LA CONJURA

miércoles, 19 de noviembre de 2014

ÁRTICO

DE

JUAN DE DIOS GARCÍA


Cuando leo poesía intuyo más que entiendo porque el poema vive y evoluciona en el alma del lector, también en las del propio autor, en toda la extensión de la conciencia.

¿Por qué matar la mariposa escondida dentro de su cabeza? ¿Por qué Ártico?

Juan de Dios García es un poeta cartagenero, oriundo de Almería, con cierto aire al actor Matthew Rhys,  y  al que he visto en dos ocasiones. La primera, en la presentación de su libro de poemas, y después en un recital de poesía en la Casa del libro de Cartagena, con su mujer Zoraida. Por lo que he conocido de él  y por lo que he leído, es un autor que desprende generosidad y verdad.
 Eso se nota. Y es para nota.





Seguir leyendo, seguir viviendo, anteponiendo la “parte” al “todo”, dice Juan de Dios en uno de sus poemas iniciales “Este es el plan”. ¡Y qué buen plan! ¡Yo me apunto!: Escapar antes de que la realidad nos detenga y nos pudra.

Un gran poema central, para mí uno de los mejores. Se titula: “TRAICIONADO”. No puedo evitar emocionarme al leerlo y pensar  egoistamente en algunos versos: ¡Cómo no se me ocurrió a mí antes decir esto o aquello!

En la soledad nadie puede herirme.
La noche estira el frío hasta esta cala.
Tengo puesto el abrigo con el que enterré a padre
Y gritan las gaviotas
en la oscuridad del acantilado.

La soledad pegada a los zapatos.
Las olas suicidándose
ante la indiferencia del escollo.
Territorio fantasma, geografía perdida.
Los sueños no aparecen en los mapas.
La vida no es más que una
comedia de argumentos excelentes,
hotel del fin del mundo
en mitad de una calle con vistas al pasado.
La cocaína amarga, como yo.

¿Quién estará pensando en este mismo
instante, al otro lado del planeta,
en esta soledad?

Simplemente se trata de cerrar
puertas, abrir ventanas. No es la vida
una ciencia precisa.

Estoy hablando solo.

Un pueblo primitivo bautizó
el llanto como “lluvia de los tristes”
¿A quién le importarán estas metáforas?

El mar me exige. Escucho
cómo escupen las olas cuando saltan,
la playa reordenando sus arenas,
cómo está diluviando en esta estrofa.

Sin cadáver no hay literatura.

Una bala de plata: pentagrama de luto.

Qué triste, qué real, me recuerda el cuadro de “El caminante sobre el mar de nubes”.




Dice mi maridito, cuando le enseño la poesía, que es filosófica. La califica como existencial, global, familiar y naturalista. Eso dice, mientras recoge los platos en el lavavajillas, pues acabamos de comer y yo estoy sentada al ordenador (tenemos uno en la cocina). Y luego me habla sobre el poema de Juan de Dios y el cuadro de Friedrich, y me dice algo precioso, romántico, que transcribo a continuación:

El infinito y el hombre ante el infinito,  es básicamente triste, real, concepto que caracterizará a Occidente y que  ya tuvo su ocaso,  y su recuerdo es lo que escribimos hoy en día.
Ese es el cadáver, esa es la literatura.


 Juan de Dios me recuerda a otro gran poeta amigo mío: Antonio García Soler. Los dos proceden de Almería, los dos con poemas al padre perdido; a uno conozco bastante, al otro poco, pero a los dos admiro.
Dice la madre de Juan de Dios:
Venimos de la nada
y a la nada llegamos,
eso dijo mi madre en el entierro.
Y dice la tía de Antonio García Soler:
Si to es na, nene, na

Y para terminar y siguiendo en la línea de Mariplatónica,  pongo la música que, acertadamente o no, me inspiran estos poemas: Cavallería Rusticana. Intermezzo.  Ahí va.







viernes, 14 de noviembre de 2014

NOS VEMOS ALLÁ ARRIBA

DE
PIERRE  LEMAITRE

Galardonada con el Premio Goncourt 2013, y por tanto,  un éxito de ventas en Francia. Por cierto, el éxito de este premio no es la cuantía económica – tan sólo 10 € —sino las ventas millonarias que supone regalar el libro en navidad. Es una costumbre francesa,  como  Sant Jordi en Cataluña.


Te doy cita en el cielo, donde espero que Dios nos reúna. Nos vemos allá arriba, mi querida esposa…
(Últimas palaras escritas por Jean Blanchard, el 4 de diciembre de 1914, fusilado por abandonar su puesto y rehabilitado años más tarde)


Historia de dos soldados en la I Guerra Mundial,  gravemente heridos y enfrentados a un oficial,  que es un asesino y que usa la contienda en beneficio propio, caiga quien caiga.

La narración resulta un folletín altamente adictivo, con personajes maniqueos. Comienza el libro con el  absurdo ataque de una unidad francesa  el día antes del armisticio. En este ataque se unirá el destino de dos soldados: uno de ellos, Édouard, queda  terriblemente desfigurado cuando salva la  vida a Albert, al desenterrarlo de un hoyo producido por un obús.

Édouard Péricourt, con grandes dotes para el dibujo, procede de una familia adinerada e influyente, sin embargo, al terminar la guerra se niega a volver a su casa.  Albert Maillard, que está en deuda con él,  lo ayuda,  falsifica documentos para que le den por muerto, trabaja, busca comida,  y le proporciona morfina  para los dolores que sufre y de la que al final  se hace adicto.

 Después de la guerra los dos amigos tratan de sobrevivir…

… así es como acaba una guerra, mi querido Éugene, con un inmenso dormitorio lleno de tipos exhaustos a quienes  ni siquiera son capaces de mandar a casa en condiciones. Nadie que te diga una palabra o simplemente te estreche la mano. Los periódicos nos prometían arcos de triunfo, pero nos amontonaron en barracones abiertos a los cuatro vientos. “La emocionada gratitud de una Francia reconocida”, se ha convertido en continuas pejigueras, nos regatean los 52 francos del peculio, nos escatiman la ropa, la sopa y el café, nos llaman ladrones.



Lo que más me ha gustado de la novela es el inicio.


Todos los que pensaban que aquella guerra acabaría pronto habían muerto hacía mucho tiempo. Precisamente a causa de la guerra.
               

¡ Y qué verdad es ¡  Apto para leer estas navidades.


Y  al puro estilo  Mariplatónica, yo también voy a poner música, porque viene al hilo de la novela y porque me gusta muchísimo esta habanera: El Soldado