Estaba yo esta navidad pasada en el hospital acompañando a mi padre,
intentado pasar las horas como podía.
Era de noche y me disponía a preparar una especie de cama en ese sillón que la
seguridad social nos proporciona a los familiares. Mi padre había tenido
primero pancreatitis de la que se recuperó en cuatro o cinco días pero después le
bajaron alarmantemente los niveles de azúcar y por último le dio fiebre como consecuencia
de una infección.
Bien, pues esa noche el
acompañante de la cama de al lado de la de mi padre se apoderó del mando de la TV
poniéndola en uno de esos canales de
realitys americanos. Mientras mi padre dormía pude ver al alcalde de Cincinnati,
disfrazarse de mendigo, de pinche de cocina y de ayudante de cobrador de la
zona azul. El programa consistía en que el alcalde, un joven
afroamericano con pinta de Eddie Murphy, pasaba de incógnito por todos
estos trabajos, para conocer la realidad de su ciudad. Finalmente citaba en su
despacho del ayuntamiento a los compañeros o jefes con los que había trabajado
para decirles, oh sorpresa, que él en
realidad era el alcalde.
A todos les iba a ayudar y mejorar
las condiciones de trabajo. A la señora que había sido su jefa en los
parquímetros de la zona azul, una mujer de unos cincuenta años, que apenas sobrevivía con su trabajo, con dos hijos, uno de ellos disminuido, con serias
dificultades para desplazarse, le
prometía una plaza en un hospital o fundación específica en tales enfermedades.
Me quedé dormida entre los
lamentos de un enfermo que se oían al otro lado del pasillo y la imagen del alcalde de Cincinnati.
De vez en cuando me levantaba
para tapar a mi padre y que no se resfriara.
Me encanta, Nico. Es divertido, emotivo, claro, y peculiar. Vaya qué sí.
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