De Michel Houellebecq
Michel Houellebecq con el gato Gladiator |
Sumisión es la obra más política
de Houellebecq. Religiosa y política. Una
novela-ensayo sobre la imposibilidad del catolicismo frente al desarrollo
del Islam. Podría considerarse como… ¿Una
utopía?, ¿Una distopía? ¿O un futuro inmediato?
"Si el Islam no es
político, no es nada “A. J. (Ayatolá Jomeini)
En Francia, sobre el año 2022 de
nuestro señor Jesucristo, un partido islámico con el apoyo de los socialistas y
el de la derecha “liberal” gana las elecciones, siendo Mohammed Ben Abbes, un
joven y avezado musulmán, nombrado Presidente de la República Francesa. Pronto
se adoptan nuevas medidas. ( Su Misión) es
conducir a Francia a un nuevo modelo de
sociedad. Se implanta el “distributismo” una corriente filosófica y económica
que representa una tercera vía entre el capitalismo y el comunismo- sin caer en
el fascismo de derecha “no liberal”-, se aplican ventajas fiscales muy
favorables al artesanado y a los autónomos y se impone una enseñanza religiosa
en escuelas y universidades.
Lamenté no haber prestado hasta el momento
más que una atención anecdótica, superficial, a la vida política.
Por primera vez en mi vida me había puesto
a pensar en Dios, a contemplar seriamente la idea de una especie de Creador del
universo que vigilaba todos mis actos, y mi primera reacción fue mi clara: era,
simplemente, miedo. Poco a poco me calmé, con la ayuda del alcohol,
repitiéndome que era un individuo relativamente insignificante, que seguro que
el Creador tenía cosas mejores que hacer, etc.
Y es que François, el
protagonista, es un profesor universitario, experto en la obra de Huysmans, con
una vida existencial que sobrelleva como puede. Su mundo— novia, trabajo,
amistades, sus padres—se transforman o desaparecen para siempre. Poco a poco se
queda solo. Es testigo, por ejemplo, de la conversión de la Sorbona en una
Universidad Islámica, en la que los profesores fieles al régimen y a la
religión musulmana conservan su trabajo, incluso mejoran en oportunidades y
sueldos con la ayuda de los petrodólares. Otros, en cambio, son despedidos como François.
Hay un paralelismo entre la vida
de Huysmans— que al final de su vida se convierte al catolicismo—, con el
personaje de la novela, François, cuya única tabla de salvación posible será
convertirse al Islam. Porque como le dijo a Myriam, su novia: “Para mí no hay ningún Israel”
Me di cuenta en el momento en que lo que
decía no sólo lo pensaba sino que lo deseaba, que formaba parte de esa gente
tan poco numerosa que se alegran a priori de la felicidad de sus semejantes, en
resumidas cuentas era lo que se llama un buen
hombre.
El hombre, en cambio, es un animal, por
descontado; pero no es un perrito de la pradera, ni un antílope. Lo que le
garantiza su posición dominante en la naturaleza no son las garras, ni los
dientes, ni la rapidez de su carrera; es ni más ni menos su inteligencia. Así
que se lo digo con toda seriedad: no hay nada anormal en situar a los
profesores universitarios entre los machos dominantes.
El 19 de enero por la noche fui presa de
una llorera imprevista, interminable. Por la mañana cuando el alba despuntaba
por Le Kremlin-Bicetrê, decidí regresar a la abadía de Ligugé, allí don
Huysmans recibió el oblato.
Y es el
Houellebecq más político, aquél que en privado y en público, cuando se le
pregunta, confiesa estar más por una
democracia directa, el que conversa con
mi maridito (AMB) sobre el fenómeno de “Podemos” y otros asuntos de política, el que nos pone la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de
1793.
“Cuando
el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es, para el pueblo y
para cada porción del pueblo, el derecho más sagrado y el deber más
indispensable.” El pueblo francés.
Es el célebre argumento del
mono mecanógrafo: ¿cuánto tiempo le llevaría a un chimpancé, tecleando al azar
el teclado de una máquina, para reescribir la obra de Shakespeare? ¿Cuánto
tiempo necesitaría un azar ciego para reconstruir el universo? ¡Seguro que más
de quince millones de años…! Y no sólo es el punto de vista del ciudadano de a
pie, también es el de los grandes científicos; seguramente no ha habido mente
más brillante en la historia de la humanidad que la de Isaac Newton: ¡piense
en ese extraordinario esfuerzo
intelectual, inusitado, que consistió en unir en una misma ley la caída de los
cuerpos terrestres y el movimiento de los planetas Y Newton creía en Dios, era
firmemente creyente, hasta el punto de que consagró los últimos años de su vida
a estudios de exégesis bíblica, el único texto sagrado que le era realmente
accesible. Einstein tampoco era ateo, aunque la naturaleza exacta de su
creencia sea más difícil de definir; pero cuando le objeta a Bohr que “Dios no
juega a los dados” no está bromeando, le parece inconcebible que las leyes del
universo estén gobernadas por el azar. El argumento del “Dios relojero”, que
Voltaire juzgaba irrefutable, sigue siendo tan sólido como en el siglo XVIII,
incluso ha ganado en pertinencia a medida que la ciencia teje vínculos cada vez
más estrechos entre la astrofísica la
mecánica de partículas.
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