LA CONJURA

domingo, 11 de octubre de 2015

ALONSO QUIJANO, EL BUENO O " EL QUIJOTE DE CERVANTES"




Después de leer la segunda parte del Quijote me dispongo a hacer una reseña. Pero… ¿Qué decir que no se haya dicho ya sobre el ingenioso y famoso hidalgo de la Mancha? ¡Tamaña empresa me resulta imposible! De hecho, mi maridito se me acerca a traición, por la espalda, y me dice con sorna “¿Qué estás haciendo? ¿La reseña del Quijote?”  Me levanté del ordenador y le dije:

¿Leoncitos a mí? ¿A mí leoncitos, y a tales horas?




A lo que mi maridito me contesta: “que soy un tigre, no un leoncito”

Pero mi intención no es otra que dar la opinión de un lector más, señalar lo que me ha hecho reír a carcajadas, lo que me ha conmovido o simplemente aquello que me ha llamado la atención, con el único afán de contar cuánto he disfrutado leyendo el libro, todo esto sin tener yo mucha idea. Francisco Rico, cervantista de pro,  lo dice bien claro: “El quijote es una charla  para reír “, es decir, una “lucha entre el deseo y la realidad”.

Para leer el Quijote lo primero que hay que hacer es comprarse una buena edición. Este punto es imprescindible para terminar con éxito la lectura. Yo he utilizado la edición de Rico, que me la recomendó el librero Diego Marín,  y ha resultado ser excelente. Además del texto de la obra, I y II Parte, dispone de una compilación de refranes, temas y pasajes memorables, citas, obras y autores… etc. Las notas están a pie de página y no al final, lo que facilita la lectura. Y para aquellos que nos gustan hacer anotaciones, tiene varias hojas en blanco al final del libro para poder escribir lo que convenga.



Don Quijote es un loco especial. Es tan tierno. Y sólo está loco a ratos. Sí,  ya sé que en lo tocante a las órdenes de caballería el hombre está de remate, pero en otras facetas  conserva intacto su juicio, es una persona prudente y  bien razonada.

 Así que, cuando le pregunta Don Diego, el caballero de verde gabán sobre la educación de su hijo, éste se asombra del análisis y razonamientos que hace Don Quijote, a pesar de ser ese mentecato encontrado en el camino. Dice de él lo siguiente:

“Es un entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos”



El hijo de Don Diego quiere ser poeta pero su padre no lo tiene claro y pide consejo a D. Quijote.
Dice Don Diego Miranda, el caballero del verde gabán:

Todo el día se le pasa en averiguar si dijo bien o mal Homero en tal verso de la Ilíada; si Marcial anduvo deshonesto o no en tal epigrama; si se han de entender de una manera o de otra tales y tales versos de Virgilio”

A lo que Don Quijote le responde, entre otras muchas cosas:

“En lo de forzarles que estudien esta o aquella ciencia, no lo tengo por acertado, aunque el persuadirles no será dañoso, y cuando no se ha de estudiar para ganarse el pan… sería yo de parecer que le dejen seguir aquella ciencia a que más le vieren inclinado, y aunque la poesía es menos útil que deleitable, no es de aquellas  que suelen deshonrar a quien las posee. La poesía, señor hidalgo, a mi parecer es como una doncella tierna y de poca edad y en todo extremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de a autorizar con ella; pero esta tal doncella no quiere ser manoseada, ni traída por las calles, ni publicada por las esquinas de las plazas ni por los rincones de los palacios. Ella es hecha de una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo de inestimable precio; hala de tener el que la tuviere a raya, no dejándola correr en torpes sátiras ni en desalmados sonetos; no ha de ser vendible en ninguna manera…”

Sigue diciéndole D. Quijote a Lorenzo, el poeta, sobre los premios literarios:

“Y si es que son de justa literaria, procure vuestra merced llevar el segundo premio, que el primero siempre se le lleva el favor o la gran calidad de la persona, el segundo se le lleva la mera justicia, y el tercero viene a ser segundo, y el primero, a esta cuenta, será el tercero”


Los razonamientos de D. Quijote son admirables:

a)      Sobre la libertad:

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres… que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recibidas son ataduras que no dejan campear el ánimo libre. ¿Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!

b)      El silencio:
“porque en aquel sitio el mismo silencio guardaba silencio a sí mismo”

c)       La valentía:

“No huye el que se retira—respondió don Quijote—, porque has de saber, Sancho, que la valentía que no se funda sobre la base de la prudencia se llama temeridad, y las hazañas del temario más se atribuyen a la buena fortuna que  a su ánimo. Y, así, yo confieso que me he retirado, pero no huido, y en esto he imitado a muchos valientes que se han guardado para tiempos mejores, y de eso están las historias llenas”.

d)      El mundo, artíficos y apariencia:
“en esta aventura se deben de haber encontrado dos valientes encantadores, y el uno estorba lo que el otro intenta: el uno me deparó el barco y el otro dio conmigo al través. Dios lo remedie, que todo este mundo es máquinas y trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más”.

e)     Sobre el mono adivino y las artes adivinatorias:
“Ahora digo, que el que lee mucho y anda mucho ve mucho y sabe mucho… No me entiendes, Sancho: no quiero decir sino que debe de tener hecho algún concierto con el demonio de que infunda esa habilidad en el mono, con que gane de comer, y después que esté rico le dará su alma, que es lo que este universal enemigo pretende. Y háceme creer esto el ver que el mono no responde sino a las cosas pasadas o presente, y la sabiduría del diablo no se puede extender a más, que las por venir no las sabe si no es por conjeturas, y no todas veces, que a solo Dios está reservado conocer los tiempos y los momentos, y para Él no hay pasado ni porvenir, que todo es presente. Y siendo esto así, como lo es, está claro que este mono habla con el estilo del diablo”.

f)       Los gobernantes:

“y más que ya por muchas experiencias sabemos que no es menester ni mucha habilidad ni muchas letras para ser uno gobernador, pues hay por ahí ciento que apenas saben leer, y gobiernan como unos gerifaltes.; el toque está en que tengan buena intención y deseen acertar en todo, que nunca les faltará quien les aconseje y encamine en lo que han de hacer, como los gobernadores caballeros y no letrados, que sentencian con asesor. Aconsejaríale yo que ni tome cohecho ni pierda derecho, y otras cosillas que me quedan en el estómago, que saldrán a su tiempo, para utilidad de Sancho y provecho de la ínsula que gobernare”

g)      La hermosura:
“—Advierte, Sancho—respondió don Quijote—, que hay dos maneras de hermosura: una del alma y otra del cuerpo; la del alma campea y se muestra en el entendimiento, en la honestidad, en el buen proceder, en la liberalidad y en la buena crianza, y todas estas partes caben y pueden estar en un hombre feo; y cuando se pone la mira en esta hermosura, y no en la del cuerpo, suele nacer el amor con ímpetu y con ventajas. Yo, Sancho, bien veo que no soy hermoso, pero también conozco que no soy disforme, y bástale a un hombre de bien no ser monstruo para ser bien querido, como tenga los dotes del alma que te he dicho”.


La relación que existe entre D. Quijote y D. Diego Miranda, el del gabán verde, es muy diferente a la relación que tiene con los duques del castillo.  Para mí la diferencia es fundamental. En los dos casos,  Don Quijote y Sancho Panza son invitados a la casa, o al castillo, respectivamente. Pero, mientras el caballero del Gabán Verde le pide consejo, le ofrece su cómoda casa de caballero labrador y rico  y lo convida de una forma limpia, abundante y sabrosa, con un trato admirable; los duques no hacen sino burlarse de Don Quijote y  Sancho Panza, los agasajan con banquetes, con falsos halagos, para prepararles historias y componendas con las que reírse de ellos; en especial el episodio de la condesa Trifaldi o la dueña Dolorida, encantada por Malambruno y que para ayudarla, Don Quijote y Sancho Panza, han de viajar por los aires a lomos del caballo Clavileño.



A pesar de las desventuras que vienen sufriendo, Sancho Panza, es un escudero fiel. En este sentido, la  duquesa no entiende a Sancho Panza. Si éste sabe que Don Quijote está loco, y sin embargo, le sirve y le sigue.  ¿Por qué?  El escudero es  contundente en sus principios  y le contesta a la duquesa:

     Par Dios, señora—dijo Sancho—, que ese escrúpulo viene con parto derecho, pero dígale vuesa merced que hable claro, o como quisiere, que yo conozco que dice verdad, que si yo fuera discreto, días ha que había de haber dejado a mi amo. Pero ésta fue mi suerte y ésta mi maladanza; no puedo más, seguirle tengo; somos de un mismo lugar, he comido su pan, quiérole bien, es agradecido, diome sus pollinos, y, sobre todo, yo soy fiel, y, así, es imposible que nos pueda apartar otro suceso que el de la pala y azadón.

Don Quijote debe regresar a su casa y dejar la caballería durante un año por una promesa hecha al caballero de la Blanca Luna, que lo reta en duelo y le vence. Pero Don Quijote, que continúa en su desvarío, decide ahora, al dejar la caballería, hacerse pastor:

¡Oh Sancho! Que nos convirtiésemos en pastores, siquiera el tiempo que tengo de estar recogido. Yo compraré algunas ovejas y todas las demás cosas que al pastoral ejercicio son necesarias, y llamándome yo el “el pastor Quijótiz” y tú “el pastor Pancino”, nos andaremos por los montes, por las selvas y por los prados….

 D. Quijote llega a su casa y cae enfermo. Antes de morir recobra el juicio.

Yo tengo juicio ya libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de caballerías. Ya conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa leyendo otros que sean luz del alma.

Cervantes es de esos escritores, dice Mariplatónica, de frases contundentes cuya agudeza encierran un pensamiento valiente, único, y eso es lo que distingue a un gran escritor.  Según Hermosilla,  Cervantes  experimentó el infortunio y la tristeza en grado sumo, en la guerra, y en la cárcel, un hombre que conoció los  límites de la desesperación, y lejos de doblegar su espíritu, se hizo más fuerte y agrandó su conocimiento del alma humana.

— ¡Ay!—respondió Sancho llorando—. No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese de esa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada…


Y así murió Alonso Quijano, el Bueno, que con ese nombre era en verdad conocido, por ser un hombre fundamentalmente bueno.