LA CONJURA

martes, 25 de mayo de 2021

EL RELOJ DE CUCO

 


Gloria Lago, pretende con este libro restituir la memoria de su abuelo y de su padre, condenados injustamente por la venta en los años sesenta de licor y aguardiente fabricados con alcohol metílico. Un distribuidor sin escrúpulos les distribuyó alcohol no apto para el consumo humano en una época en que los controles gubernamentales eran casi inexistentes, lo que produjo una grave intoxicación alimentaria y la muerte de varias personas. Un hecho traumático que marca la historia de esta familia.

Pero “el reloj de cuco” es algo más que la reparación de una injusticia. Al narrar, la autora, convierte lo común de una época, de una cultura y de un país en una experiencia y nos asombra el retrato de familia por querer contar la verdad de forma tan modesta y sin embargo mágica. Así que el lector se queda con ganas de saber más de esta familia viguesa de principios y mediados del siglo XX, de doña Pepita, de Fina y sus novios, del abuelo Román y su misterioso padre. Una serie de personajes construidos con naturalidad y soltura, y recreados en un ambiente y costumbres que muestra la imagen de de una época.


La Toja era un lugar de sabores de verano, de agua fresca de mar y de noches de calor apasionadas. Pepita vivía apasionadamente cada momento. En la isla se conocían todos, los huéspedes habituales del hotel y los que alquilaban las villas.


Tenía una corsetería cerca de la plaza del Ayuntamiento en la que también se vendían artículos de mercería y se reparaban muñecas de porcelana. Había tenido la ocurrencia de ponerle de nombre La gardenia, a pesar de que en el bajo del local había un bar que los inundaba con olores de fritura de “chincho” y sardina. Pilar pasaba allí más tiempo del necesario, en parte para llenar las horas vacías sin hijos a quienes cuidar, pero también para vigilar a Carlos, que se ofrecía a ajustar las fajas y los ceñidores de las señoras con la disculpa de que, al fin y al cabo, a él, como a un médico, le movía un interés puramente profesional.


Los domingos, si el tiempo acompañaba, iban de excursión en tranvía o autocar de alquiler hasta la playa de Samil o a la villa de Bayona bordeando la ría. Les gustaba caminar hasta el rompeolas, más allá del castillo, para contemplar el espectáculo de las olas estrellándose contra las rocas.



Entonces se quedaba con los ojos cerrados mientras él le relataba cómo volaban las gaviotas hacia la costa presagiando la llegada de la lluvia. Guiada por sus palabras, podía ver los cambios de color en el mar cuando las nubes cubrían el cielo y le estremecían los esfuerzos de un pescador temerario que hacía equilibrios sobre las rocas mientras sujetaba su caña fuertemente entre las manos.