DE: LUISGÉ MARTÍN
“El mundo feliz” es un ensayo de
pensamiento. El libro consta de catorce capítulos sobre variados temas: la
felicidad, la libertad, la igualdad… o la posibilidad de un mundo feliz, siendo
la premisa fundamental en todos ellos que la vida es, en esencia, un acto
ridículo. Vamos, literalmente, una
mierda.
— Una Idea de Buda—me dice mi
maridito desde su sofá— popularizada en occidente fundamentalmente por Arturo
Schopenhauer. Seguro que el autor, al
igual que Schopenhauer, también tiene o tenía un conflicto no resuelto con su madre.
— Pues no sé. Creo que eso es mucho aventurar.
Para sobrevivir, afirma el autor, es necesario el engaño, lo que él describe como
LA SUSPENSIÓN VOLUNTARIA DE LA INCREDULIDAD.
Es el mismo mecanismo que interviene en la literatura o en el cine, o en
cualquiera de las artes humanas. Sabemos que lo que estamos leyendo es mentira,
pero a pesar de ello lo percibimos como si fuera verdadero.
— Le falta decir que no “hay engaño
sin autoengaño”—continúa maridito ya levantándose— como dice uno de
mis aforismos.
Y precisa de nuevo:
— No es que sea falso o verdadero,
—critica — es que al ser ficción ya estamos en el
plano en el que no rige la mentira o la verdad. Sólo en lo real se puede hablar de mentira o
verdad. En la ficción, sencillamente, no rigen esos parámetros.
— ¿Esa idea es de Jesús Maestro?—le
pregunto— ¿Crítica de la razón literaria?
Y es entonces cuando, ya incrédulos, persuadidos de que aquella representación teatral a la que asistimos será irremediablemente dolorosa e insustancial, comenzamos a desfigurar la realidad y a torcer los significados de todo para seguir viviendo. Por eso buscamos otras trascendencias, otras mentiras más humanas: la justicia, el amor sobrenatural, la belleza artística, la posteridad.
El transhumanismo, la unión del
hombre con la máquina, es irremediablemente el futuro, nos acercamos cada vez más a una sociedad con
ciertas similitudes a “Un mundo feliz” de Huxley. Sin embargo, para Luisgé Martin esto no es
necesariamente malo, sino más bien al contrario. La ciencia lleva siglos tratando de
erradicar las enfermedades, la farmacología junto con el arte alivia los
desconsuelos, queremos evitar las guerras...etc. Y sabemos que la bondad humana depende en
alguna medida de los niveles de tiroxina y triyodotironina del organismo.
Entonces… ¿Acaso es preferible
la libertad dolorosa a la servidumbre voluntaria feliz? ¿Son en realidad
diferentes la servidumbre voluntaria y la libertad?
En este sentido, Adorno acusa a
Huxley de reaccionario y moralista; de hacer prevalecer una mirada cristiana
que enaltece el sufrimiento. Así el salvaje en “Un mundo feliz” decía:
— Pero yo no quiero comodidades. Yo
quiero a Dios, yo quiero la poesía, yo quiero el peligro real, yo quiero la
bondad. Yo quiero el pecado.
Todos los esfuerzos dedicados por la humanidad a lo largo de siglos para erradicar enfermedades y mejorar la calidad de vida no pueden despacharse con esa actitud de impostura caballeresca, de desapego, de reivindicación artificiosa del espíritu sufriente del ser humano. […] Esa orgullosa concepción del dolor y del mal como parte inseparable de la condición humana es únicamente una construcción mitológica que busca aliviar el sentimiento de fracaso o de infertilidad que preside cualquier vida tarde o temprano.
La doctrina política, consecuencia
de la moral, puede resumirse en una disyuntiva: Hobbes o Rouseau.
“El hombre es un lobo para el hombre” idea de Plauto y popularizada por Hobbes,
lo que nos indica que hay que mejorar la naturaleza humana, o “La naturaleza ha
hecho al hombre feliz y bueno, pero la sociedad lo deprava y lo hace miserable”
dijo Rouseau y cuya consecuencia es intentar mejorar los sistemas sociales,
base del pensamiento izquierdista puro: lo que genera sufrimiento es la
estructura social, no la naturaleza humana.
Las teorías marxistas, por ejemplo, lo confían todo a la estructura
económica de la sociedad, que, una vez modificadas, traerían la concordia
universal a la tierra, olvidándose de otros males de la vida como el desamor,
la envidia, la falta de talento...
El utilitarismo (Jeremy Bentham)
nace de las ideas de Hume y es una doctrina que habla de la felicidad. En su
formulación matemática considera que una acción éticamente correcta es aquella maximiza la suma de las
felicidades ponderadas de los individuos a los que afecta.
Somos gregarios, imitativos, emocionalmente dependientes. Siempre nos vemos en el reflejo de los demás y repetimos sus palabras. Aprendemos a pensar con los pensamientos de otros—o contra los pensamientos de otros—e, incluso los más libertarios y extravagantes sienten alguna vez el pulso de la tribu.