LA CONJURA

sábado, 15 de abril de 2017

DREW BARRYMORE




Soy profesora. A lo largo de mi carrera he impartido diferentes niveles de enseñanza, desde formación profesional, ciclos de grado medio y de grado superior, hasta optativas de bachillerato que tienen que ver con el Derecho y la Economía.

Me siento bastante incómoda cuando un profesor se alaba a sí mismo. Que si un alumno le ha dicho  esto o aquello, o lo bueno y  enrollado que  es. La mayoría de las veces,  flores que se echan sin ningún merecimiento. Claro que hay halagos que son justos, e incluso se quedan cortos. Pero suele ocurrir casi siempre que los más meritorios son los más prudentes.

Durante muchos años impartí clases en un Programa de Cualificación Profesional Inicial. (PCPI). Esto es, unas enseñanzas de FP  (formación profesional) que recogen a aquellos alumnos que por diversas circunstancias están ya fuera del sistema educativo normal. Suelen ser adolescentes con graves problemas de exclusión social, por razones familiares, étnicas, drogadicción, faltas muy graves de indisciplina etc.  Estos alumnos son apartados del sistema educativo tradicional y se les envía allí, al PCPI. Por supuesto no tienen ningún título, ni perspectivas de obtenerlo pues apenas saben leer o escribir o hacer cálculos.

No afirmo tampoco que los titulados sepan hacer bien esas cosas.



Ni que decir tiene que las CLASES  resultan MUY DURAS, y uno hace lo que puede o lo que sabe, o le que le dejan, con la mejor voluntad.


En honor a la verdad, cogí este programa por cuestiones burocráticas; en parte porque me convenía y, confieso, que no fue por vocación. No soy una excelente profesora aunque tampoco soy mala. Así que, por diversas razones, estuve varios años ejerciendo en ese programa.

De mis alumnos de aquella época no recuerdo sus nombres, pero sí a muchos de ellos y sus circunstancias. Entre los pocos que recuerdo su nombre había una alumna que se llamaba MIRIAM.

Tendría unos quince o dieciséis años cuando llegó a mi aula, venía “derivada” de la ESO y no le interesaba ningún estudio. Y ya es difícil que se expulse a alguien de la ESO. Por aquel tiempo empezaba a salir con chicos y a descubrir el sexo y las drogas. Desde luego, no estudiaba. El tiempo lo dedicaba a escuchar música a pintarse las uñas,  a perseguir al noviete que tenía en el patio del Instituto… Poco más.

Pero a Miriam le brillaban especialmente los ojos. ¡Sus ojos grandes y despiertos tan parecidos a Drew Barrymore! A lo largo de todos estos años me acordé mucho de ella, la recordaba con su melena larga, su cuerpito pequeño, siempre descarada y alegre y unos vaqueros culibajos y desbocados que dejaban entrever su escasa ropa interior. Y me preguntaba qué habría sido de ella y dónde habría terminado en esta sociedad. Pues, con razón, TEMÍA QUE ACABARA MAL

Ella, sin saberlo, ha sido y es la protagonista de  muchas de mis anécdotas preferidas y  un referente en mi casa y en mis alumnos posteriores. Nunca olvidaré la definición que me hizo del Quijote.

    Es un hombre muy seco, muy seco, montando en un caballo y con un pincho en la mano.



Me dice mi maridito que esta definición de la gran novela moderna de Cervantes, sólo puede competir con otra frase de la voluntad como esencia metafísica del mundo, que había oído gritar a una alumna suya cartagenera: Al césped”

Otro día, durante un cambio de clase, Miriam  se plantó delante de mi mesa con un  alumno al que puso firme y le ordenó que moviera las orejas,”  Venga, mueve las orejas para que te vea la maestra”. Y entonces el chico obedeció y comenzó a subir y a bajar las orejas con aspecto de profesional, muy serio, las retorcía cada vez más y en sentido inverso, lo cual, supongo yo, complicaba más el ejercicio gimnástico. Terminó aleteando con ellas, como si fuese a despegar.  No he vuelto a presenciar semejante espectáculo en mi vida. Ni siquiera en Got Talent. En verdad, que el chico tenía una habilidad especial. 

Y Miriam una chica lista (de calle, de mundo) con sentido del humor.

Una vez le dije que se parecía a una actriz... Las estrellas atraen a muchos hombres por la gravedad de su belleza  y los precipitan hacia ellas como las sirenas de Odiseo.

—Te pareces a una actriz, Miriam
—¿Ah si?, maestra, dime…, dime quién es
—Drew Barrymore…
— No la conozco.
—Que sí mujer. ¿Nunca has visto ET?

Le gustaba que se lo repitiera y me hacía enseñarle fotos suyas porque no sabía quién era. Nunca se acordaba del nombre,  y me lo preguntaba a menudo. Para ella, como para mi,  era difícil de pronunciar.  



En el instituto había un pequeño delincuente recién salido del reformatorio. Era un chico rudo, y peligroso hasta el punto que la directiva se veía obligada a llamar a la guardia civil cada dos por tres. Circunstancias familiares  conformaban su personalidad. Sin padre conocido y una madre prostituta que no podía o no quería ocuparse de él y unos  abuelos casi analfabetos. El chico vagabundeaba por el mundo sin ningún referente moral.  Era imposible que entrara en su aula si no era ejerciendo la violencia física, así que  vagaba libre por los pasillos del Instituto durante las horas de clase, sin que nadie pudiera aparentemente hacer nada (¿o sí?).

En uno de esos paseos  entró en mi clase para robar mi bolso que estaba sobre la mesa. Yo, en ese momento, había salido a por material. Cuando volví me encontré a Miriam enfurecida, gritándole.

Mi alumna le quitó el bolso y muy valientemente le dio un empujón que lo sacó de inmediato del aula. Existía  un código ético por el que sólo los del pueblo podían hacerle frente y salir ilesos. Estaba claro que el Instituto no era un sitio apropiado para aquél pequeño delincuente, ni siquiera mi PCPI y que necesitaba atención personalizada con un equipo amplio de pedagogos, psicólogos, educadores, etc. etc. etc. que le faltaba una familia, o alguien, o algo que lo sustituyera. Pero en la práctica sólo nosotros, los profesores, éramos los que le educábamos.



Sentí lástima por aquel chico, que inevitablemente me recordó a Gavroche, el niño de los Miserables de Víctor Hugo.

En ese ambiente se movía Miriam.

El pasado viernes de Dolores mi maridito me llevó  al FNAC. Me dirigí a la sección de libros para hacer tiempo mientras preguntaba por un libro que había encargado hace ya un par de meses y que todavía no había podido recoger. La cosa iba a tardar. Así que me dirigí hacia las novedades. Había  allí una chica hojeando un libro. Observé que nada más llegar se quedó mirándome, pero yo no le di importancia. Al rato, oigo que me dice algo por la espalda y me vuelvo.

    Perdone, ¿Ha sido usted profesora mía?—me dice sonriendo.

“Puede ser”, le dije. Entonces, la miré para intentar recordar. Era bajita, delgada, iba elegantemente vestida y maquillada. Sonreía muy dulce. ¡Era Miriam!

Habían pasado unos catorce años y no la había visto desde entonces. La mujer que tenía delante de mí, nada tenía que ver con la niña que yo conocí, sin embargo, la reconocí enseguida.  Me eché hacia atrás para verla con más perspectiva: estaba maravillosa.



Y aunque su aspecto, en general, había cambiado para mejor, su pelo largo se había convertido en  una melena corta y sofisticada, y sus ademanes, pausados y elegantes,  la hacían más femenina; aún así, al fijarme reconocí su boca, su nariz y sus inconfundibles ojos, que eran los de siempre, los de Drew Barrymor. El cuerpo es el hilo por el cual llegas al alma de las personas.

Me dijo que era enfermera, que le iba muy bien. ¡Cuánto me alegro!  ¡Enfermera! A mí, todo aquello, me parecía un milagro. La hice reír cuando le conté algunas anécdotas suyas, y por momentos se sonrojaba y se le humedecían los ojos.

 Me confesó, Miriam,  que ahora le gustaba el cine clásico y sobre todo las películas de Chaplin, porque yo les obligaba a verlo. Sí, porque les obligué a verlo. La verdad es que Chaplin es infalible y gusta a todos. ¡Si no, prueben! Conmigo vieron Tiempos modernos, Chaplin Boxeador, Luces de la ciudad, la quimera del oro, Charlot vagabundo…etc.



Le pregunté por sus otros compañeros. La mayoría de ellos terminaron mal, enganchados a la cocaína. Era de esperar.  Me quedé pensando qué hacía diferente a Miriam de los demás. Por qué ella sí y otros no. Miriam tenía cierta inteligencia, un gran sentido del humor y sobre todo sentía un gran cariño por su madre. Creo que esto último fue lo que la salvó. Yo conocí a su madre, era una mujer  sorprendentemente juiciosa, muy lógica, y como su hija, de armas tomar.

Me despedí de ella emocionada. Y otra vez me lo preguntó.

    ¿Cómo se llamaba la actriz esa a la que me parezco?
    Drew Barrymore…




miércoles, 5 de abril de 2017

PESPUNTE FEMINISTA SOBRE LA ODISEA



Con la Odisea la épica se renueva,  sus temas dejan de centrarse en las batallas y muertes heroicas de la Iliada y deriva hacia la narración de viajes y aventuras: las aventuras marinas, el cíclope, los monstruos, la ínsula feacia …Y toma protagonismo las figura femenina. La apasionada CALIPSO,  las malas artes de CIRCE, la bella y joven NAUSICAA, la prudente PENÉLOPE Y sobre todo LA INTELIGENTE ATENEA.

ATENEA
Aunque Odiseo (Ulises en su versión latina) es el personaje principal de la Odisea; es  Atenea, la diosa de ojos glaucos, quien juega, a mi entender, el papel  más importante. Para mí decisivo. No hay triunfo de Odiseo donde no se halle Atenea manipulando y dirigiendo los hilos de la trama.  Nada o pocas cosas hace Odiseo por sí mismo, si no es  aconsejado y auxiliado siempre por la diosa Atenea, la de los ojos glaucos.
CIRCE
CIRCE
Odiseo, en sus viajes, mantuvo relaciones  con Calipso y con Circe. Perpinyà lo llama EL PRIMER TURISTA SEXUAL. El que sintiera un profundo amor por su esposa Penélope, no le impide mantener relaciones con otras mujeres, ninfas o diosas. Según Hesíodo tuvo tres hijos con Circe: Agrio, Latino y Telégono.
ODISEO Y CALIPSO
Odiseo representa el esfuerzo, el compañerismo, el valor y el patriotismo. Aunque si hay una cualidad que mejor lo defina es su INTELIGENCIA. De ahí que Odiseo, sea conocido como el muy astuto y sufrido Odiseo”.  Pero hay que reconocer que Odiseo ha tenido mucha, muchísima, ayuda de Atenea. Es su héroe preferido y lo protege.

Atenea, por ejemplo,  convence a Zeus y al resto de dioses para que dejen libre a Odiseo que está retenido en la isla de Calipso, ayuda a Telémaco y le proporciona naves y tripulación, se le aparece a Nausicaa para que vaya a recoger a Odiseo náufrago en la playa,  guarda los tesoros de Odiseo en la cueva, lo transforma en vagabundo para que no sea reconocido por sus enemigos, hace fallar las flechas de sus enemigos,  revigoriza y da fuerzas al anciano padre de Odiseo cuando tienen que enfrentarse en batalla… en fin; una serie de hechos que describen a un héroe inteligente, sí, pero con la suerte y la protección de Atenea. ASÍ CUALQUIERA.

ODISEO Y NAUSICAA (KIRK DOUGLAS Y SILVANA MANGANO)

lunes, 3 de abril de 2017

LA ODISEA ( II PARTE)




CANTO XIII

Alcínoo facilita a Odiseo la  nave y  la tripulación  que  lo  llevará de regreso a Ítaca. Para el viaje le suministran víveres y lo agasajan con oro, bronce, telas bordadas y diversos regalos.

Pontónoo, mezcla el vino en la crátera y sirve a todos en la sala, para que, después de invocar a Zeus Padre, enviemos al húesped a su tierra patria.

Los feacios logran desembarcar  a Odiseo sano y salvo en el Puerto de Forcis en  Ítaca. Pero a su regreso, la tripulación feacia es presa de la cólera del Dios Poseidón por incumplir su orden y prestarle ayuda a Odiseo. Como castigo convierte la nave feacia en piedra, justo en el momento en que navegaban frente a la ciudad.

¡Padre Zeus, ya nunca seré honrado yo entre los dioses inmortales, cuando nada me honran unos mortales, los feacios, que además son de mi propia estirpe! [...]Pero ésos lo trajeron sobre el mar dormido en un raudo navío y lo han dejado en Ítaca.

Cuando Ulises despierta en la playa no reconoce su tierra. Atenea disfrazada de un un joven pastor le explica a Odiseo donde se encuentra, después se da a conocer y lo ayuda a esconder los tesoros recibidos. Lo transforma en un viejo mendigo para que nadie lo reconozca y pueda planear como deshacerse de los pretendientes.

CANTO XIV

Odiseo, con aspecto de viejo mendigo, se dirige a la casa de su porquerizo (divino porquerizo según la Odisea) quién no lo reconoce; pese a ello, el hombre lo invita a su cabaña, resultando ser un anfitrión hospitalario y una buena persona.

Pero sígueme, entremos en la cabaña, para que tú también, viejo, te sacies a gusto de comida y bebida, y luego me cuentes de dónde eres y cuántos pesares has sufrido.

El porquerizo achaca (y es el único que tiene el acierto de hacerlo) sus desdichas  a Helena y a su estirpe, pues recuerda con acierto que es por ella por quien se inicia la guerra de Troya y la causa de que Ulises marchara de Itaca.



CANTO XV


Atenea se presenta ante Telémaco y le insta a que vuelva a Ítaca, advirtiéndole que los pretendientes de su madre le preparan una emboscada. Telémaco parte con el beneplácito de Menelao y de su esposa Helena.

Mientras tanto, Odiseo y Eumeo (el divino porquerizo) conversan. Lo primero que hace Telémaco al desembarcar en su tierra  es ir a visitar a Eumeo, el porquerizo. Allí se encuentra con su padre. Tampoco Telémaco lo reconoce.

CANTO XVI



En la majada, Telémaco le pide a Eumeo que avise a Penélope de su llegada. Cuando Eumeo se va, Odiseo vuelve a su estado natural y le revela a Telémaco que es su padre. Le pide guarde el secreto mientras preparan la forma de vengarse de sus enemigos.

Así que ponte en camino en cuanto amanezca hacia la casa y mézclate allí con los soberbios pretendientes. Luego a mí me conducirá el porquerizo hasta la ciudad, con mi aspecto de mendigo miserable y viejo.

Penélope tiene noticias de la vuelta de su hijo. Los pretendientes al enterarse que su plan  ha fallado, urden de nuevo otro complot para matar a Telémaco.

CANTO XVII





¡Has vuelto, Telémaco, mi dulce luz! Ya creía yo que no iba a verte más, después de que te fueras en tu nave hacia Pilos a escondidas, contra mi voluntad, para escuchar noticias sobre tu padre. Bueno, venga, cuéntame todo lo que has visto en tu viaje.

Telémaco regresa a palacio junto a su madre. Le cuenta su entrevista con Néstor de Pilos y con  Menelao, aunque niega saber nada de Odiseo. Pero el adivino Teoclímeno vaticina la vuelta de Odiseo, del que dice que ya se encuentra en su país.

Odiseo disfrazado de vagabundo y el divino porquerizo se dirigen a la ciudad. En el camino les sale al encuentro el pastor  Melantio que se burla de ellos y  les propina patadas.

Ahora sí que, como se ve, un bribón  dirige a un bribón, que siempre la divinidad enlaza al semejante con su semejante. ¿Adónde  llevas a ese gorrón, miserable porquero, a ese mendigo asqueroso, basura de un banquete?

Mientras Odiseo trama su venganza en silencio, el porquero, lo insulta:

¡Ninfas de la fuente, hija de Zeus, si alguna vez Odiseo quemó en vuestro honor muslos de ovejas o de cabritos, recubiertos de pingüe grasa, cumplidme este ruego: que él regrese y lo conduzca aquí un dios! Entonces sí que vengaría todas esas insolencias que tú ahora, con aires de bravucón , traes y llevas, vagando siempre por la ciudad. Desde luego los malos pastores echan a perder los rebaños.


Odiseo se encuentra con su querido perro Argos, que él mismo crió desde cachorro y al que tuvo que dejar cuando partió a la guerra de Troya. El perro estaba ya viejo,  tumbado  y cubierto de garrapatas, pero cuando vió a su amo lo reconoció al instante, movió alegre el rabo y dobló las orejas. Argos muere de inmediato, nada más verlo.

Éste, al verlo a distancia, se enjugó una lágrima, sin que lo notara Eumeo, y luego le preguntó con estas palabras:

¡Eumeo, qué extraño que ese perro esté tirado en el estiércol! Tiene hermoso aspecto, aunque no sé bien si era veloz en la carrera con esas trazas, o si era más bien como esos perros domésticos que tan sólo por su bella estampa crían sus dueños.

Durante el banquete de los pretendientes, Odiseo se pasea entre ellos solicitando su caridad.  Antinoo lo desprecia pero Penélope lo defiende y le solicita, a través de Eumeo, el porquerizo, le cuente si sabe algo de su esposo.

Antinoo, no haces nobles discursos, por muy noble que seas.

CANTO XVIII

El mendigo Iro, celoso de Odiseo, al que considera competencia, lo reta a una pelea de la que sale vencedor Odiseo. Durante el banquete, el pretendiente Anfínomo le ofrece pan y vino. Odiseo se lo agradece con estas palabras:

Porque se confía en que nunca va a sufrir daño alguno en su futuro mientras los dioses le conceden valor y sus rodillas le sostienen. Pero cuando los dioses felices le envían desdichas ha de sufrirlas con ánimo no menos resignado. Así es  el pasar de los humanos en la tierra, tal como cada día los trae y lleva el padre de hombres y dioses.

Odiseo continúa sufriendo burlas, en especial de la sierva Melanto y del pretendiente Eurímaco.

Insultas en demasía y tienes una mente perversa. Y quizás te crees un tipo grande y poderoso porque te mides con unos pocos y de escaso valor. Pero si regresara Odiseo y  llegara a su tierra patria, enseguida esas puertas, si bien son muy amplias, te resultarían estrechas para salir corriendo de este patio.

CANTO XIX

Odiseo concierta con Telémaco retirar todas las armas de guerra con un pretexto y así dejar a los pretendientes desarmados. Odiseo y Penélope por fin se reencuentran, aunque ella no lo reconoce en su disfraz de mendigo. Penélope le pregunta si tiene noticias de su esposo. También le comunica que no puede eludir por más tiempo la boda con alguno de sus pretendientes. Odiseo le cuenta que ha oído del regreso de su marido, que estuvo en el país de los feacios y que pronto volverá.

A quien es por sí mismo insensible y se muestra falto de compasión, a éste le desean todos dolores futuros en su vida, y al morir lo maldicen. Pero quien es compasivo y se muestra bondadoso, ése logra amplia fama y sus huéspedes la difunden entre todas las gentes y muchos se hacen eco de su nobleza.

Penélope manda a la aya Euriclea lavar los pies de Odiseo. Ésta lo reconoce al verle una vieja cicatriz en el pie,  y Odiseo le pide que guarde el secreto. Finalmente, Penélope anuncia que se casará con aquel pretendiente que sea más hábil con la flecha y sea capaz de superar la prueba de las hachas.                                                                      

CANTO XX

De noche, mientras todos duermen, Odiseo medita la forma de castigar a los pretendientes. Melantio, pastor de cabras, y uno de los pretendientes, Ctesipo,  insultan  a Odiseo.

CANTO XXI

En el certamen del arco, ninguno de los pretendientes logran tensar el arco, requisito indispensable para casarse con Penélope. Odiseo revela su identidad al porquerizo Eumeo y al vaquero Filetio. Así se unen a Odiseo y a Telémaco en su lucha. Conviene con ellos un plan. A la señal de Odiseo deberán cerrar las puertas, y caer por sorpresa contra los pretendientes. Odiseo consigue el arco gracias a su astucia, la disposición de Telémaco y a Eumeo, que se lo entrega. Odiseo dispara y acierta; la flecha atraviesa todos los blancos.

CANTO XXII

Es la hora de la venganza. Odiseo ayudado por Telémaco, Eumeo y Filetio da muerte a los pretendientes.



¡Ah, perros, pensabais que no iba yo a regresar a mi casa desde el país de los troyanos, así que saqueabais mi morada y os acostabais sin miramientos con mis siervas en mi palacio, y pretendíais a mi mujer estando yo vivo, sin temor de los dioses que dominan el amplio cielo ni de la posible venganza futura de los hombres! Ahora os tienen apresados a todos los lazos de la muerte.

Algunos como Eurímaco piden el perdón pero Odiseo no se lo concede. Aninoo, Eurímaco, las esclavas que fueron desleales, Melantio… todos aquellos que traicionaron a Odiseo tienen su castigo. Tan sólo se salvan Femio Tespíada, el aedo que cantaba, y el heraldo Medonte.

No temas, ya que éste te ha protegido y salvado para que reconozcas en tu ánimo y lo proclames luego ante cualquiera que el hacer bien es mucho mejor que el obrar mal.

Y a Melantio lo sacaron a través del atrio y del patio. Le rebanaron con el aguzado bronce la nariz, las orejas y le arrancaron los genitales, para dárselos de comer crudos a los perros, y le cortaron las manos y los pies con furioso ánimo. Después se lavaron las manos y los pies y se volvieron a la casa de Odiseo. Quedaba cumplida su tarea.

CANTO XXIII



La anciana Euriclea despierta a su señora para informarle que Odiseo ha vuelto y ha matado a los pretendientes pero Penélope no la cree. Los dos esposos se reúnen.  Penélope continúa con dudas acerca de la identidad de Odiseo. Éste le enseña la cicatriz que lo demuestra y le cuenta cómo construyó su lecho. Entonces Penélope lo reconoce. Por fin, pasan la noche juntos como marido y mujer. Odiseo le cuenta sus aventuras. Por la mañana marcha al campo a ver a su padre Laertes.

CANTO XXIV

Las almas de los pretendientes muertos llegan al Hades. Allí conversan. Se encuentran con otras almas, la de otros héroes como la del Pelida Aquiles, Antíloco, Ayante, Patroco y el alma del Atrida Agamenón. (En cambio,  a mí ¿qué placer me dio el haber concluido la guerra? A mi regreso, en efecto, Zeus me deparó una muerte cruel a manos de Egisto y de mi maldita esposa)

Por lo visto también a ti muy pronto iba a derribarte el funesto destino, del que nadie escapa una vez ha nacido.

Odiseo y Laertes se encuentran en la viña donde su padre trabaja. Al reconocerlo, su padre se emociona tanto que casi desfallece. Entonces, Odiseo junto con sus criados, Laertes, el viejo Dolio y sus hijos y Telémaco cogen las armas para defenderse de los familiares de los pretendientes que claman venganza por su muerte. En el enfrentamiento Odiseo y sus aliados dan muerte a Eupites , padre de Antinoo, y cabecilla de la revuelta.

Al final intervienen Zeus y Atenea para propiciar la paz y la convivencia en Ïtaca.

Dice Zeus a Atenea::

Hija mía, ¿por qué sobre eso me preguntas e interrogas? ¿acaso no decidiste tú misma ese plan de que Odiseo castigara a ésos a su regreso? Actúa como quieras. Pero te advertiré lo que me parece conveniente. Puesto que ya Odiseo ha dado castigo a los pretendientes, que pacten juramentos leales y él reine para siempre. Y nosotros,, por nuestra parte, facilitemos el olvido de la matanza de hijos y hermanos. Que convivan en amistad los unos y los otros, como en el pasado, y que haya prosperidad y paz en abundancia.

Y Atenea dice lo siguiente:

¡Parad, itacenses, la mortífera refriega, y así, sin más sangre, separaos enseguida!


Laertíada de estirpe divina, Odiseo de muchos ardides, párate, calma esa furia de guerra que a todos se extiende, no sea que se quede irritado contigo Zeus de voz tonante.