Me pregunto—y creo que también Cristina Guirao en su
magnífico librito de crónicas— si viajar
no se ha convertido ya en un ir de aquí para allá, de un aeropuerto a
otro, carente de sentido o de un sentido
machista y neocolonialista, en una serie, en fin, de fluctuaciones cíclicas de
masas turísticas a contrarreloj.
Si queremos una imagen para entenderlo: es la imagen de enormes
cruceros navegando y contaminando casi por los mismísimos canales de Venecia.
“Crónicas a contrapelo”, en cambio, es la crítica a los “viajes
de imágenes” a las ciudades del mundo que ha construido nuestra subjetividad.
Tenemos que narrar la historia de los otros y de las otras ciudades para
conocer nuestras identidades. Esa es una buena razón para leer este libro.
¿Qué sentido, me pregunto,
tiene cruzar un continente en uno de esos boeing transatlánticos e
hipersónicos en los que unes tu vida a la vida del piloto que se dirige, por
ejemplo, a una ciudad alemana teniendo que sobrevolar los picos de los Alpes?
Mi amigo totanero C. dice que él no es turista sino
viajero, y además, le molesta en extremo si le llaman “turista”, supongo que
con esto quiere decir que no busca un viaje cualquiera sino una realidad ajena
al turismo, lo que denomina: la experiencia del viajero. Cosa que querrá decir
algo así como lo que afirma la autora en su libro: que sin una mirada histórica
y crítica del viajero que llega a la ciudad, y al país que le acoge, es como no
haber estado en esa ciudad, ni en ese
país.
Además otro amigo sevillano: Z., suele decir que él no hace
turismo ni es viajero porque una vez que llegas a esa ciudad tan lejana tienes
que volver aquí, y para volver siempre a tu pueblo de origen, ¿para qué ir? ¿Para
qué molestarse si terminas siendo el mismo?
No ocurre así con el
librito de Cristina: te hace replantearte supuestas evidencias, machistas y
clasistas, que, irremediablemente, y al reflexionar sobre ellas, te cambian, te
hacen cambiar como persona y para mejor.
Entonces, podemos preguntarnos ¿existe una cara B en
nuestros viajes, algo que no se pueda visitar en las ciudades, ni siquiera ver
a primera vista de la imagen del Iphone o de la Nokia? Y sobre todo, como decía
Z.: ¿Es necesario viajar teniendo en cuenta que irremediablemente hay que
volver?
Nadie puede escapar de este mundo que te atrapa nada más
nacer—decía Neruda—, y, además, para sentenciarlo con fundamento filosófico diré que en
flamenco hay un martinete aplicable—por extensión— al turista, viajero o flâneur :
¿De qué me sirve a mí
que mis amigos me saquen a pasear?
Si luego vuelvo a mi casa,
y vuelvo, de nuevo… a pensar.
Bueno, “Crónicas a contrapelo” trata un poco de eso
y mucho más. A medio camino entre la crónica de viajes, el ensayo y el
diario—así dice la contraportada—traza un recorrido analítico, concreto, de las
ciudades más allá de lo que vemos, pasando del objeto a su representación
sociológica, metafísica y antropológica, sin olvidar la crítica social y el
feminismo. El mundo es complejo y nosotros frágiles. El mundo es plural en
identidades.
Tampoco es que necesariamente haya que viajar como si se
hiciera un documental de la dos, ni de ser un snob, o de charlar con los
murcianos en Paris o Venecia, no; se
trata de recordar una ciudad evocando el espíritu del lugar y el tiempo. La esencia
de la ciudad. La subjetividad construida socialmente del viajero y de la
ciudad.
Y a veces, para comprender mejor una ciudad y su tiempo hay
que partir de hechos intrascendentes o banales. Son el hilo, que tirando de él,
te lleva al ovillo, o el hilo que, siguiéndolo, te permite salir del laberinto
cavernoso a la luz de la verdad.
Recordar la intensidad de lo vivido en la ciudad que visitas,
las personas con las que te has
encontrado o aquellas que te han acompañado al viaje, por ejemplo una amiga (MP)
que te acompaña a Buenos Aires, la persona que amas, el atardecer, los sueños
que allí tuviste y no el número o cantidad de monumentos o calles y plazas que
se hayan visitado.
Dos anécdotas más al respecto de los monumentos que se
visitan y fotografían de prisa y corriendo por los turistas: otra amiga, M.M. d
R., se quejaba una y otra vez de los viajes de estudio en los que se pasaban
horas y horas viendo "piedras viejas y sucias, con un calor
tremendo", cuando se podía estar en piscinas y playas, mucho más
agradablemente. Y el descubrimiento de mi maridito en un pueblecito alto de
Suiza en el que los turistas guardaban cola para fotografiarse delante de una enorme roca. La
roca del eterno retorno de Nietzsche. “Lo único que retornaba eran ellos, los
turistas”, dice mi maridito.
Puede haber tantos viajes como viajeros, así un mismo
trayecto cuenta con diversidad de caminos y de historias, que amplían los
márgenes de lo que aprendemos y de lo que vivimos.
Así, traza la autora un recorrido para perderse en los
pasajes de París tal y como lo hiciera en su momento Walter Benjamin, la
Nápoles pendenciera de Elena Ferrante, los inviernos de Venecia
en las acuarelas del pintor inglés Turner,
el universo borgiano del Aleph en Buenos Aires, La Siracusa de Platón: ¿está la
auténtica filosofía de Platón en sus cartas de viajes?…y, en fin, en todas esas ciudades se entrelazan temas,
lugares e historias, pensamientos liberadores.
En París, por ejemplo, vemos a Walter Benjamin, exiliado,
huyendo a causa de la ocupación nazi e intentando cruzar la frontera española
por la zona de Portbou. Allí fue donde se suicidó ante la negativa de las
autoridades españolas a dejarlo entrar por falta de documentación. El filósofo
alemán llevaba siempre consigo el “Angelus Novus” un dibujo sobre papel
de Paul Klee que representa a un ángel impulsado hacia el futuro pero con el
rostro horrorizado por las ruinas del pasado.
Tuve un diálogo con mi maridito al ver dicha obra porque él
también es pintor. Se me ocurrió decir que el ángel parecía una mezcla de ave
con cabeza de tigretón, lo que le indignó bastante; además critiqué la
interpretación que al respecto daba el filósofo alemán y judío, sobre el hecho
de que el Ángel Novus contemplara las catástrofes del pasado, a lo que
me contestó que mi pensamiento era inadmisible y del todo totalitario
al no comprender la nueva visión de la historia que introducía W.B.
No debía de tener un buen día mi maridito porque luego,
cuando destaqué del librito la frase: “Efectivamente la historia de la
humanidad no ha parado nunca, todo está en movimiento” me dijo
que esa afirmación habría que relacionarla con el pensamiento de Parménides y
Zenón, pues ellos, como ahora sostiene también el físico argentino Gustavo E.
Romero, tienen razón cuando afirman que
el movimiento es una apariencia o engaño de nuestros sentidos. Y que, en
realidad no hay ni movimientos ni viajes, ni nada.
Puedes estar equivocado, le dije, y él me contestó, que en
todo caso estará equivocado el razonamiento deductivo, y que ya Einstein, más
recientemente, dijo que el espacio y el
tiempo son prejuicios nuestros y demostró “deductivamente” que se pueden hacer
viajes en el tiempo, al futuro, al pasado también (aunque no lo dijera
Einstein) a través de los recientemente descubiertos agujeros de gusano o negros; y que todo lo que parece movimiento es
apariencia, pero no verdad. Todo es eterno, uno, inmóvil, sin origen ni fin,
pero todo muy racional.
Por lo demás yo termino este libro con la sensación de que
es un auténtico librito de viajes que ha ido adquiriendo alma a medida que lo
iba leyendo, tal y como le ocurrió al propio cuaderno de notas de la autora,
desgastado ya por la experiencia de los viajes.
“Este cuaderno, que está a dieciséis páginas de su final, va impregnado de vida en sus tapas. Es de color negro, rutero, burdamente cosido, de tapa flexible, con hojas que amarillean fácilmente. Dispuesto a sufrir inclemencias y estrecheces, se ha adaptado a todos mis bolsos, a mis manos frías o sudorosas, a los viajes y a los golpes”.
Como epílogo a esta reseña me parece interesante añadir las
palabras que escribió, en privado, A.M.B. sobre “crónicas a contrapelo”
“Tu libro es un maravilloso libro pensado andando por las
ciudades visibles del ser y estar humanos/as. Reflexivo/a y reivindicativo/a. Así,
cuando escribes de Nápoles y hablas de los libros de Elena Ferrante, que tanto
aprecia mi mujer, estás expresando, una vez más, que las ciudades de hoy en día
son las novelas, los libros, las crónicas de viaje, necesariamente escritas a
contrapelo. Encuentro ecos de W. Benjamin, de Italo Calvino, y, por tanto, de “Librerías” y “Barcelona. Libro de los pasajes”
de nuestro común amigo Jorge Carrión, pero tú eres mucho más filosófica en tu
cuaderno de viajes, vas al arjé de los viajes: escribir en ellos, en
definitiva, es destejer y tejer quienes somos. ¿Ulises vs Penélope?. Felicitaciones.”
Muchas gracias Nico, por esta reseña divertida, reflexiva y a ratos dialogada-a-contrapelo con Antonio, que tan bien atrapa el espíritu del libro. Dos abrazos. Cristina Guirao
ResponderEliminarYo la leí el otro día, mejor dicho, la otra madrugada, y me reí un montón y, pensé mucho (a pesar de estar prácticamente dormida, como casi ahora), y me acordé de muchas cosas de viajes grandes y viajes "pequeños", de viajes largos y de viajes cortos, en fin, se me pone la sonrisa en la boca, y sois tres mentes fantásticas. Cuando sea persona ya te contaré lo que fui pensando, y de hecho, sigo pensando, porque lo que dice tu amigo, eso que dice que los viajes "no sirven para nada", me viene de vez en cuando a la cabeza y lo comprendo pero no estoy de acuerdo en absoluto, bueno, en una parte, sí, pero definitivamente, NO.
ResponderEliminarVoy a contar una tontería que me vino a la cabeza al leer lo fotografiarlo todo (porque si no no es un viaje, parece, es decir, para recordar que estuviste allí y que te queda algo de aquel lugar y experiencia y poder recordarlo y contarlo a los demás hace falta fotos ¿?, ¡pobrecicos nuestros antepasados! A lo que voy.:
Fue en 2014 y mis amigos y yo estábamos en Francia, en el verano. Yo creo que fue en Fontainebleau pero no estoy segura; íbamos de sala en sala viendo de todo lo habido y por haber como el resto de turistas (que tampoco es tan malo ser turista, digo yo) y pasando de una sala a otra entre cortinas, muebles y yo qué sé qué más, a la entrada a la izquierda, no se me olvida, había un jarrón enorme y espantoso, las dos cosas; al verlo me dirigí hacia mi grupo y les dije: "¿Habéis visto el jarrón ese?" y se dirigieron hacia él de nuevo y se quedaron medio pasmaos y comenzó la risa, entonces yo les propuse "¡Vamos a echarnos una foto!" y todos estuvieron de acuerdo. "A ver a qué turista pescamos para que nos la eche..." y como no había casi nadie en la sala estuvimos esperando ojo avizor y pescamos a alguien que más o menos nos dio el tipo de paciente etc. y nos colocamos todos a ambos lados del jarrón que era como yo por lo menos, y al posar nos mondábamos de risa por lo absurdo pero no nos queríamos reír por nuestro fotógrafo/a, pero explotábamos y los segundos eran eternos mientras esperaba para echárnosla etc. A todo esto la gente que iba entrando a la sala se paraba, veía la situación y se apartaban para no molestar. . Pues bien, en todo ese tiempo se fueron acumulando personas que incluso se quedaban por allí cerca mirándonos, mantener el tipo sin reírnos era verdaderamente difícil. ¡Ay señor! Bueno, nos echó varias y después de darle las gracias por fin se fue o nos fuimos para otra parte todos y nos pudimos reír medio a gusto, porque permanecía en la sala, él y los demás, pero es que, para más inri, vemos que la gente se va acercando al jarrón con interés y que comienzan a echarse fotos con el jarrón. ¡Para qué quieres más! Fuimos a toda prisa viendo el resto de objetos de la sala intentando no mirar hacia atrás y en cuanto lo vimos a la velocidad de la luz y sin mirarnos nadie a nadie, nos encontramos todos en la puerta que continuaba hacia la siguiente sala. Entonces yo miré hacia atrás una última vez y ¿qué es lo que vi? ¡Una cola de gente esperando para echarse fotos con el jarrón!
Definitivamente, nos fuimos volando de allí.