Me gusta Cádiz. Sobre
todo la Cádiz atlántica, la marítima, la
naviera, la de los astilleros de Navantia,
con su bahía plateada, las calles estrechas y sus balcones y torres oteando el
océano. Es una ciudad andaluza y sin embargo es la más francesa y también la más inglesa.
Allí se hizo una nueva Constitución con el espíritu de la revolución francesa; también los liberales gaditanos eran
admiradores del parlamentarismo inglés, y en Inglaterra se exiliaban cuando la cosa iba
mal, como hizo
Blanco White.
Para mí lo más bonito de Cádiz es su luz. Se cuela desde arriba, por entre los tejados e ilumina cualquier
calle por estrecha que sea. Estoy segura que en otra ciudad sería casi imposible. Me
pasa como a mi amigo César cuando va a Cartagena, y es que a él le entran unas ganas enormes de hacerse consignatario de buques aunque no sepa
exactamente qué es eso.
Nada más llegar a
Cádiz, junto al hotel, vimos una librería-cafetería llamada La Clandestina. Con
ese nombre había que entrar. No compré
libros, ni tomé café; pero me llevé un pin de Frank Zappa para Mariplatónica.
Hemos visto el
carnaval chico; el ingenio de las chirigotas y los coros legales e ilegales y
callejeros, en el barrio la Viña y en la plaza del Mentidero; he disfrutado de
sus letras, algunas reivindicativas, originales, y con mucha gracia y tomado
cerveza en la taberna del Manteca.
¡Ah! Y el atardecer en el atlántico.
(Chirigota
callejera: La del eterno repetidor): cucha quillo ¿cuál es la velosidáh de la
lú?... Depende … de qué lú, ¿la de la bombilla o la del tubo de neón fluoressente?
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