LA CONJURA

miércoles, 26 de octubre de 2016

Una poesía y una fotografía


A las dos de la madrugada, en la penumbra de la habitación trescientos siete del hospital mi padre recita la única poesía que conoce. Es un poema rural y de postguerra, que habla de ganado, de lobos, y de hambre. Se la sabe al dedillo.

Mi padre no me reconoce, ni a mi madre, ni a mis hermanos; no sabe quiénes somos, ni dónde se encuentra; sin embargo, recuerda perfectamente esta poesía que hace más de setenta años aprendió en una escuela rural, Y ahí está, escuálido, recitándola en la cama  de un hospital. Ni siquiera una insuficiencia renal ni un virus estomacal han podido borrarla de su memoria.

Cuando termina se incorpora de la cama:

   Caballero—me dice sin reconocerme— ¿Me puede dar usted agua?
   Sí, claro que sí.
   Muchas gracias caballero.

Le cojo la mano y se la aprieto para darle fuerzas. ¿Quién es este hombre que me coge de la mano? Él también me aprieta. Luego me dice que le suelte, pero no lo hago. Corre el riesgo de arrancarse los sueros, sobre todo una vía central que le han colocado para que remita la infección.

En la cama de al lado el enfermo recibe la visita de unos familiares. Son de etnia gitana. La habitación se llena de gente. Mi padre los mira a través de la cortina de separación.

—Cierra las puertas, hay bandidos.
—Vale, ya las cerré. ¿Quiere que las compruebe?
—No, es peligroso. Tienen pistolas. Uno de ellos me ha disparado en la oreja.
— Era la enfermera para tomarte la temperatura…

Me mira como si estuviera loca. Yo lo acomodo en la cama y le recojo los cables de los sueros. Ahora me tutea.

— Ten cuidado no te dé la corriente.
— No te preocupes, papi…


Nunca he sido muy familiar. Mi padre era un hombre duro, a veces intransigente, casi dictatorial. Le pido que coma pero se niega con la terquedad que le caracteriza desde siempre y que el tiempo ha suavizado muy poco. Es hora de hacerle chantaje.

— ¿Has cenado?—me pregunta
— No—le contesto
— ¿Por qué?
— Si tú no comes, yo tampoco.
— Pues no comas
— Pues eso hago.

Pasados veinte minutos mi padre me indica con un dedo que me acerque a él y susurrándome al oído me dice, en estricto secreto, para que no lo oigan al otro lado de la cama:

— No soy hombre de ceder—me advierte recriminándome con el dedo— pero voy a comer para que tú lo hagas también.

Y mano a mano, frente a frente, nos comemos cada uno un yogurt.

— ¿Dónde duermes?— me pregunta.
— Aquí—le digo dando una palmada al sillón.
— ¿No tienes cama?
— No
— ¿Me voy a un lado y te dejo un sitio en la mía?
— No

Saco del monedero una fotografía, que llevo ocasionalmente desde que jugamos a un concurso en el instituto. Se trataba de reconocernos cuando éramos niños o bebés. Me la llevé para escanearla y se quedó en el monedero.

En la foto mis padres son jóvenes (más que yo ahora) y llevan a dos niños pequeños cogidos de la mano. Sus hijos. Yo soy la más pequeña, la caperucita. Caminan por la rambla y van vestidos de domingo. Mi madre lleva una chaqueta que mi padre acaba de regalarle. La mirada al infinito, ingenua, confiada… que, tras el paso de los años, desaparece, dejando tan sólo el reflejo, la esencia de lo que éramos en un viejo retrato. ¿Qué pasó? Yo, al igual que mi padre, no me reconozco en esta fotografía, tampoco a mi madre, ni a mi padre, ni a mi hermano. Éramos otras personas. Otros tiempos.






domingo, 2 de octubre de 2016

POR UNA NOCHE DE AMOR (Y OTRAS HISTORIAS)



Emile zola



La editorial Funambulista recoge— con un poco de retraso en España— cuatro relatos cortos que zola escribió para la revista rusa “El Mensajero de Europa”  a finales del siglo XIX, y que le encargó por mediación de su amigo, y escritor ruso,  Ivan Turguéniev, con la finalidad de hacer un retrato costumbrista de la sociedad francesa. Era lo que le gustaba al lector ruso de aquella época, Francia y París. Y sigue gustando hoy en día. Para un ruso, París es el centro del mundo occidental. Nunca han caído en la ilusión de trasladarlo a Londres o New York. Así que—con tal encargo— e invitado por su amigo Paul Cézanne, se trasladó a la región de Aix-en-Provence (allí, nació mi perro Fox) donde escribe y retrata el amor— ¿qué otro tema si no podría ser más apropiado?— en un ambiente de provincias, pero en la cuna del amor cortés y los trovadores.


LA SERVIDUMBRE

El amor de una joven y guapa criada por el hijo de sus señores, una tragedia de amor condenada al fracaso en Naïs Micoulin  y con un hermoso paisaje provenzal de fondo,  descrito por la impresión de zola.





EL BURGUÉS ENAMORADO

Del ambiente de los salones parisinos a las fincas en el campo en La Señora Neigon. La bella dama Louise Neigon es una buena madre y también una buena esposa. Es el relato más humorístico, y, además - ¿será esa la razón?-,  con un trasfondo político.

Estamos a primeros de mayo, y los manzanos blancos forman grandes ramilletes entre el verdor tierno de los álamos y de los olmosPero lo que me emocionaba hasta hacerme llorar era el olor a primavera que las hierbas de ambos lados del camino exhalaban a nuestro alrededor¡Y qué maravilloso fue el regreso bajo un repentino aguacero! El verde del campo era aún más tierno bajo la lluvia; las hojas y  la tierra olían bien, con un olor de amor. Louise había entrecerrado los ojos cansada y como imbuida por las voluptuosidades de la primavera.

EL NUEVO TROVADOR

 Por una noche de amor es la historia más trágica, emotiva y tierna a la vez. En la pequeña ciudad de P*** vivía Julien Michon, un joven huérfano, tosco, casi feo y sobre todo tímido. Tenía un alma tranquila y transparente; y su existencia cotidiana estaba hecha de una serie de normas fijas que le proporcionaban serenidad. Su única distracción es una pequeña flauta que aprende a tocar él solo. Hasta que un día aparece por la ventana del palacete de enfrente una bella joven El “anti- trovador” se precipita, entonces, en el infierno del amor imposible. La dama, (o anti-dama) hija de nobles y gente principal del lugar, se aprovecha del ingenuo y enomarado Julien para deshacerse  de un amante que yace muerto en sus aposentos. Julien se lo echará a los hombros y se encargará de sacarlo por la noche del palacete. Para ello, la joven le promete si lo hace una noche de amor.

Su timidez enfermiza le hacía creer que ella espiaba cada uno de sus actos para burlarse. Julien volvía a casa cabizbajo y evitaba moverse en su habitación. Más tarde, al cabo de un mes, comenzó a sufrir por el desdén de la joven. ¿Por qué no le miraba nunca? Se asomaba a la ventana, paseaba su mirada oscura sobre el empedrado desierto y se retiraba sin adivinar que él estaba allí, ansioso, al otro lado de la plaza.

LA MUJER ARTISTA

Y por último La Señora Sourdis y los entresijos del mundo de la pintura. Un matrimonio cuya alianza son los intereses y el amor hacia el arte. El proceso de degradación de un artista y la autoría encubierta de su obra. Y es que Zola fue un gran defensor de la corriente impresionista defendiéndola a lo largo de su vida con  diversos artículos, y amigo personal de grandes como Manet, Cézanne, Renoir, Degas y Pissarro. La colección particular de dichos cuadros se revalorizaba más y másaunque  todos  tenían por objeto la misma montaña




Mientras tanto, trabaje; en ello radica todo.