LA CONJURA

viernes, 22 de julio de 2016

EL BAR DE LAS GRANDES ESPERANZAS



J.R. MOEHRINGER




J.R. vive en casa de sus abuelos. Es una casa destartalada, ruidosa de paredes desconchadas que cuenta con un solo aseo para doce personas. Sin embargo, lo verdaderamente difícil es la convivencia con su excéntrico abuelo, con la tía Ruth y sus hijos, con el tío Charlie y con su madre. Los insultos, los gritos y las peleas son habituales en la familia cada día.

Sin referente paterno desde muy niño y desesperado por tener una familia y un hogar, J.R. idealiza el “Dickens” el bar donde trabaja el tío Charlie. De cada uno de los hombres (bebedores, artistas, trabajadores, poetas) que frecuentaban el bar tomaba una lección, un gesto, una filosofíaSon héroes.

Pero ese Faulkner era un borracho o qué, ¿eh? Por cierto que tengo que ponerle ruedas de nieve a mi Chevy. Todos los escritores son unos borrachos. ¿Cuánto piden por unas ruedas nuevas hoy en día? En ese caso tal vez yo tendría que hacerme escritor, si lo único que falta es beber. Antes de poder escribir tienes que saber leer, atontado. De todos modos ¿qué significa ese título, El ruido y la furia? Creo que he visto unas Michelin de oferta en Sears. McGraw dice que es Shakespeare. Pues si tanto sexo practican en esas ruedas quizá sería mejor que el libro se llamara El ruido y la Firestone. ¿Cómo puede Firestone plagiar de esa manera a Shakespeare?  Dirás Faulkner. ¿Y yo que he dicho? Has dicho Firestone, Einstein.



Una novela sobre un bar, EL DICKENS. El lugar donde refugiarse, si tienes sed y hambre, cuando estás contento y cuando estás triste y callado. J.R. irá y vendrá. Se desplaza a Arizona junto a su madre, se matricula en la universidad de Yale, y trabajará en un periódico en Denver. Pero SIEMPRE, SIEMPRE, volverá al Dickens.

Y la historia también de la madre. La lucha de su madre por sobrevivir.

La cámara se agitaba sin control [] y al final aparecía una mujer menuda sentada en el escalón. Sostenía un bebé en el regazo. Lo acunaba, lo mecía, le susurraba algo al oído: un secreto. Él volvía la cabeza hacia ella. Éramos mi madre y yo hacía veinticuatro años.
Era evidente que aquellas imágenes habían sido filmadas después de que mi madre regresara a casa del abuelo, poco después de que mi padre hubiera intentado matarla, pero aquello no era posible, porque no había rastro de miedo en los ojos de mi madre. Parecía contenta, confiada, una mujer con dinero en la cuenta corriente y un futuro brillante a la vista. Pensé que estaba ocultando lo que sentía a los abuelos. No quería que se preocuparan. Y entonces lo entendí. No era a ellos a quien pretendía engañar.

Aquella era la primera mentira que mi madre me decía a mí, y estaba grabada.
¿Cómo lo conseguía? Sin educación, sin dinero, sin perspectivas, ¿cómo conseguía mi madre parecer tan valiente? Acababa de sobrevivir a mi padre, que le había puesto una almohada en la cara y había apretado hasta que no podía respirar, mientras la amenazaba con una navaja de afeitar. [] Pero al mirarla no se le notaba. Era una mentirosa extraordinaria, una mentirosa brillante, y también conseguía mentirse a sí misma, lo que me llevaba a percibirla bajo una luz totalmente nueva.
Entendí que debemos mentirnos a nosotros mismos de vez en cuando, decirnos a nosotros mismos que somos capaces y fuertes, que la vida es buena y que el trabajo trae recompensas, y que después debemos intentar que nuestras mentiras se hagan realidad [] era uno de los muchos regalos que me había hecho mi madre.


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