LA CONJURA

domingo, 16 de agosto de 2020

La Casa del Alfabeto

 

¿Qué estás leyendo?—le pregunté a mi hermana, economista y gran lectora y sobre todo una gran seguidora de Jussi Adler Olsen. Entonces me contó la siguiente historia:



 

Dos pilotos de la RAF son derribados mientras sobrevuelan Alemania. Consiguen escapar subiendo a un tren que lleva soldados de las SS. enfermos. En uno de los vagones tiran dos cadáveres del tren y ocupan su lugar. Así llegan camuflados a un hospital psiquiátrico para altos mandos alemanes. Para sobrevivir tienen que asumir sus identidades y simular que están enfermos y locos, sin saber si los tratamientos que reciban pondrán más en riesgo su vida...

 

— Ya, no sigas, que siempre cuentas el final.

 

Se trataba de “La casa del alfabeto”, aunque podría titularse “La casa de los locos”, dice mi marido, con su acostumbrada exactitud. Con ese argumento tan original, no tardé en comprarme el libro.

Como si fuera una película de Hitchcock, el autor, Jussi Adler-Olsen escribe una novela trepidante y psicológica ambientada en la II Guerra Mundial. Y aunque los personajes viven en el infierno más absoluto, con el terror siempre presente por si son descubiertos ya sea por los médicos o enfermeros o por otros pacientes, más oscuros y malvados, y que también simulan estar enfermos para librarse de la guerra, a pesar de todo, esta historia es también una historia de aventuras y sobre todo de amistad.

 




   ¡Sígueme!—susurró James.

   ¿Por qué no nos quedamos donde estamos?—prorrumpió Bryan al llegar al pasillo de comunicación. Casi todo el suelo estaba cubierto de vendas usadas que enrarecían el aíre y lo hacían irespirable.

   Pero ¿es que no tienes ojos en la cara, Bryan?

   ¿Qué quieres decir con eso?

   Los oficiales del vagón llevaban todos la insignia de las SS.¡Todos! ¿Qué crees que pasará si, en lugar de los enfermeros, nos descubren unos soldados de las SS?—Le dedicó una sonrisa triste a Bryan y cerró los labios. Su mirada se endureció—. Te prometo que saldremos de aquí, Bryan, ¡siempre y cuando me confíes las decisiones a mí!

 Bryan no dijo nada.

    ¿De acuerdo?—La mirada de James se volvió insistente.

   ¡De acuerdo!—Bryan intentó sonreírle.

 Un cubo lleno de instrumental cromado tintineó a sus pies. Una oscura masa líquida e indefinida se escurría por los bordes.

 Todo parecía indicar que el cometido primordial de aquel transporte era trasladar a aquellos hijos de la gran Alemania a tierras alemanas.

 

 

 

 

 

 

 

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