LA CONJURA

sábado, 13 de mayo de 2017

EL TESORO DE HERR ISAKOWITZ





Danny Wattin, un escritor judío sueco, escribe la historia de su familia que huyó de Alemania para salvarse del Holocausto del partido nacionalsocialista. Lograron refugiarse en un país vecino, Suecia, donde trabajaron y subsistieron en condiciones brutales y denigrantes. Con todo, tuvieron suerte de librarse de los campos de concentración y exterminio nazis. Otros muchos, desgraciadamente, no lo lograron.


Nos entrenábamos con armas y peleábamos contra los nazis en grandes batallas callejeras. Creíamos que eso era lo único que podíamos hacer. Con ese tipo de gente no valía pena hablar. Esa era mi opinión entonces y sigo pensando lo mismo, contra la violencia solo vale la violencia.

“El Mal contra el Mal” dice mi maridito en términos teológicos políticos. O en términos matemáticos, diría yo: Menos por Menos igual a Más (-) * (-) = (+).
Una vez en Suecia, Erwin Isakowitz  intenta obtener permiso de residencia para su padre. En Alemania la situación empeora, restringen derechos a los judíos, le retiran la ciudadanía alemana  y los mantienen recluidos. Pero el visado se lo deniegan una y otra vez. La última postal que recibió de su padre decía lo siguiente:

Querido hijo,
Lamentablemente es demasiado tarde.
Debo partir hoy.
Pídele a Dios que nos ayude.
Cuídate.
Tu padre.

La leyenda de los Isakowitz  contaba que el viejo Hermann Isakowitz, antes de que lo atraparan los alemanes nazis, enterró junto a un árbol del patio de su casa lo más valioso que tenía. ¿Qué era?

En la actualidad, tres generaciones de los Isakowitz, ahora Wattin, (Cambiaron el apellido por razones de seguridad y para evitar el antisemitismo), abuelo, padre e hijo, deciden partir a una pequeña ciudad polaca, en busca de ese tesoro familiar. Un viaje de los miembros de una familia a la ciudad de sus antepasados, en busca de sus orígenes;  y que, en verdad,  resultará un viaje iniciático de reconciliación y comprensión entre ellos mismos.

Pero en retrospectiva es fácil ser sensato y tomar decisiones valientes cuando ya nada está en juego…Suecia buscaba permanecer fuera de la guerra y al mismo tiempo mantener buenas relaciones con su socio comercial. La solución fue nuestra supuesta y famosa netraulidad, que llevaba parejo el consejo a la población de que se abstuviera de juzgar a Alemania, ya fuese a favor o en contra. Esto se hizo de muchas formas. Por ejemplo, actuando como el Ministerio de Asuntos Exteriores sueco, que clasificó como secretos los informes acerca de las cámaras de gas y de las matanzas de judíos. O como la mayoría de los periódicos suecos que decidieron considerar que esas atrocidades era “asuntos internos de Alemania” (Svenska Dagbladet).


Desde luego que había excepciones: los que sí decían lo que pensaban. El más conocido fue el redactor jefe del periódico Göteborgs Handels-och Sjöfartstidning, Torgny Segerstedt, que con sus críticas al nazismo y a Hitler despertó la ira de los dirigentes alemanes. Pero escribir como él lo hacía tenía un precio. Entre otras cosas, Segerstedt fue acusado de poner en entredicho la neutralidad sueca, fue boicoteado por los anunciantes, escupido en plena calle, llamado traidor a la patria…Pero, a pesar de la campaña de desprestigio que iniciaron en su contra, el redactor jefe continuó escribiendo sobre el nazismo que tan visceralmente odiaba. Hasta que la situación dio un giro inesperado: la guerra terminó y Segerstedt se convirtió en un héroe nacional, homenajeado por su coraje civil. Lamentable, a esas alturas ya había muerto, pero al menos le pusieron su nombre a algunas calles, y se erigió algún que otro monumento en su memoria.

Ocurre en España permanentemente….

En un pequeño jardín al borde de una carretera que sale  del pueblo de Mazarrón,  hay un monolito polvoriento con los nombres de los republicanos mazarroneros que murieron en los campos de concentración y exterminio nazi.  Dieron su vida en la lucha contra el fascismo, fueron apresados, torturados, aniquilados; sin embargo, de ellos,  sólo queda una lista, casi olvidada.





Antonio (maridito) y yo paramos alguna vez, cuando pasamos con el coche por esa carretera, a dejar una flor. In memoriam por todos aquellos que lucharon y luchan por la libertad.




Hace tiempo ( 1989), mi maridito Antonio escribió  una carta al director del periódico el País. En ella pedía recuperar la memoria de estos murcianos y recordar a estos jóvenes valientes, que murieron en el olvido, lejos de su patria y de su familia.

Era de justicia.



El periódico El País, en sus buenos tiempos, contestó devolviendo la carta, argumentando que las relaciones con Alemania eran delicadas  en aquella época, con la entrada de España en la Unión Europea, y no era prudente ni conveniente publicar este tipo de cartas al director.

Ni eso tuvieron. Ni una carta al Director. Con los años se hizo el pequeño monolito en la pequeña plaza del pequeño pueblo para los más grandes luchadores de la libertad de Mazarrón.

Pero sí que encontré un blog, de tres personas que de forma privada se han dedicado a investigar y  a recordar a estos valientes.




Sirva este pequeño post como gratitud y reconocimiento a su valentía. 

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