De Philiph Roth
Hace tiempo, terminé la lectura de “La
Mancha Humana”, pero he querido dejar unos días para distanciarme y ser más
objetiva a la hora de hacer la reseña,
pues la primera impresión fue decepcionante. ¿He dicho objetiva? Bueno,
objetiva, objetiva, no sé… todo lo que se pueda ser en una reseña
de literatura, pues aquí intervienen los
gustos de cada uno y la manera de entender la literatura e interpretar lo que
escriben los autores—reconocidos o no—.
Sin duda, Philip Roth es un gran escritor—eso
dicen—, tiene en su haber una importante lista de premios relevantes, entre
otros, un Pulitzer, un Premio Príncipe de Asturias de las Letras (no sé si éste
será importante)… además, Roth es considerado por el
crítico Harold Bloom, uno de los escritores actuales norteamericanos fundamentales,
PERO…
a mí no me ha gustado: lo fundamental
puede no gustar.
No
me gusta porque encuentro su prosa artificiosa, casi pedante, con largas
disquisiciones exentas de ritmo y de naturalidad y muy forzada (una mala
imitación de Heidegger me grita mi maridito desde la cocina). Un escritor de
obligado intelectualismo, donde sí o sí, ha de ser profundo necesariamente
aunque ello implique cargarse párrafos enteros, con una narrativa farragosa y
sin sentido, amén de tirarse en esta novela cuatro páginas hablando sólo de
grajos. Veamos un ejemplo:
“Entrelazados orgásmicamente con lo
imprevisto y la insoportable convención. Los insoportables principios de la
integridad. El contacto con su cuerpo es el único principio. Nada es más
importante que eso.”
Eso
sí, no hay lector culto que se precie y que no admire a Philiph Roth. Ni a la
gente que he preguntado ni en la red. No falla, pues a todos gusta el eterno
candidato a premio Nobel, con alguna excepción, claro. Por el contrario, ahí
tenemos al escritor portugués LOBO ANTUNES, de natural profundo y sin
artificios ¡Nada que ver!
ARGUMENTO: Un catedrático de literatura es acusado de racismo por un
malentendido. El asunto es aún más grotesco cuando descubres que el profesor
denunciado guarda un gran secreto: él también es negro. De apariencia blanca,
ha basado toda su vida en un engaño. Así, eliminó cualquier comunicación con su
familia negra… con su madre,
haciéndose pasar por judío. Aquí vendrán
los pedantes seguidores de Freud a decir que se trata de guiños
psicoanalíticos, y bla bla bla….
Coleman
Silk se casa con una caucásica y tiene perfectos hijos blancos, que desconocen
quienes fueron realmente sus antepasados y que piensan que su padre es huérfano.
Poco antes de jubilarse, Coleman renuncia a su plaza en la universidad, forzado
por las circunstancias, por el afán de medrar de algunos compañeros, y sin el
apoyo de los que fueran sus amigos. Normal en la universidad. En cualquier
universidad.
Al
final de su vida, Coleman entabla una relación sexual con una limpiadora de la
universidad, divorciada, cuarenta años más joven que él. Relación, que sus
hijos no entienden aunque Coleman es por esa época viudo.
La
dictadura de lo políticamente correcto, en los tiempos del escándalo de
Lewinski y reminiscencias de la tragedia griega conforman esta novela. Ya lo decía
el protagonista en sus clases: Las grandes historias empiezan por
trivialidades, tal y como le ocurrió a él y pone por caso la Ilíada, y la
disputa por una mujer, Helena. Obsérvese que un personaje protagonista de una
novela de Roth sólo puede compararse con uno de Homero o de Horacio…. Sic.
A
continuación extraigo algunos fragmentos que, sin embargo, me han parecido muy buenos. La excepción
confirma la regla.
Nada dura, y sin embargo nada pasa tampoco. Y nada pasa precisamente porque nada dura.
(Heidegger
lo hubiera dicho mejor, pero bueno….., vuelve a repetir maridito)
Las vacas estaban sumidas en una existencia bestial que carecía dichosamente de profundidad espiritual: arrojar chorros de leche y mascar, cagar y mear, pacer y dormir, esa era toda su razón de ser.
(
Roth desconoce la etología…)
La facilidad con que la vida puede ser una cosa en vez de otra, hasta qué punto es accidental el destino y, por otro lado, lo accidental que parece el sino cuando las cosas nunca pueden ser de una manera distinta a la que son. Es decir, se alejó sin haber comprendido nada, sabiendo que no podía comprender nada, aunque con la ilusión de que habría comprendido metafísicamente algo de enorme importancia sobre la testaruda determinación de ser dueño de sí mismo con solo que… tales cosas fuesen comprensibles.
Hay,
por tanto, un Roth aceptable, pero no es el pedante.
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