LA CONJURA

sábado, 15 de febrero de 2014

El alcalde de Cincinnati




Estaba yo esta navidad  pasada en el hospital acompañando a mi padre, intentado  pasar las horas como podía. Era de noche y me disponía a preparar una especie de cama en ese sillón que la seguridad social nos proporciona a los familiares. Mi padre había tenido primero pancreatitis de la que se recuperó en cuatro o cinco días pero después le bajaron alarmantemente los niveles de azúcar y por último le dio fiebre como consecuencia de una infección.


Bien, pues esa noche el acompañante de la cama de al lado de la de mi padre se apoderó del mando de la TV poniéndola en  uno de esos canales de realitys americanos. Mientras mi padre dormía pude ver al alcalde de Cincinnati, disfrazarse de mendigo, de pinche de cocina y de ayudante de cobrador de la zona azul. El programa consistía en que el alcalde, un joven afroamericano con pinta de Eddie Murphy,  pasaba de incógnito por todos estos trabajos, para conocer la realidad de su ciudad. Finalmente citaba en su despacho del ayuntamiento a los compañeros o jefes con los que había trabajado para decirles, oh sorpresa,  que él en realidad era el alcalde.


A todos les iba a ayudar y mejorar las condiciones de trabajo. A la señora que había sido su jefa en los parquímetros de la zona azul, una mujer de unos cincuenta años, que apenas sobrevivía con su trabajo, con dos hijos, uno de ellos disminuido, con serias dificultades para desplazarse, le prometía una plaza en un hospital o fundación específica en tales enfermedades.

Me quedé dormida entre los lamentos de un enfermo que se oían al otro lado del pasillo  y la imagen del alcalde de Cincinnati.

De vez en cuando me levantaba para tapar a mi padre y que no se resfriara.