LA CONJURA

lunes, 7 de noviembre de 2016

LA MANCHA HUMANA

De Philiph Roth


Hace tiempo, terminé la lectura de “La Mancha Humana”, pero he querido dejar unos días para distanciarme y ser más objetiva a la hora de  hacer la reseña, pues la primera impresión fue decepcionante. ¿He dicho objetiva? Bueno, objetiva, objetiva, no sé todo lo que se pueda ser en una reseña de literatura,  pues aquí intervienen los gustos de cada uno y la manera de entender la literatura e interpretar lo que escriben los autores—reconocidos o no—.

Sin duda, Philip Roth es un gran escritor—eso dicen—, tiene en su haber una importante lista de premios relevantes, entre otros, un Pulitzer, un Premio Príncipe de Asturias de las Letras (no sé si éste será importante) además, Roth es considerado por el crítico Harold Bloom, uno de los escritores actuales norteamericanos fundamentales, PEROa mí no me ha gustado: lo fundamental puede no gustar.

No me gusta porque encuentro su prosa artificiosa, casi pedante, con largas disquisiciones exentas de ritmo y de naturalidad y muy forzada (una mala imitación de Heidegger me grita mi maridito desde la cocina). Un escritor de obligado intelectualismo, donde sí o sí, ha de ser profundo necesariamente aunque ello implique cargarse párrafos enteros, con una narrativa farragosa y sin sentido, amén de tirarse en esta novela cuatro páginas hablando sólo de grajos. Veamos un ejemplo:

“Entrelazados orgásmicamente con lo imprevisto y la insoportable convención. Los insoportables principios de la integridad. El contacto con su cuerpo es el único principio. Nada es más importante que eso.”


Eso sí, no hay lector culto que se precie y que no admire a Philiph Roth. Ni a la gente que he preguntado ni en la red. No falla, pues a todos gusta el eterno candidato a premio Nobel, con alguna excepción, claro. Por el contrario, ahí tenemos al escritor portugués LOBO ANTUNES, de natural profundo y sin artificios ¡Nada que ver!

ARGUMENTO: Un catedrático de literatura es acusado de racismo por un malentendido. El asunto es aún más grotesco cuando descubres que el profesor denunciado guarda un gran secreto: él también es negro. De apariencia blanca, ha basado toda su vida en un engaño. Así, eliminó cualquier comunicación con su familia negra con su madre, haciéndose  pasar por judío. Aquí vendrán los pedantes seguidores de Freud a decir que se trata de guiños psicoanalíticos, y bla bla bla.

Coleman Silk se casa con una caucásica y tiene perfectos hijos blancos, que desconocen quienes fueron realmente sus antepasados y que piensan que su padre es huérfano. Poco antes de jubilarse, Coleman renuncia a su plaza en la universidad, forzado por las circunstancias, por el afán de medrar de algunos compañeros, y sin el apoyo de los que fueran sus amigos. Normal en la universidad. En cualquier universidad.

Al final de su vida, Coleman entabla una relación sexual con una limpiadora de la universidad, divorciada, cuarenta años más joven que él. Relación, que sus hijos no entienden aunque Coleman es por esa época viudo.

La dictadura de lo políticamente correcto, en los tiempos del escándalo de Lewinski y reminiscencias de la tragedia griega conforman esta novela. Ya lo decía el protagonista en sus clases: Las grandes historias empiezan por trivialidades, tal y como le ocurrió a él y pone por caso la Ilíada, y la disputa por una mujer, Helena. Obsérvese que un personaje protagonista de una novela de Roth sólo puede compararse con uno de Homero o de Horacio. Sic.
A continuación extraigo algunos fragmentos que, sin embargo,  me han parecido muy buenos. La excepción confirma la regla.

Nada dura, y sin embargo nada pasa tampoco. Y nada pasa precisamente porque nada dura.
(Heidegger lo hubiera dicho mejor, pero bueno.., vuelve a repetir maridito)

Las vacas estaban sumidas en una existencia bestial que carecía dichosamente de profundidad espiritual: arrojar chorros de leche y mascar, cagar y mear, pacer y dormir, esa era toda su razón de ser.
( Roth desconoce la etología)

La facilidad  con que la vida puede ser una cosa en vez de otra, hasta qué punto es accidental el destino y, por otro lado, lo accidental que parece el sino cuando las cosas nunca pueden ser de una manera distinta a la que son. Es decir, se alejó sin haber comprendido nada, sabiendo que no podía comprender nada, aunque con la ilusión de que habría comprendido metafísicamente algo de enorme  importancia sobre la testaruda determinación de ser dueño de sí mismo con solo que tales cosas fuesen comprensibles.

Hay, por tanto, un Roth aceptable, pero no es el pedante.





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