LA CONJURA

martes, 11 de agosto de 2020

EL FUEGO INVISIBLE

 



“El Fuego Invisible” es una novela tipo thriller al estilo del Código Da Vinci, una búsqueda del mito del Santo Grial por Iglesias Románicas con frontispicios en clave, textos sagrados, y campos de fuerza que encienden las conciencias.

 

Es la primera vez que leo a este autor, a Javier Sierra. Fue hace dos navidades cuando mi amigo invisible, que era mi sobrina, me regaló el libro y aunque no suele ser mi estilo o tipo de lectura que me suele gustar, al final he terminado por leerlo.

 

Timpano de la Epifanía, iglesia de San Pedro el Viejo, Huesca


El protagonista, David Salas, es un lingüista de Dublín, que está pasando unas breves vacaciones en Madrid, y que, finalmente, se ve envuelto en el asesinato de un alumno de una escuela de literatura.

 

Bueno, no se le puede negar al autor el trabajo de documentación que ha realizado tanto en el campo del arte como en el de la literatura, y sobre todo la originalidad e inteligencia de saber relacionar dicha información para escribir esta trama de intriga esotérica.

 

Ábside de San Clemente de Tahull, 1123
Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC)


Hay datos interesantes que cita el autor, como Ada Lovelace que fue la primera teórica de la informática, o Mark Twain que nació con la venida del cometa Halley y murió justo con el retorno del cometa. O que una tarde tormentosa y para exorcizar sus miedos y aburrimiento el doctor Polidori escribió la primera novela de vampiros, antes incluso del Drácula de Stoker, y Mary Shelley hizo aquella tarde lo mismo, en una especie de duelo de textos, escribiendo Frankenstein.

 

Todo esto me recuerda a lo que me decía mi maridito recordando el Principio de Lucrecio, “de la nada, nada sale o nada puede surgir, o lo que es lo mismo, que la materia ni se crea ni se destruye, sólo se transforma” y el escritor es también un transformador de materiales, ya sea al estilo vampiro que ingiere lo esencial de otros relatos para mantener el suyo siempre vivo, o, al modo Frankenstein, componiendo con partes de textos ajenos una nueva novela.

 

No es de extrañar que tras leer la dichosa novela un par de veces más llegara a la conclusión de que los escritores son una especie de oteadores de lo invisible. Su trabajo, cuando es noble, consiste en actuar de intermediarios entre este mundo y los otros.

 La vida de algunos autores confirmaron esas sospechas. Philip K. Dick, por ejemplo, no tuvo complejos en admitir que había hollado esos “otros mundos”. Edgar Allan Poe tampoco. De pronto advertí que mis autores favoritos comulgaban con esa idea. Admitían sin complejos que la dimensión invisible de la que abrevaban, lejos de ser una mera invención, era tan infinita y real como las estrellas del universo.

 

 

Si tomases un microscopio y analizases a fondo cualquiera de las cosas que nos rodean, terminarías viendo que están hechas de…¡nada! Esa nada es algo intangible, misterioso, una energía que se condensa en átomos que, a su vez, dan forma a lo que ven nuestros ojos. La materia está hecha de partículas sin cuerpo unidas por grandes, enormes espacios vacíos. Hay más “nada” que “algo” en eso que llamamos “realidad”. Si hicieras lo mismo contigo, si te analizaras bajo la lente más potente del mundo, verías que tampoco tú eres distinto a ese patrón.

 

 

 

—La clave de una vida feliz, querido David,  es que aprendas a dirigir bien tus sueños. Tu visión. Que descubras qué forma dar a esa “nada” que a la vez es “todo”.—Las palabras del abuelo sonaron muy serias—. La visión es como ese caldero mágico de los antiguos cuentos de este país que se llena por sí mismo y es capaz de colmar tu apetito y tus deseos durante toda la vida. Sólo tienes que encontrarlo y asegurarte de que nadie te lo robe. Cuando lo hagas, ése será el grial personal que te alimentará siempre.

 

 

 

 

 

 

 

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