LA CONJURA

sábado, 28 de enero de 2017

LA PROMESA DEL ALBA


 ROMAIN GARY




Mientras leía “la promesa del alba” mi padre enfermó; lo ingresaron en Urgencias, en un pequeña  habitación  donde se atiende a  los pacientes  más graves. En ese lugar no dejan entrar a familiares, pero con nosotros hicieron una excepción, tal era su gravedad.  NUNCA, por tanto,  OLVIDARÉ ESTE LIBRO. Lo acompañé, en  su última noche, con él en las manos, y mientras lo miraba, las páginas abiertas me parecían, en ese momento, absurdas  e ilegibles.   


Las lecturas que nos acompañan en la vida, nos ofrecen una historia alternativa a nuestra propia existencia, y debemos compartirla  con los sucesos que realmente en ella acontecen. Empecé, sin embargo,  esta novela con alegría e ilusión, luego se tornó dura e inexpugnable, pero tengo que decir que he terminado con cierta  esperanza. Sucede, quizás, con la vida humana.


Una amiga me recomendó "La promesa del alba", según ella, también la recomendaba  el escritor suizo-francés Jöel Dicker.  El autor, Romain Gary, marido de la famosa actriz Jean Seberg, musa de la nouvelle vague y protagonista de la inolvidable "Al final de la escapada", fue un judío de ascendencia lituana, nacionalizado francés. Este libro es parte de su autobiografía y un HOMENAJE a  su madre. Y verán la razón.





ARGUMENTO: Romain Gary narra su infancia en Rusia, Polonia y  Francia,  país  este último que su madre idolatraba y que consideraba cuna de la civilización,  como un mito fabuloso,  una especie de país similar a una obra maestra poética. Su madre, una mujer extremadamente luchadora, vivió únicamente para su hijo, al que le hizo arrancar dos promesas: sería un gran escritor;  un escritor de renombre ( tipo Dostoievsky) y  también llegaría a ser embajador de Francia. Mientras que el propio autor no  tenía muy claro alcanzar dichas metas y luchó toda su vida para conseguirlo, su madre nunca dudó de la capacidad de su hijo.




No he conseguido enderezar el mundo, vencer a la necedad y a la maldad, devolver a los hombres la dignidad y la justicia, pero por lo menos gané el torneo de ping-pong de Niza en 1932, y cada mañana me sigo tumbando para hacer mis doce abdominales, así que no hay por qué descorazonarse.


Pues bien, Román Gary, consiguió dos veces el mayor premio de las letras francesas, el Goncourt, (algo inaudito, teniendo en cuenta que sólo se permite ganar una sóla vez, por lo que en la segunda ocasión,  tuvo que presentarse con un pseudónimo). No llegó a embajador pero sí a Cónsul de Francia en Los Ángeles. Y su madre hubiese estado muy orgullosa con las condecoraciones oficiales que le concedieron por sus méritos como aviador en la II Guerra Mundial: Caballero de la Legión de honor y Héroe de la Liberación.

Se llamaba Bouquillard y, a sus treinta y cinco años, era de lejos el mayor de entre nosotros. Se convirtió en el primer “as” francés de la batalla de Inglaterra. No tiene una calle en París, pero para mí todas las calles de Francia llevan su nombre.


De los cincuenta aviadores que estábamos allí, solo tres seguían vivos cuando acabó la guerra. Durante los duros meses que siguieron, diseminados por el cielo inglés, el cielo francés, el cielo ruso o el cielo africano, ellos solos derribaron más de ciento cincuenta aviones enemigos, antes de caer a su vez. Mouchotte, cinco victorias; Castelain, nueve victorias; Marquis, doce victorias; Léon, diez victorias; Poznanski, cinco victorias; Daligot ¿Para qué murmurar estos nombres que ya no dicen nada a nadie? Para qué, si en realidad nunca me han abandonado. Todo lo que queda en mí de vivo les pertenece. De vez en cuando me parece que solo sigo viviendo por educación, y si todavía dejo que me lata el corazón es tan solo porque  siempre me han gustado los animales.

Acababa de visitarme el afán por la obra maestra y ya nunca iba a abandonarme. Poco a poco, empezaron a temblarme los labios, mi cara hizo un gesto contrariado y empecé a gritar de rabia, de miedo, de asombro.
Desde entonces me he hecho a la idea y, en lugar de gritar, escribo libros.


MAGNITUD DE LA FIGURA MATERNA. (SPOILER) Cuando, por fin, Romain Gary cumplió su promesa y volvió a casa cubierto de gloria, tras combates victoriosos, condecoraciones, y una primera novela publicada;  descubrió que su madre, había fallecido tres años antes; pero, una mujer tan previsora como ella y tan luchadora,  había dejado cartas escritas a su hijo, ordenando a  una amiga que se las enviase al frente,  con el fin de alentarlo y acompañarlo, como siempre hacía.




Según dice Adolfo García Ortega en el prólogo, Gary atacaba a la condición humana pues consideraba que el yo es siempre un yo diluido y nada enfático, en realidad el “yo” no existe. Contaba historias contra sí mismo porque no sólo se trataba de él, sino del “yo” de todos, de nuestro pobre y pequeño reino del Yo, tan cómico, con su sala de trono y su muralla fortificada.- “ Al final mutó en francés integral, algo así como un Foucault de las letras”- me dice mi maridito desde su sofá.


Jamás he podido soportar la visión de una criatura víctima de lo que no puedo describir sino como una especie de incomprensión lúcida de su condición. Jamás he podido tolerar el espectáculo de un ser abandonado, hombre o animal, y , en sus actitudes, mi madre tenía el intolerable don de encarnar todo aquello que puede haber de trágicamente mudo en ambos.


Cuando mi viejo deseo de amistad vuelve a invadirme y pienso en mi gato Mortimer, enterrado en un jardín de Chelsea, en mis gatos Nicolás, Humphrey, Gaucho, y en Gaston, el perro sin raza, que me abandonaron hace mucho tiempo, me basta con alzar la mano y tocarme la punta de la nariz para imaginar que todavía estoy acompañado.



El humor es una declaración de dignidad, una afirmación de la superioridad del hombre sobre lo que le sucede.

Siempre he soñado con que una mujer me arruinara moral, física y materialmente: debe de ser maravilloso que no te importe qué hacer con tu vida.


Siempre hay algo que permanece. Entonces casi—casi— llego a creer que en mí ha quedado algo de lo que era hace veinte años, que no he desaparecido del todo.

En realidad he hecho lo que he podido.

Después de la guerra estuve bastante enfermo porque no podía pisar una hormiga ni ver un abejorro en el agua, y, por fin escribí todo un grueso libro en el que reclamaba que el hombre tomase la protección de la naturaleza en sus propias manos. No sé qué veo exactamente en los ojos de los animales, pero su mirada tiene una especie de muda interpelación, de incomprensión, de pregunta que me recuerda algo y me turba del todo.

Mi vida está llena de ocasiones perdidas.

Intentaré quedarme aquí un momento, escuchando, porque siempre tengo la impresión de que estoy a punto de entender lo que me dice el océano. Cierro los ojos, sonrío, escucho Todavía me quedan estas curiosidades. Cuanto más desierta está la orilla, más poblada me parece.


Terminé el libro como pude pues mi padre seguía enfermo y estábamos de idas y venidas al Hospital. Y no me arrepiento. Al final, me ha dejado un buen sabor de boca sus últimas palabras, su frase final  que más bien parecen elegidas y dictadas por mi propio padre que esa  noche, en su enfermedad, ya  no me podía hablar:  “ ..HE VIVIDO”.


                                                                                               MI PADRE EN IBIZA