LA CONJURA

martes, 21 de enero de 2020

LOS ASQUEROSOS

DE: Santiago Lorenzo



El protagonista, Manuel, tras una pelea con un policía, huye y se esconde en una aldea abandonada. Lo que al principio parece un viaje forzado por las circunstancias para evitar la cárcel, se convierte en una experiencia feliz para su vida en plena naturaleza.

El protagonista nunca había sido tan feliz, vive completamente solo,  la austeridad es su lema principal, y el tiempo del que dispone es lo mejor que le ha pasado nunca. Tan sólo mantiene contacto con su tío, apenas unos pocos minutos a la semana, que le envía periódicamente un pedido con víveres y enseres de supervivencia. Como un Thoreau en Walden o un monje budista en su retiro.

Ya no concibe volver a la sociedad.

Pero toda esa felicidad acaba cuando aparecen los Magufos, con sus barbacoas, sus olores, sus gritos, sus niños insufribles…  Una familia alquila una de las casas rehabilitadas durante los fines de semana. Son individuos asquerosos, insoportables, previsibles, chillones…, son eso, como él llama, Magufos.

Muy bien escrito con un estilo literario recargado, con términos inventados, sentido del humor, mala leche, y a veces un poco pedante como todo solitario. Por la mitad del libro se repite en la misma idea una y otra vez, la felicidad del protagonista, tanto así que ya no concibe la vida social. Pero aunque se repita lo hace muy bien porque doscientas páginas hablando de lo mismo, y hacerlo bien, hay que ser un maestro.

Para cualquier lector que quiera estar sólo y le llegue este libro, Magufos son sus vecinos y Magufo es el escritor.

En fin, que no necesitaba apenas nada de lo adquirible en una tienda. La carencia era su gran saciante patrimonio. Se estaba instalando en una austeridad fiera en la que chapoteaba cada vez con mayor deleite, como quien se da a la gimnasia extrema y goza con la queja muscular, la falta de aliento y el dolor de plantas. Su apetito por la sobriedad empezaba a ser gula, y su amor por la pobreza empezaba a ser lujuria. La suya era una parquedad gozosa en cuanto que vocacional. Primero la cató, luego la aceptó y por fin la abrazó como esposa.

Cavilaba sobre cómo podía hacer lo de deshacer para dejar deshecho lo hecho.

Todos bebían una botella de vino al atardecer, convencidos de ser los primeros en pintar un cuadro de alta trascendencia gastronómica. Todos tertuliaban arrobados al atardecer, convencidos de ser los primeros en pintar un cuadro de vibrante estética filosófica. Todos enseñaban un efecto de la naturaleza a sus hijos al atardecer, convencidos de ser los primeros en pintar un cuadro de paternal pedagogía sobre la vida agreste y verdadera.

La Mochufa era un compendio de imbeciladitas diacrónicas, ridicultura en inflación y memeces seculares, un tesauro de carcomas biográficas y de jodique particularmente propio del tiempo vigesimoprimero D. C. A Manuel, La Mochufa le daba un asco espeluznante. A mí, cada vez más.









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