LA CONJURA

jueves, 17 de marzo de 2022

EN LA ORILLA




El negocio familiar de Esteban es la carpintería heredada de su padre y de su abuelo en un pequeño pueblo de la costa en el levante español. La carpintería ha quebrado, dejando en paro a los trabajadores. La causa ha sido la alianza con una constructora en plena locura del ladrillo y los negocios fallidos de ambas empresas.


El protagonista, Esteban, es un antihéroe de nuestro tiempo, en el sentido de que es un hombre mediocre y oscuro. Sin embargo, no ha sido un trepa como algunos de sus amigos. No se ha metido en política, no ha explotado a inmigrantes. De joven, abandonó la carrera de Bellas Artes para regresar a la casa familiar donde se hizo cargo de la carpintería, oficio que, por otra parte, detestaba. Cuando viene a darse da cuenta, tiene setenta años y la vida se ha terminado. (Error del autor, a los setenta años se está en la flor de la vida). No ha conseguido ser escultor (ni siquiera ebanista) y vive junto a su padre con el que nunca se ha llevado bien y al que ha de cuidar. No se ha casado; su novia, Leonor, lo abandonó y se casó con Francisco, uno de sus amigos, el amigo snob e intelectual.


De las cuatrocientas páginas de la novela sobran más de la mitad. “En la orilla”es un extenso monólogo repetitivo, donde no parece haber hilo conductor. Pero yo he seguido leyendo sin abandonar y no sólo porque la novela esté bien escrita, (que lo está, pero no lo está), sino porque hay ciertas páginas lúcidas, bien escritas y desgarradoras a la vez, que justifican todas las demás.


Rafael Chirbes divaga, es pesadito con sus digresiones, y parece querer rellenar páginas dándole vueltas a la misma cosa una y otra vez. Pero es también un gran escritor, sabe reflejar la desesperanza del individuo y de la sociedad actual, la crudeza de la mera existencia, de las aspiraciones no cumplidas que emponzoñan el entorno, la corrupción y el pelotazo de los arribistas, la explotación de los emigrantes, las putas, la droga de la cocaína, y de fondo, un metafórico pantano donde va a parar toda la carroña.


Un autor realista que sintetiza el existencialismo de su juventud con la corrupción de su vejez.



Con todo lo que sabes, perrito, con lo que has aprendido, con esa agilidad con la que mueves tus patas al correr y la armonía con que arqueas el lomo, la habilidad con que olfateas y encuentras las presa y la diligencia con que me la entregas, tú también vas a decirle adiós a esto (dejarás de formar parte de todo esto). Qué le vamos a hacer. Pienso así y es el único momento, la llave del contacto entre los dedos, y mi mirada fija en la del perro, en que vacilo y siento ganas de llorar. El muy cabrón. El perro.


Como el pescado, como los cuerpos, las ilusiones mueren y apestan después de muertas y emponzoñan el entorno. Aspiraciones descompuestas, fermentadas, también en ellas sospechas de pudrición: la justicia más como castigo que como bálsamo. Fingía mantenerse por encima de todo, agazapado a la espera de que pasaran los tiempos difíciles, como si su propia vida se mantuviera en suspenso, y el esfuerzo por creérselo era el fluido que lo alimentaba fortaleciéndolo para que lo de fuera no lo quebrase.



Se ha hecho así siempre y se hace hoy; nosotros mismos hemos adquirido en pocos años ese privilegiado estatuto, el espejismo de que todos somos señores: en remotas naves industriales los obreros matan y despellejan y descuartizan y tazan y envasan los animales que consumimos una vez convertidos en objetos aceptablemente asépticos.



Los vivos se nutren y engordan a costa de los muertos. Es la esencia de la naturaleza. Basta ver los reportajes de fauna de la tele, aves enormes tirando con el pico de las tripas de la víctima, peleándose entre sí; la leona que escarba en la carne ensangrentada de la cebra […] A mayor cantidad de carroña consumida, el vuelo es más alto y majestuoso. Desde luego, más elegante. Nada que esté fuera de la condición de la naturaleza.


En esas hojas del calendario no nacemos, ni cumplimos años, ni padecemos enfermedades, ni empezamos a acudir a la escuela; tu madre muere durante esos años y no aparece. No merecemos ni una mención, no formamos parte del avance del mundo, no conmovemos a ningún dios, estamos fuera de ese sistema universal del dolor y de la injusticia.


Mi mano cogida de la mano de mi tío, recorriendo las casetas. ¿Poner así de lejos la felicidad? En el tiempo, me refiero a alejarla tanto en el tiempo.


Si no sabes de qué estás compuesto y de qué se compone lo que usas o lo que transformas con tu trabajo, no eres nada, Mulo de carga. El conocimiento convierte el trabajo en razonable, y a ti en un hombre que piensa, hombre es sólo el que piensa. Para millones de personas el trabajo es la única actividad que los desasna y civiliza. Para otros una forma de embrutecerse a cambio de pesebre o dinero.


Al final todo se borra, aunque pasará un tiempo hasta entonces, ya sabes que el rencor dura bastante más que el amor.


Te lo digo siempre, ni el mal ni el bien vienen para quedarse, están con nosotros un rato, y luego se van, siguen su camino hacia otra parte, se ocupan de otra gente, de casas que no son la nuestra. La suerte es inestable.


Me lo ha enseñado casi todo, excepto esa manera desesperanzada de mirar el mundo, la seguridad de que no hay ser humano que no merezca ser tratado como culpable. Eso lo he heredado con la sangre de mi padre, se me ha transmitido con la aspereza de su voz y la dureza de su mirada. Como diría Leonor: un hombre en guerra que se prepara para librar la batalla más importante. Eso sí que me lo ha enseñado él, que no me toleró ni un gramo de la ingenuidad que se necesita para poder aspirar a algo.


De buena mañana, antes de salir he sacado a la terraza la jaula con el jilguero y le he abierto la puerta […] Además se me hizo un nudo en la garganta cuando pensé que él tampoco se libraría del desastre. No está acostumbrado a buscarse la comida, a defenderse de esos minúsculos enemigos que pueblan el entorno, será difícil que sobreviva en libertad. A pesar de todo, ha sido hermoso verlo salir volando, hundirse en este cielo diáfano de invierno: la leve gasa de la mañana, la precisión del vuelo del pájaro, la quebradiza luz del sol naciente que empañaba en suave oro el azul. El conjunto transmitía ilusión de libertad, un gozo incontaminado.


Añoro sobre todo, que las cosas no hayan sido distintas para mí, no esta provisionalidad que se alarga y dura decenios y, cuando te das cuenta, la vida se está acabando, y las cosas no han ido por donde uno había previsto, no se dejan controlar.


Pienso una noche tras otra en la gente que conocí y no he vuelto a ver; de algunos recuerdo apenas sus nombres, a ninguno sabría cómo encontrarlo, no nos une ni un conocido en común, nada, gente caída al fondo del saco, pienso en los que se han ido--¿ quiénes de ellos? ¿cuántos?