Uno se entristece
sin darse cuenta. Sucede siempre. En mi caso perdí el apetito (algo inaudito en
mí) no comía, sólo lo justo, y porque era la hora y tocaba. Siempre estás muy
cansada y sólo quieres dormir y no hablar y no pensar. En ese estado, cualquier
acto habitual se convierte en un sufrimiento: ir al trabajo, hablar por
teléfono, leer o escribir.
Sin embargo, creo que no estaba
deprimida. Sólo estaba triste, muy triste. Ni siquiera he llegado a estar deprimida
(al menos no profundamente). Quizás sólo un principio.
El caso es que durante este tiempo, me
despertaba por las mañanas con la música de un tal Jonas Kaufmann, un tenor
alemán, considerado uno de los mejores del mundo. Mi maridito lo escuchaba
insistentemente. Pero yo no me encontraba bien y llegué a odiar a este hombre.
Y a su música. A todas horas con el dichoso Kaufmann. En una ocasión, bajando
las escaleras del sótano, me caí rodando. Mi maridito ni se enteró, en ese
momento escuchaba a Kaufmann a todo volumen.
Pues bien, un día me da la gran noticia:
tenemos entradas para ir a verlo al Palau de la música en Barcelona.
— ¿No es extraordinario?—me dice
entusiasmado.
—¡Más de setecientos kilómetros para
escuchar al tal Kaufmann! —le contesté—¿No sería más barato y más cómodo que te
compraras un disco?
Cuando llegamos al Palau, la gente, los
fans, nerviosos y muy emocionados, se agolpaban a la entrada para ver a su
ídolo. Por supuesto ya no quedaban localidades. Me fijé en un cartel con la
imagen del tenor que había en el vestíbulo. Hasta ese momento no había tenido
el menor interés en saber cómo era. Me imaginaba un Pavarotti, o un Plácido
Domingo, versión austriaca, o algo así. Pero no. Era un hombre joven y extrañamente
atractivo, de unos cuarenta y pico años.
Entramos. Nos toca arriba, ¿en el
gallinero? (no sé si ese término es el adecuado para el Palau) y además
separados, en filas distintas. Conocemos a MJ, una amable profesora de
música de la universidad que nos habla del tenor.
—Tiene una voz densa, sutil… si se cuida, será uno de los grandes.
Empieza el concierto cantando poemas con música
de Mahler y Richard Strauss. Muy triste y solemne. Y es que aquí muere hasta el
apuntador. El pianista, Helmut Deutsch, en cambio, me pareció brillante desde
el principio.
—Los poemas son muy existencialistas. —me
dice mi maridito volviendo la cabeza desde la fila de delante.
—Ya, ya
Como toda aquella parafernalia me es
ajena, me distraigo observando a mi alrededor. Algunos espectadores
se levantan para ver mejor. Pero solo lo hacen aquellos que no tapan a nadie.
Eso sí, lo hacen exquisitamente, demasiado diría yo; en silencio, sin molestar,
y siguiendo al mismo tiempo al tenor con el programa en la mano. Como en una
liturgia, donde hay que llevar bien aprendido el papel. De pronto, una señora
que hay a mi lado, se atreve a aplaudir cinco segundos antes de que finalizara
el tenor. La gente se le echa encima y la manda callar. Pero Kaufman no le da
importancia y sonríe. Un error lo tiene cualquiera y estaba justificado.
Aproveché para admirar el Palau y su
estilo modernista. Sobre el escenario, una escultura de la cabalgata de las
Valquirias; en el techo, una gran claraboya que representa un sol, y que a mí
me parece más bien una gota de rocío a punto de caer
Miré hacia arriba y entonces ocurrió. Como mi asiento estaba en
un lateral, pude comprobar un gran caballo alado que sobresalía de un arco y
que se extendía por encima de los espectadores. El animal tenía unos enormes
testículos tallados en piedra que pendían sobre mi cabeza. Entonces me dio
risa. Una risa contagiosa. Me parecía una escena surrealista. No podía reprimirme y cada vez reía más hasta
que tuve que taparme la boca y hacer esfuerzos para que no se me oyera. Cualquier
movimiento en falso y los fundamentalistas de la ópera me ponían de patitas en
la calle.
Terminó Kaufmann con enormes aplausos y
siendo muy generoso en los bises. Además, tuvo el detallazo de finalizar cantando
una canción española. Eso sí, el tenor tuvo que sacar el ipad para poder seguir la letra. Una canción de
Turina, “las locas por amor”, creo. No sé si con retintín. El público rendido a sus pies, le regaló
flores y cava. Regalos que se llevó personalmente quizás por su origen
calvinista.
A partir de ese momento me uní a la
fiesta. En platea nos esperaba ML, también profesora de música, muy generosa en
sus explicaciones. Por ella sé que Kaufmann tiene un amplio registro, y que
además de guapo es grande (musicalmente hablando), que Juan Diego Florez es un
tenor peruano, el mejor en su especialidad, el Bel canto, y que Anna Netrebko es una de las mejores sopranos de su
generación aunque la ha fastidiado casándose con un tenor ruso al que impone en
sus actuaciones.
Salí muy contenta y feliz del Palau.
Kaufmann y la Netrebko en una actuación. No se pierdan el beso final.
Nosotros, poco antes de la actuación, tomando cava frente a la Catedral del Mar.
Ay Nico, qué tristeza, y qué intriga, y qué risa. Momento álgido: caballo alado, ¡ja, ja, ja!, carcajada total, absoluta, y más carcajadas, ay, ay, ay, maravilosamente contagiadas.
ResponderEliminarEsas voces... ¡y qué simpáticos!, da gusto verlos.
Y vosotros, bien guapos, sí señor.
Pues tu maridito tiene muy buenas ideas.
Y yo he acabado de leer y escuchar este post contenta y de buen humor. Creo que lo voy a leer más de una vez cuando esté tontucia.
Querida amiga, cuando me pasó, me acordé de tí enseguida y pensé "esto tengo que contárselo a mariplatónica"
ResponderEliminarUn beso.
Ah!! también me acordé de C.C. un amigo experto en protocolo.