LA CONJURA

sábado, 27 de septiembre de 2014

CLAIRE SE QUEDA SOLA



En una entrevista que le hacen en la web Hislibris a Maria Dueñas, ésta confiesa—dice que sin pudor—que le encanta la irlandesa Marian Keyes, y que aunque no es precisamente paradigma de alta literatura, se ríe muchísimo con todos sus libros.

Si uno se ríe—me  dije—entonces es razón suficiente para leerlo. Así que me compré su primer libro: Claire se queda sola.

Marian Keyes está considerada como una de la máximas representantes del chick-lit, que resulta ser un género donde se abordan los problemas  de la mujer actual, en una especie de post-feminismo de segunda ola y dentro de la novela romántica.

Claire, la protagonista del libro, es una joven irlandesa que está casada y vive en Londres. El mismo día que da a luz a su primera hija, su marido, le anuncia en el hospital que la abandona. Entonces vuelve a Irlanda, con su familia, una familia disfuncional  pero que la quieren y  la protegen.

La mayor parte de la novela discurre en Irlanda, en el domicilio familiar. Desde luego que no se parecen en nada a la típica familia mediterránea. Beben mucho; tanto que rozan el alcoholismo, la madre se dedica a cambiar de escondite el vodka y todo lo que sea alcohol, mientras que las hijas se levantan por la noche a beber a hasta altas horas de la madrugada. Por supuesto, en esa casa nadie sabe cocinar, como mucho compran precocinados y su habilidad se limita al uso del microondas. Pero tienen cierto encanto.

Por descontado que mis padres no se comportaban como una pareja acaramelada. Lo más romántico que mi padre le decía a mi madre en toda la semana era: “¿Iremos a la tienda de congelados el jueves por la tarde?”

Bueno, se puede leer para pasar el rato. Te ríes, eso sí que es verdad. Aunque es un poco repetitiva y el libro estaría mucho mejor si fuese más concisa.

Llámame anticuada si quieres, pero no hay nada que me excite más que me digan que soy hermosa, y que me hagan sentir hermosa.
A mí que no me vengan con lametazos estrambóticos ni con elaborados movimientos de cadera. Conmigo, cinco minutos de piropos funcionan mucho mejor.

He leído este libro sin pudor alguno, porque: Mujer soy, nada de las  humanas  me  es ajeno.
(Terencio. “El enemigo de sí mismo”)




miércoles, 24 de septiembre de 2014

Tirando a dar



En un país africano, al sur de los Pirineos, los gatos solían ser animales muy limpios. De los más limpios. Hacían sus necesidades en la arena y luego la tapaban  muy bien, con cuidado, para que no oliese.

Y decimos “solían ser limpios” porque en un pueblo junto al mar, un gato llamado “Mini” no lo era. Sus dueños le pusieron ese nombre porque  lo encontraron en la puerta de su casa, debajo de un coche marca Mini.  Era tan pequeño… y maullaba tanto… que se lo quedaron.

Lo llevaron al veterinario, lo vacunaron y  cómo tenía hongos le cortaron el pelo a ras. Parecía recién salido de un campo de concentración.  Jugaba con Fox, el perro; especialmente metía la cabeza  en su boca, sin miedo, y luego, le hacía emboscadas a lo largo del pasillo de la cocina.






El caso es que Mini, empezó haciendo caca en el sumidero del patio trasero de su dueño. No pasó nada porque se la recogían. Pero el problema fue cuando empezó a hacer caca en el sumidero del patio del vecino. El vecino se iba a enfadar y con razón.  ¡Vale que lo hiciera en el de su casa pero no en la  del vecino!

Y es que Mini estaba obsesionado con los sumideros, los identificaba con su water  particular. Ya se sabe que educar a un gato es tarea difícil, casi imposible. No son como los perros. 

Un día su dueño compró un producto líquido en el supermercado Mercadona, que echándolo todos los días impedía que los animales defecaran u orinasen. Se llamaba reeducador en spray para perros y gatos Compy

Pero lo difícil era llegar hasta el patio del vecino y echárselo. Tendría que saltar y buscar una escalera, lo cual sería imposible hacerlo sin ser descubierto. Además de que los vecinos sólo venían un mes de vacaciones al año. Entonces se le ocurrió ir a Galería Bernal, una tienda que vende objetos relacionados con la playa, y compró dos enormes pistolas de agua.  De esas pistolas de muchos colores que utilizan los niños para jugar en la playa y dispararse agua. Una de ellas, la más aparatosa, era una especie de lanzallamas y la otra--más efectiva--era del  tipo de la guerra de las galaxias.

Pues bien, en el silencio de la siesta, la dueña de Mini  rellenaba de agua las pistolas y le echaba unas gotitas del líquido reeducador y desde la ventana de la cocina, con unos prismáticos, apuntaba bien, y  disparaba  al sumidero.

Un día el maridito se compró un traje de neopreno para nadar en invierno (en su ciudad no hay piscina climatizada). 

Bueno ...si le  disparaba  al sumidero del vecino con una pistola de colorines, ¿por qué no ponerse un traje de neopreno para nadar en la playa,  por raro que parezca?