que en aquellas
circunstancias hubiesen hecho algo mejor de lo que yo hice—volver la cara al
otro lado—, yo les pondría en una de aquellas calles de Odesa durante los años
de hambre, cuando centenares de criaturas, abandonadas por sus familiares,
muertos de hambre o de tifus, esperaban a morir acoquinadas en los portales”
¡Hombre! Precisamente este libro no puede ser calificado de delicioso, así no lo veo yo. ¡Eso sí! Un buen libro,
interesante, imprescindible diría yo, donde nos cuentan los primeros años de la
revolución rusa capitaneada por Lenin y Trotsky, y que a pesar de los hermosos ideales
defendidos también por los intelectuales europeos, no impidieron que se
cometieran los crímenes más atroces.
Ningún bando quedó libre de esas acusaciones. Unos y otros
eran realmente ladrones y asesinos; los rojos asesinaban y robaban a los
burgueses, y los blancos a los obreros y judíos.
Y es que cuando hay una guerra civil, lo mejor que uno puede hacer es marchar, si se
puede, huir del lugar. Cuentan que Freud tardó en huir de los nazis en Viena,
pero fue debido a su agorafobia.
Juan Martínez, que ese era el nombre del flamenco hispano,
estuvo seis años atrapado en una Revolución que ni le iba ni le venía. Él era
flamenco, acostumbrado a correrse juergas con los señoritos españoles, con los
bohemios de Paris, con los príncipes rusos…
El hombre tuvo que afiliarse al Sindicato de Artistas del
Circo para poder sobrevivir. Nadie conocía allí el mundo del flamenco; y nada
sabían de sus requiebros, de las palmas, del zapateo, de su duende… así que
tras una actuación de Juan Martínez, una comisión depurativa del sindicato lo inscribió
como contorsionista.
Aquí la actuación del contorsionista Antoñete
Por aquella época había un clown llamado Bim-Bom de lo más
crítico, ningún soliloquio de ahora podría igualarse. Cuentan que en una
ocasión en Berlín sacó un perro con un casco puntiagudo que representaba al
Káiser. Este artista tuvo graves problemas con los bolcheviques que no admitían
la sátira política.
La mayor parte del tiempo Juan Martínez estuvo en la ciudad
de Kiev, con Sole, su mujer y partenaire.
Alternativamente Kiev fue invadida por las tropas del Zar y luego por los
bolcheviques, incluso por el ejército polaco. Se iban las tropas del zar y venían
los bolcheviques, y al revés. Así
durante largo tiempo.
Cuando venían los blancos, Juan Martínez se ponía el
smoquin, corría a los cabarets a trabajar, pues en la ciudad se abrían las
salas de fiesta y los cafés y corría el champán y se reanudaba cierta actividad
comercial. Entonces, los judíos huían despavoridos a esconderse, y todo aquel
que fuera afín a la causa bolchevique. Los judíos fueron masacrados por el
ejército blanco.
La “conspiración judeomasónica y roja” como diría Franco.
Y cuando venían los rojos, Juan Martínez escondía el smoquin,
pues era indumentaria burguesa y una razón para que te fusilaran sin
contemplaciones. Y se convertía en un obrero del sindicato del Circo.Entonces,
en la ciudad, todo el mundo se disfrazaba de mendigo.
Hasta que no hizo
falta disfrazarse…, pues llegó un momento en que realmente no había nada que
echarse a la boca, nada que vestir y nada que calzar. Y efectivamente, eran
unos mendigos. Zombis esperando la muerte.
Un bando y otro asesinaban, cundía el terror, los cadáveres
en las calles estaban amontonados. Bolcheviques matando a sus propios padres,
tropas del zar asesinando a diestro y siniestro. Y luego el hambre, el tifus.
¡Sálvese quien pueda!
“Llegué a
la conclusión de que, aproximadamente, había tantas víctimas de los rojos como
de los blancos. Era un balance desolador, porque no podía uno inclinarse a
ningún lado con la esperanza de hallar un poco menos de ferocidad en algún
platillo de la balanza. Asesinos rojos o asesinos blancos, ¿qué más daba? Todos
asesinos”
¿Por qué triunfaron los
bolcheviques?
Según Juan Martínez porque los rojos pasaban hambre al mismo
tiempo que la población y los blancos no. Esto fue, lo que hizo inclinarse la
balanza. Se estableció una solidaridad de hambrientos entre la población civil
y los guardias rojos. Unidos por el hambre, arremetieron bolcheviques y no bolcheviques contra el ejército blanco,
que tenía pan.
Y finalmente dice Juan Martínez:
Y así triunfó el
bolchevismo. El que diga otra cosa miente; o no estuvo allí, o no se enteró de
cómo iba la vida.
15 años más tarde, en 1936, en la guerra civil española, ¿comprobaría
Juan Martínez su tesis antropológica y moral en la misma España?
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