CANTO XIII
Alcínoo facilita a
Odiseo la nave y la tripulación que lo llevará de
regreso a Ítaca. Para el viaje le suministran víveres y lo agasajan con oro,
bronce, telas bordadas y diversos regalos.
Pontónoo, mezcla el vino
en la crátera y sirve a todos en la sala, para que, después de invocar a Zeus
Padre, enviemos al húesped a su tierra patria.
Los feacios logran
desembarcar a Odiseo sano y salvo en el Puerto de Forcis
en Ítaca. Pero a su regreso, la tripulación feacia es presa de la cólera
del Dios Poseidón por incumplir su orden y prestarle ayuda a Odiseo. Como
castigo convierte la nave feacia en piedra, justo en el momento en que
navegaban frente a la ciudad.
¡Padre Zeus, ya nunca
seré honrado yo entre los dioses inmortales, cuando nada me honran unos
mortales, los feacios, que además son de mi propia estirpe! [...]Pero ésos lo
trajeron sobre el mar dormido en un raudo navío y lo han dejado en Ítaca.
Cuando Ulises despierta
en la playa no reconoce su tierra. Atenea disfrazada de un un joven pastor le
explica a Odiseo donde se encuentra, después se da a conocer y lo ayuda a
esconder los tesoros recibidos. Lo transforma en un viejo mendigo para que
nadie lo reconozca y pueda planear como deshacerse de los pretendientes.
CANTO XIV
Odiseo, con aspecto de
viejo mendigo, se dirige a la casa de su porquerizo (divino porquerizo según la Odisea )
quién no lo reconoce; pese a ello, el hombre lo invita a su cabaña, resultando ser un
anfitrión hospitalario y una buena persona.
Pero sígueme, entremos
en la cabaña, para que tú también, viejo, te sacies a gusto de comida y bebida,
y luego me cuentes de dónde eres y cuántos pesares has sufrido.
El porquerizo achaca (y
es el único que tiene el acierto de hacerlo) sus desdichas a Helena y a
su estirpe, pues recuerda con acierto que es por ella por quien se inicia la
guerra de Troya y la causa de que Ulises marchara de Itaca.
CANTO XV
Atenea se presenta ante
Telémaco y le insta a que vuelva a Ítaca, advirtiéndole que los pretendientes
de su madre le preparan una emboscada. Telémaco parte con el beneplácito de
Menelao y de su esposa Helena.
Mientras tanto, Odiseo y
Eumeo (el divino porquerizo) conversan. Lo primero que hace Telémaco al
desembarcar en su tierra es ir a visitar a Eumeo, el porquerizo. Allí se encuentra con su padre. Tampoco Telémaco lo reconoce.
CANTO XVI
En la majada, Telémaco
le pide a Eumeo que avise a Penélope de su llegada. Cuando Eumeo se va, Odiseo
vuelve a su estado natural y le revela a Telémaco que es su padre. Le pide
guarde el secreto mientras preparan la forma de vengarse de sus enemigos.
Así que ponte en camino
en cuanto amanezca hacia la casa y mézclate allí con los soberbios
pretendientes. Luego a mí me conducirá el porquerizo hasta la ciudad, con mi
aspecto de mendigo miserable y viejo.
Penélope tiene noticias
de la vuelta de su hijo. Los pretendientes al enterarse que su plan ha
fallado, urden de nuevo otro complot para matar a Telémaco.
¡Has vuelto, Telémaco,
mi dulce luz! Ya creía yo que no iba a verte más, después de que te fueras en
tu nave hacia Pilos a escondidas, contra mi voluntad, para escuchar noticias
sobre tu padre. Bueno, venga, cuéntame todo lo que has visto en tu viaje.
Telémaco regresa a
palacio junto a su madre. Le cuenta su entrevista con Néstor de Pilos y con
Menelao, aunque niega saber nada de Odiseo. Pero el adivino Teoclímeno
vaticina la vuelta de Odiseo, del que dice que ya se encuentra en su país.
Odiseo disfrazado de
vagabundo y el divino porquerizo se dirigen a la ciudad. En el camino les sale
al encuentro el pastor Melantio que se burla de ellos y les propina
patadas.
Ahora sí que, como se
ve, un bribón dirige a un bribón, que siempre la divinidad enlaza al
semejante con su semejante. ¿Adónde llevas a ese gorrón, miserable
porquero, a ese mendigo asqueroso, basura de un banquete?
Mientras Odiseo trama su
venganza en silencio, el porquero, lo insulta:
¡Ninfas de la fuente,
hija de Zeus, si alguna vez Odiseo quemó en vuestro honor muslos de ovejas o de
cabritos, recubiertos de pingüe grasa, cumplidme este ruego: que él regrese y
lo conduzca aquí un dios! Entonces sí que vengaría todas esas insolencias que
tú ahora, con aires de bravucón , traes y llevas, vagando siempre por la
ciudad. Desde luego los malos pastores echan a perder los rebaños.
Odiseo se encuentra con su querido perro Argos, que él mismo crió desde cachorro y al que tuvo que dejar cuando partió a la guerra de Troya. El perro estaba ya viejo, tumbado y cubierto de garrapatas, pero cuando vió a su amo lo reconoció al instante, movió alegre el rabo y dobló las orejas. Argos muere de inmediato, nada más verlo.
Éste, al verlo a
distancia, se enjugó una lágrima, sin que lo notara Eumeo, y luego le preguntó
con estas palabras:
¡Eumeo, qué extraño que
ese perro esté tirado en el estiércol! Tiene hermoso aspecto, aunque no sé bien
si era veloz en la carrera con esas trazas, o si era más bien como esos perros
domésticos que tan sólo por su bella estampa crían sus dueños.
Durante el banquete de
los pretendientes, Odiseo se pasea entre ellos solicitando su caridad. Antinoo
lo desprecia pero Penélope lo defiende y le solicita, a través de Eumeo, el
porquerizo, le cuente si sabe algo de su esposo.
Antinoo, no haces nobles
discursos, por muy noble que seas.
CANTO XVIII
El mendigo Iro, celoso
de Odiseo, al que considera competencia, lo reta a una pelea de la que sale
vencedor Odiseo. Durante el banquete, el pretendiente Anfínomo le ofrece
pan y vino. Odiseo se lo agradece con estas palabras:
Porque se confía en que
nunca va a sufrir daño alguno en su futuro mientras los dioses le conceden
valor y sus rodillas le sostienen. Pero cuando los dioses felices le envían
desdichas ha de sufrirlas con ánimo no menos resignado. Así es el pasar
de los humanos en la tierra, tal como cada día los trae y lleva el padre de
hombres y dioses.
Odiseo continúa
sufriendo burlas, en especial de la sierva Melanto y del pretendiente Eurímaco.
Insultas en demasía y
tienes una mente perversa. Y quizás te crees un tipo grande y poderoso porque
te mides con unos pocos y de escaso valor. Pero si regresara Odiseo y
llegara a su tierra patria, enseguida esas puertas, si bien son muy
amplias, te resultarían estrechas para salir corriendo de este patio.
CANTO XIX
Odiseo concierta con
Telémaco retirar todas las armas de guerra con un pretexto y así dejar a los
pretendientes desarmados. Odiseo y Penélope por fin se reencuentran, aunque
ella no lo reconoce en su disfraz de mendigo. Penélope le pregunta si tiene
noticias de su esposo. También le comunica que no puede eludir por más tiempo
la boda con alguno de sus pretendientes. Odiseo le cuenta que ha oído del
regreso de su marido, que estuvo en el país de los feacios y que pronto
volverá.
A quien es por sí mismo
insensible y se muestra falto de compasión, a éste le desean todos dolores
futuros en su vida, y al morir lo maldicen. Pero quien es compasivo y se
muestra bondadoso, ése logra amplia fama y sus huéspedes la difunden entre
todas las gentes y muchos se hacen eco de su nobleza.
Penélope manda a la aya Euriclea
lavar los pies de Odiseo. Ésta lo reconoce al verle una vieja cicatriz en el
pie, y Odiseo le pide que guarde el secreto. Finalmente, Penélope anuncia
que se casará con aquel pretendiente que sea más hábil con la flecha y sea
capaz de superar la prueba de las hachas.
CANTO XX
De noche, mientras todos
duermen, Odiseo medita la forma de castigar a los pretendientes. Melantio,
pastor de cabras, y uno de los pretendientes, Ctesipo, insultan
a Odiseo.
CANTO XXI
En el certamen del arco,
ninguno de los pretendientes logran tensar el arco, requisito indispensable
para casarse con Penélope. Odiseo revela su identidad al porquerizo Eumeo y
al vaquero Filetio. Así se unen a Odiseo y a Telémaco en su lucha. Conviene
con ellos un plan. A la señal de Odiseo deberán cerrar las puertas, y caer por sorpresa
contra los pretendientes. Odiseo consigue el arco gracias a su astucia, la
disposición de Telémaco y a Eumeo, que se lo entrega. Odiseo dispara y acierta;
la flecha atraviesa todos los blancos.
CANTO XXII
Es la hora de la
venganza. Odiseo ayudado por Telémaco, Eumeo y Filetio da muerte a los
pretendientes.
¡Ah, perros, pensabais
que no iba yo a regresar a mi casa desde el país de los troyanos, así que
saqueabais mi morada y os acostabais sin miramientos con mis siervas en mi
palacio, y pretendíais a mi mujer estando yo vivo, sin temor de los dioses que
dominan el amplio cielo ni de la posible venganza futura de los hombres! Ahora
os tienen apresados a todos los lazos de la muerte.
Algunos como Eurímaco
piden el perdón pero Odiseo no se lo concede. Aninoo, Eurímaco,
las esclavas que fueron desleales, Melantio… todos aquellos que
traicionaron a Odiseo tienen su castigo. Tan sólo se salvan Femio Tespíada,
el aedo que cantaba, y el heraldo Medonte.
No temas, ya que éste te
ha protegido y salvado para que reconozcas en tu ánimo y lo proclames luego
ante cualquiera que el hacer bien es mucho mejor que el obrar mal.
Y a Melantio lo sacaron
a través del atrio y del patio. Le rebanaron con el aguzado bronce la nariz,
las orejas y le arrancaron los genitales, para dárselos de comer crudos a los
perros, y le cortaron las manos y los pies con furioso ánimo. Después se
lavaron las manos y los pies y se volvieron a la casa de Odiseo. Quedaba
cumplida su tarea.
CANTO XXIII
La anciana Euriclea
despierta a su señora para informarle que Odiseo ha vuelto y ha matado a los
pretendientes pero Penélope no la cree. Los dos esposos se reúnen.
Penélope continúa con dudas acerca de la identidad de Odiseo. Éste le
enseña la cicatriz que lo demuestra y le cuenta cómo construyó su lecho.
Entonces Penélope lo reconoce. Por fin, pasan la noche juntos como marido y
mujer. Odiseo le cuenta sus aventuras. Por la mañana marcha al campo a ver a su padre
Laertes.
CANTO XXIV
Las almas de los
pretendientes muertos llegan al Hades. Allí conversan. Se encuentran con otras almas, la
de otros héroes como la del Pelida Aquiles, Antíloco, Ayante, Patroco y el alma
del Atrida Agamenón. (En cambio, a mí ¿qué placer me dio el haber
concluido la guerra? A mi regreso, en efecto, Zeus me deparó una muerte cruel a
manos de Egisto y de mi maldita esposa)
Por lo visto también a
ti muy pronto iba a derribarte el funesto destino, del que nadie escapa una vez
ha nacido.
Odiseo y Laertes se
encuentran en la viña donde su padre trabaja. Al reconocerlo, su
padre se emociona tanto que casi desfallece. Entonces, Odiseo junto con sus criados,
Laertes, el viejo Dolio y sus hijos y Telémaco cogen las armas para
defenderse de los familiares de los pretendientes que claman venganza por su
muerte. En el enfrentamiento Odiseo y sus aliados dan muerte a Eupites , padre
de Antinoo, y cabecilla de la revuelta.
Al final intervienen
Zeus y Atenea para propiciar la paz y la convivencia en Ïtaca.
Dice Zeus a Atenea::
Hija mía, ¿por qué sobre
eso me preguntas e interrogas? ¿acaso no decidiste tú misma ese plan de que
Odiseo castigara a ésos a su regreso? Actúa como quieras. Pero te advertiré lo
que me parece conveniente. Puesto que ya Odiseo ha dado castigo a los
pretendientes, que pacten juramentos leales y él reine para siempre. Y
nosotros,, por nuestra parte, facilitemos el olvido de la matanza de hijos y
hermanos. Que convivan en amistad los unos y los otros, como en el pasado, y
que haya prosperidad y paz en abundancia.
Y Atenea dice lo
siguiente:
¡Parad, itacenses, la
mortífera refriega, y así, sin más sangre, separaos enseguida!
Laertíada de estirpe divina, Odiseo de muchos ardides, párate, calma esa furia de guerra que a todos se extiende, no sea que se quede irritado contigo Zeus de voz tonante.
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