LA CONJURA

lunes, 28 de diciembre de 2015

Biografía del silencio

                
DE PABLO D’ORS


No me gustan especialmente los temas sobre meditación y espiritualidad, aunque desde hace algunos años practico yoga—sin duda la espiritualidad hindú—, o eso intento al menos. Para mí el yoga son ejercicios prácticos muy difíciles (algunos de ellos imposibles) para mantenerse en forma, en cuerpo y soul. Una disciplina muy útil. En cambio, la parte de espiritualidad, la de los chakras y demás historias o leyendas no me interesa lo más mínimo; salvo los diez últimos minutos en que nos relajamos después de los ejercicios porque no supone demasiado esfuerzo físico después de la paliza que nos mete el maestro yogui.

Mis maestros hacen sesiones dedicadas a la meditación y nunca voy.



El caso es que vi a este autor, Pablo d’Ors, nieto de Don Eugenio, en un programa de TV. ¡Vaya! ¡Un ensayo de un cura sobre la meditación! pensé que no me interesaba, a punto estuve de cambiar de canal, aunque seguí prestando atención.
Pablo d’Ors tenía un discurso muy preciso, no se enrollaba.  Con esos apellidos de intelectual catalán (y  puede que de español también)  me asombraba que dijera:

“Leo a ciertos autores que después de leer una frase interminable, no sé qué dicen”

Y me hizo gracia. Así que pensé: A ver cómo ha escrito éste su ensayito sobre el silencio. ¿Se entenderá o no se entenderá?


Pues bien, el ensayo tiene cien páginas y se lee rápido. Además, como había intuido, escribe muy bien y no se enrolla.


Según Pablo d’Ors, la meditación es necesaria porque las personas vivimos dispersas, fuera de nosotros. Nos dedicamos a buscar porque solemos rechazar lo que tenemos y sólo empezaremos a vivir en la medida en que dejemos de soñar con nosotros mismos. Creceremos como personas cuanto más nos dejemos asombrar por lo que sucede, es decir, cuanto más niños seamos.


Vivimos, sí, pero muy a menudo estamos muertos. Lo que realmente mata al hombre es la rutina; lo que le salva es la creatividad, es decir, la capacidad para vislumbrar y rescatar la novedad. (Esto ya lo sabía yo pues es lo que de forma rutinaria no deja de decirme mi maridito). La meditación que practica  D’ORS apunta al carácter aventurero de lo ordinario: hacer la cama, sacar al perro…

A menudo, lo que queremos es que el mundo se pliegue a nuestras apetencias. Nos pasamos la vida manipulando cosas y personas para que nos complazcan. Esa constante violencia, esa búsqueda insaciable que no se detiene ni tan siquiera ante el mal ajeno, esa avidez compulsiva y estructural es lo que  nos destruye.

Lamentablemente, todos solemos estar demasiado enamorados del drama. En cuanto nos percibimos como seres no dramáticos, ¡nos aburrimos de nosotros mismos! Nos inventamos los problemas y las dificultades para sazonar nuestra biografía. Descubrir que uno no puede realizar determinada tarea, por ejemplo, no tiene por qué ser un problema; puede ser una liberación.


Mirar algo no lo cambia, pero nos cambia a nosotros.

Las emociones y los estados anímicos tienen su propio funcionamiento, pero, si nos lo proponemos, nosotros somos infinitamente más poderosos que ellos. Podemos escoger qué papel representar en la función o, incluso, no representar ninguno y asistir a ella cual espectadores.

El potencial de nuestra soberanía es sobrecogedor.

Hay un fondo misterioso—el yo auténtico—que es el espacio que se intenta frecuentar durante la meditación. Cuando dejas de esperar que la obra que estás realizando se ajuste al patrón o idea que te has hecho de ella, dejas de sufrir por este motivo.

La vida se nos va en el esfuerzo por ajustarla a nuestras ideas y apetencias.

Su maestro es Elmar Salmann, monje benedictino, según d’Ors un auténtico sabio con un increíble sentido del humor. De él dice: “resulta poco menos que inaudito encontrarnos ante alguien a quien resulta indiferente lo que pienses o dejes de pensar de él. Esto maravilla por su rareza, pero sobre todo por la soberanía que comporta. Atrae porque es a lo que todos estamos llamados: al olvido de sí.


La meditación…, POR TANTO:

·         “No consiste en mirar penetrantemente, intentando calar hondo o desentrañar quién sabe qué cosas, sino mirar amorosamente, sin pretensión, como quien espera una revelación sin ninguna prisa”

·         “Casi todos los frutos de la meditación se perciben fuera de la meditación. Algunos de estos frutos son, por ejemplo, una mayor aceptación de la vida tal cual es, una asunción más cabal de los propios límites y de los achaques o dolores que se arrastren, una mayor benevolencia hacia los semejantes, confianza en uno mismo, serenidad…”

·         “Sufrimos porque pensamos que las cosas deberían ser de otra manera. La meditación consigue que seamos felices aún si no hemos alcanzado nuestros objetivos porque la satisfacción no se obtiene en la meta sino en el camino mismo. El hombre es un peregrino, un homo viator”

Hasta aquí bien, no hay problemas en meditar sacando a Fox (nuestro perro) o meditar olvidándome de mí, ¡pero lo que no puedo es olvidar a mi maridito! … y sobre todo cuando se pone a cocinar, se les cae las cosas al suelo y lo deja todo perdido...!

                                                                                                            


Mi perro Fox y yo paseando en el atardecer por la Azohia


Tengo que decir también,  que en algunas frases me  he quedado estancada. Por ejemplo en las siguientes:

*  “Para alguien como yo, occidental hasta la médula, fue un gran logro comprender, y empezar a vivir, que yo podía estar sin pensar, sin proyectar, sin imaginar…”
o   Esto es ¿Cómo los alumnos de la ESO pero sin moverse?

*   " Cuando estoy sentado comprendo mejor que el mundo no depende de mí, y que las cosas son como son con independencia de mi intervención”

o   Esta afirmación se referirá a cuestiones domésticas, a lo ordinario de nuestras vidas, por ejemplo relaciones del tipo: ¿Por qué le caigo tan mal a mi cuñado? y que es difícilmente solucionable; ahora bien, lo que es el mundo, desde luego que necesita mejora. Dice mi maridito que tal afirmación es la de un cura y propia de la dejadez de la clase rentista burguesa, y un realismo ingenuo medieval, donde la acción o la interpretación de la persona no existe, sólo importa Dios, ¡vamos una deshumanización!
o   Si un ente no se verbaliza y no está definido, claro que no depende de mí; pero si éste está expresado y conceptuado, entonces, dependerá en cierta medida de nuestra intervención. No sé…

*  “Es mucho más saludable pensar menos y fiarse más de la intuición, del primer impulso. Cuando reflexionamos solemos complicar las cosas, que suelen presentarse nítidas y claras en un primer momento. Casi ninguna reflexión mueve a la acción; la mayoría conduce a la parálisis. Es más reflexionamos para paralizarnos, para encontrar un motivo que justifique nuestra inacción”

o   ¿Eh? …Parece un poco exagerado ¿no?, pues para escribir el ensayo habrá tenido que pensar algo, y tener cierto interés en cambiar algo…digo yo. Todo esto, me dice mi maridito, está ya dicho por Miguel de Molinos y su consejo: “procura estar siempre en la nada”. Por lo que el nieto debería aplicarse lo que dijo su abuelo Don Eugenio D’ors: “lo que no es tradición, es plagio” y Pablo está plagiando a Molinos. (Que conste que no estoy de acuerdo con esta afirmación tan a la ligera de mi maridito y que Pablo D’Ors no plagia a Miguel de Molinos, sino que es, este filósofo del siglo XVII, místico y fundador del quietismo, el que se basa en la doctrina budista, y no al revés)

*    “Si por un momento considerásemos que todas las dificultades que nos toca atravesar en esta etapa de nuestra vida son oportunidades que el destino—ese amigo—nos ofrece para crecer… A ese colega maldiciente ha llegado la hora de ponerle en su sitio; esa tarea pendiente ha resultado mucho más llevadera de lo que imaginabas…¡Deberíamos estar agradecidos de tener tantos conflictos!”

o   Bueno, eso vale para nuestra vida diaria (que no es poco), y es cierto que nos crecemos ante la adversidad;  pero dependerá también del tipo de adversidad. En el caso de la explosión de una bomba nuclear, por ejemplo, no le veo la utilidad por ningún sitio, al menos para los que han sufrido las consecuencias.  
En este caso es conveniente tomar yodo y no estar mucho tiempo bajo los efectos de la radiación nuclear, lo dice la ciencia moderna. ¡Ah la ciencia moderna! ¡esa forma de saber  odiada por tantos místicos ¡! – me dice mi maridito desde su sofá sufista y sin mover un sólo dedo ¡! Quieto, imperturbable…

Finalmente:

Lo gracioso—por no decir patético—es que el hombre está montado en la vida y pretende salir ileso de ella. Tal pretensión de chapotear en el barro sin embarrarse, es, ciertamente ilusoria.


Después de leer este libro me voy a apuntar a Meditación, además, compraré otro libro del  mismo autor, esta vez de literatura: “Andanzas del impresor Zollinger”. Y es que este hombre/cura/escritor  escribe muy bien. ¿Ves Pablo, como tu intervención y la escritura de este libro, sí que ha supuesto una modificación, al menos para mí? ¡Ay! Hombres de poca fe…



martes, 22 de diciembre de 2015

Las obras infames de Pancho Marambio

De Bryce Echenique



Desde mi época de estudiante, Alfredo Bryce Echenique es uno de mis autores preferidos. Y  eso no va a cambiar, ni tan siquiera ahora, cuando leo otras obras suyas apenas comparables en calidad a “La vida exagerada de Martin Romaña” o “Un mundo para Julius”…etc., como es el caso de esta novela.
El universo de Bryce Echenique, es recurrente, todito recurrente, que diría él: la ciudad de Paris o la de Barcelona, Italia, sus viajes por Europa, su familia de rancio abolengo en el viejo Perú y sus compatriotas limeños a los que debe hospitalidad, la literatura, el alcohol…, un universo que se muestra una y otra vez, en toditos sus libros, en toditas sus novelas… ¡en fin! su genial y barroca espontaniedad, en toditos sus cuentitos. 




A Alfredo hay que quererlo porque sí y porque ya lo dice él: “yo escribo para que me quieran”, aunque un amigo mío me dijo al respecto: “No funciona”. Pero yo creo que sí funciona, al menos conmigo  y también con mi maridito (él también se apunta desde la cocina, donde se toma una infusión extraña para el resfriado)

Bienvenido Salvador Buenaventura es un educado, excelente y distinguido abogado perteneciente a una importante familia limeña, cuya maldición familiar consiste en un alcoholismo congénito y hereditario entre sus miembros. Nadie se libra de semejante maldición que se transmite en la familia por generaciones,  hermano tras hermano todos caen en el alcoholismo, hombres y mujeres. Todos, salvo Bienvenido Salvador Buenaventura, que es la gran excepción a la regla.

Pero nuestro protagonista decide jubilarse y con el patrimonio que ha ganado y el heredado,  irse a vivir a Barcelona. Allí compra un pisito, en la calle Provenza, al que debe hacerle unas reformas. Y para ello, contrata nada más y nada menos que a Pancho Marambio, craso error, el mayor estafador y charlatán del mundo. El inefable Pancho lo saquea vilmente, aumenta presupuestos, utiliza materiales de pésima calidad… Así con Pancho Marambio, Bienvenido comienza a beber y a cumplir con su fatal destino.

Y había también otro operario, de inconfundible aspecto magrebí e imposible acento analfabeto, al que Pancho le dijo un día que le debía unos quinientos euros, o sea, unos quinientos euros por tercera o cuarta vez consecutiva. Bienvenido ya no escuchó, ya ni observó, y tampoco miró ya a nadie de arriba abajo. Hacía tiempo que simple y llanamente lo aceptaba todo.
—Pues dime su nombre, para hacerle un cheque nominal. —se limitó a decir aquella enésima vez.
— ¿Su nombre? Pues mira, su nombre es una serie de sonidos cuyo resultado es Rafael. Con eso basta y sobra.

El whisky con sus cubos de hielo perfectos en un vaso de cristal tallado, de cristal tallado de roca…

Y  me recuerda Bryce Echenique, porque los cita en esta novela y en otras y porque lo tengo pendiente, que he de leer a Juan Rulfo y a Julio Ramón Ribeyro.




domingo, 6 de diciembre de 2015

Pessoa en la barbería


He leído en la red el siguiente fragmento del libro del desasosiego.





"He entrado en la barbería como de costumbre, con el placer que me da poder entrar fácilmente sin inhibición en las casas conocidas. Mi sensibilidad ante lo nuevo es angustiante: sólo estoy tranquilo donde ya he estado.

Al sentarme en la butaca he preguntado, porque me ha venido a la cabeza de casualidad, al mozo que me estaba poniendo al cuello un paño de lino fresco y limpio, cómo estaba su compañero de la butaca de la derecha, más viejo e ingenioso, que estaba enfermo. Se lo he preguntado sin que me pesara la necesidad de preguntárselo: se me ocurrió motivado por el sitio y el recuerdo. «Murió ayer», ha respondido la voz sin tono que estaba detrás del paño y de mí, y cuyos dedos se levantaban del último ajuste en la nuca, entre el cuello de la camisa y yo mismo. Todo mi buen humor irracional ha muerto de repente, como el barbero eternamente ausente de la butaca de al lado. El frío ha inundado todo cuanto pienso. No he dicho nada.

¡Nostalgia! La siento incluso de aquello que no ha sido nada para mí, debido a la angustia por la fuga del tiempo y a la enfermedad del misterio de la vida. Si dejo de ver las caras que veía habitualmente por mis calles de costumbre, me entristezco; y no han representado nada para mí, a no ser el símbolo de toda vida.
¿Aquel viejo insignificante de las polainas sucias, que se cruzaba frecuentemente conmigo a las nueve y media de la mañana? ¿El vendedor de lotería cojo que me molestaba inútilmente? ¿El vejete redondo y colorado con su puro a la puerta del estanco? ¿El dueño pálido del estanco? ¿Qué ha sido de todos ellos, que por haberlos visto una y otra vez, han formado parte de mi vida? También yo desapareceré de la Rua da Prata, de la Rua dos Douradores, de la Rua dos Fanqueiros. También yo –el alma que siente y piensa, el universo que soy–, sí, también yo seré mañana el que ha dejado de pasar por estas calles, el que otros evocarán vagamente con un «¿qué habrá sido de él». Y todo cuanto hago, todo cuanto siento, todo cuanto vivo, no será más que un transeúnte menos en la cotidianidad de las calles de una ciudad cualquiera."








miércoles, 18 de noviembre de 2015

La Luna Roja


DE
LUIS LEANTE.



De este escritor leí hace tiempo “Mira si yo te querré”  y la verdad es que me gustó bastante. Sobre todo recuerdo su impactante y demoledor final: un vagabundo silbando una canción… no digo más. No me lo esperaba. Así que cogí este otro libro, “la luna roja” a ver si me sorprendía de nuevo. Y el caso es que la novela me gusta, sí;  pero la encuentro forzada, con un final rocambolesco.


Emin Kemal es un escritor turco afincado en Alicante. Su traductor, René Kuhnheim, vuelve a la ciudad, tras varios años fuera, desalentado por su falta de talento literario, (eso cree él). Ambos autores han llevado una vida paralela. Los dos han vivido en Estambul, con una infancia difícil y desgraciada y con la pérdida del primer gran amor en su  juventud, aunque en periodos de tiempo distintos.

Leante es un liante. Traza un puzle de historias en varios tiempos y con diferentes niveles narrativos, que convergen en el desenlace de la novela. Una dualidad de biografías. A veces, la lectura se hace impaciente y  uno se agobia.  Cuando ya te has metido de lleno en la historia de un personaje, y consecuentemente en la de sus amigos y en la de sus antepasados, y se perfila el personaje y te haces por fin con él,  entonces, el autor te corta en lo más interesante y pasa a otra cosa. Eso me cabrea algo, es como si en lo mejor de la película te cortan para ir a publicidad. El resultado es una lectura ávida, con el objeto de desentrañar el misterio, a ver qué pasa, cuando a mí lo que más me gusta es saborear el libro  y no darme un atracón.





Sin embargo, hay que reconocerle que maneja bien la trama. Que describe bien la sensación de soledad e inadaptación del personaje. Y sufres con él la pérdida del gran amor y la pena de su reencuentro veinte años después.

Sonó como una llamada de socorro, como un grito de desesperación. Antes de terminar la frase, ya pensaba que lo había ensuciado todo, que se había estropeado definitivamente. Pero ella se quedó en silencio. Sabía que si en ese momento se volvía hacia el taxi no la vería nunca más. Ella no decía nada, y yo no me sentía con fuerzas para repetir mis palabras. Le acaricié la mejilla y le aparté el cabello de la frente. Me retuvo la mano. Me pareció que dudaba. Traté de no espantarla con la mirada.

Pensé que nunca diría esto en voz alta en lo que me quedaba de vida, pero voy a decirlo: mis sentimientos hacia ti no han cambiado, pero yo no soy la misma mujer ingenua. Hace mucho que el centro de mi vida se desplazó. No soy dueña de mis decisiones.
Creía que si sus pensamientos se materializaban en palabras pasaban a ser algo serio y consistente.

Y ella le dijo que sentía mucha curiosidad por saber lo que estaba haciendo. Y él le dijo “escribo, señorita”, y ella insistió “¿por qué?”, y él, sorprendido por la pregunta, le respondió “porque es la única manera que conozco de escapar de la locura”, y desde entonces ella se quedó atrapada en aquella mirada lejana, imprecisa, la mirada de un hombre que observaba desde muy dentro y no conseguía entender lo que ocurría fuera.



Emin la miró con lucidez, como pocas veces conseguía mirar.
— ¿Te gusta el lujo?
—Soy una mujer austera—respondió Derya—. Puedo vivir sin nada, pero me gusta el lujo. ¿A ti no?
—No lo sé. Me gusta la belleza.
—El lujo nos acerca a la belleza.


Un libro sobre el amor y la vida, trufado con el mundo de la literatura, de la escritura y su inspiración.




domingo, 11 de octubre de 2015

ALONSO QUIJANO, EL BUENO O " EL QUIJOTE DE CERVANTES"




Después de leer la segunda parte del Quijote me dispongo a hacer una reseña. Pero… ¿Qué decir que no se haya dicho ya sobre el ingenioso y famoso hidalgo de la Mancha? ¡Tamaña empresa me resulta imposible! De hecho, mi maridito se me acerca a traición, por la espalda, y me dice con sorna “¿Qué estás haciendo? ¿La reseña del Quijote?”  Me levanté del ordenador y le dije:

¿Leoncitos a mí? ¿A mí leoncitos, y a tales horas?




A lo que mi maridito me contesta: “que soy un tigre, no un leoncito”

Pero mi intención no es otra que dar la opinión de un lector más, señalar lo que me ha hecho reír a carcajadas, lo que me ha conmovido o simplemente aquello que me ha llamado la atención, con el único afán de contar cuánto he disfrutado leyendo el libro, todo esto sin tener yo mucha idea. Francisco Rico, cervantista de pro,  lo dice bien claro: “El quijote es una charla  para reír “, es decir, una “lucha entre el deseo y la realidad”.

Para leer el Quijote lo primero que hay que hacer es comprarse una buena edición. Este punto es imprescindible para terminar con éxito la lectura. Yo he utilizado la edición de Rico, que me la recomendó el librero Diego Marín,  y ha resultado ser excelente. Además del texto de la obra, I y II Parte, dispone de una compilación de refranes, temas y pasajes memorables, citas, obras y autores… etc. Las notas están a pie de página y no al final, lo que facilita la lectura. Y para aquellos que nos gustan hacer anotaciones, tiene varias hojas en blanco al final del libro para poder escribir lo que convenga.



Don Quijote es un loco especial. Es tan tierno. Y sólo está loco a ratos. Sí,  ya sé que en lo tocante a las órdenes de caballería el hombre está de remate, pero en otras facetas  conserva intacto su juicio, es una persona prudente y  bien razonada.

 Así que, cuando le pregunta Don Diego, el caballero de verde gabán sobre la educación de su hijo, éste se asombra del análisis y razonamientos que hace Don Quijote, a pesar de ser ese mentecato encontrado en el camino. Dice de él lo siguiente:

“Es un entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos”



El hijo de Don Diego quiere ser poeta pero su padre no lo tiene claro y pide consejo a D. Quijote.
Dice Don Diego Miranda, el caballero del verde gabán:

Todo el día se le pasa en averiguar si dijo bien o mal Homero en tal verso de la Ilíada; si Marcial anduvo deshonesto o no en tal epigrama; si se han de entender de una manera o de otra tales y tales versos de Virgilio”

A lo que Don Quijote le responde, entre otras muchas cosas:

“En lo de forzarles que estudien esta o aquella ciencia, no lo tengo por acertado, aunque el persuadirles no será dañoso, y cuando no se ha de estudiar para ganarse el pan… sería yo de parecer que le dejen seguir aquella ciencia a que más le vieren inclinado, y aunque la poesía es menos útil que deleitable, no es de aquellas  que suelen deshonrar a quien las posee. La poesía, señor hidalgo, a mi parecer es como una doncella tierna y de poca edad y en todo extremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de a autorizar con ella; pero esta tal doncella no quiere ser manoseada, ni traída por las calles, ni publicada por las esquinas de las plazas ni por los rincones de los palacios. Ella es hecha de una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo de inestimable precio; hala de tener el que la tuviere a raya, no dejándola correr en torpes sátiras ni en desalmados sonetos; no ha de ser vendible en ninguna manera…”

Sigue diciéndole D. Quijote a Lorenzo, el poeta, sobre los premios literarios:

“Y si es que son de justa literaria, procure vuestra merced llevar el segundo premio, que el primero siempre se le lleva el favor o la gran calidad de la persona, el segundo se le lleva la mera justicia, y el tercero viene a ser segundo, y el primero, a esta cuenta, será el tercero”


Los razonamientos de D. Quijote son admirables:

a)      Sobre la libertad:

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres… que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recibidas son ataduras que no dejan campear el ánimo libre. ¿Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!

b)      El silencio:
“porque en aquel sitio el mismo silencio guardaba silencio a sí mismo”

c)       La valentía:

“No huye el que se retira—respondió don Quijote—, porque has de saber, Sancho, que la valentía que no se funda sobre la base de la prudencia se llama temeridad, y las hazañas del temario más se atribuyen a la buena fortuna que  a su ánimo. Y, así, yo confieso que me he retirado, pero no huido, y en esto he imitado a muchos valientes que se han guardado para tiempos mejores, y de eso están las historias llenas”.

d)      El mundo, artíficos y apariencia:
“en esta aventura se deben de haber encontrado dos valientes encantadores, y el uno estorba lo que el otro intenta: el uno me deparó el barco y el otro dio conmigo al través. Dios lo remedie, que todo este mundo es máquinas y trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más”.

e)     Sobre el mono adivino y las artes adivinatorias:
“Ahora digo, que el que lee mucho y anda mucho ve mucho y sabe mucho… No me entiendes, Sancho: no quiero decir sino que debe de tener hecho algún concierto con el demonio de que infunda esa habilidad en el mono, con que gane de comer, y después que esté rico le dará su alma, que es lo que este universal enemigo pretende. Y háceme creer esto el ver que el mono no responde sino a las cosas pasadas o presente, y la sabiduría del diablo no se puede extender a más, que las por venir no las sabe si no es por conjeturas, y no todas veces, que a solo Dios está reservado conocer los tiempos y los momentos, y para Él no hay pasado ni porvenir, que todo es presente. Y siendo esto así, como lo es, está claro que este mono habla con el estilo del diablo”.

f)       Los gobernantes:

“y más que ya por muchas experiencias sabemos que no es menester ni mucha habilidad ni muchas letras para ser uno gobernador, pues hay por ahí ciento que apenas saben leer, y gobiernan como unos gerifaltes.; el toque está en que tengan buena intención y deseen acertar en todo, que nunca les faltará quien les aconseje y encamine en lo que han de hacer, como los gobernadores caballeros y no letrados, que sentencian con asesor. Aconsejaríale yo que ni tome cohecho ni pierda derecho, y otras cosillas que me quedan en el estómago, que saldrán a su tiempo, para utilidad de Sancho y provecho de la ínsula que gobernare”

g)      La hermosura:
“—Advierte, Sancho—respondió don Quijote—, que hay dos maneras de hermosura: una del alma y otra del cuerpo; la del alma campea y se muestra en el entendimiento, en la honestidad, en el buen proceder, en la liberalidad y en la buena crianza, y todas estas partes caben y pueden estar en un hombre feo; y cuando se pone la mira en esta hermosura, y no en la del cuerpo, suele nacer el amor con ímpetu y con ventajas. Yo, Sancho, bien veo que no soy hermoso, pero también conozco que no soy disforme, y bástale a un hombre de bien no ser monstruo para ser bien querido, como tenga los dotes del alma que te he dicho”.


La relación que existe entre D. Quijote y D. Diego Miranda, el del gabán verde, es muy diferente a la relación que tiene con los duques del castillo.  Para mí la diferencia es fundamental. En los dos casos,  Don Quijote y Sancho Panza son invitados a la casa, o al castillo, respectivamente. Pero, mientras el caballero del Gabán Verde le pide consejo, le ofrece su cómoda casa de caballero labrador y rico  y lo convida de una forma limpia, abundante y sabrosa, con un trato admirable; los duques no hacen sino burlarse de Don Quijote y  Sancho Panza, los agasajan con banquetes, con falsos halagos, para prepararles historias y componendas con las que reírse de ellos; en especial el episodio de la condesa Trifaldi o la dueña Dolorida, encantada por Malambruno y que para ayudarla, Don Quijote y Sancho Panza, han de viajar por los aires a lomos del caballo Clavileño.



A pesar de las desventuras que vienen sufriendo, Sancho Panza, es un escudero fiel. En este sentido, la  duquesa no entiende a Sancho Panza. Si éste sabe que Don Quijote está loco, y sin embargo, le sirve y le sigue.  ¿Por qué?  El escudero es  contundente en sus principios  y le contesta a la duquesa:

     Par Dios, señora—dijo Sancho—, que ese escrúpulo viene con parto derecho, pero dígale vuesa merced que hable claro, o como quisiere, que yo conozco que dice verdad, que si yo fuera discreto, días ha que había de haber dejado a mi amo. Pero ésta fue mi suerte y ésta mi maladanza; no puedo más, seguirle tengo; somos de un mismo lugar, he comido su pan, quiérole bien, es agradecido, diome sus pollinos, y, sobre todo, yo soy fiel, y, así, es imposible que nos pueda apartar otro suceso que el de la pala y azadón.

Don Quijote debe regresar a su casa y dejar la caballería durante un año por una promesa hecha al caballero de la Blanca Luna, que lo reta en duelo y le vence. Pero Don Quijote, que continúa en su desvarío, decide ahora, al dejar la caballería, hacerse pastor:

¡Oh Sancho! Que nos convirtiésemos en pastores, siquiera el tiempo que tengo de estar recogido. Yo compraré algunas ovejas y todas las demás cosas que al pastoral ejercicio son necesarias, y llamándome yo el “el pastor Quijótiz” y tú “el pastor Pancino”, nos andaremos por los montes, por las selvas y por los prados….

 D. Quijote llega a su casa y cae enfermo. Antes de morir recobra el juicio.

Yo tengo juicio ya libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de caballerías. Ya conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa leyendo otros que sean luz del alma.

Cervantes es de esos escritores, dice Mariplatónica, de frases contundentes cuya agudeza encierran un pensamiento valiente, único, y eso es lo que distingue a un gran escritor.  Según Hermosilla,  Cervantes  experimentó el infortunio y la tristeza en grado sumo, en la guerra, y en la cárcel, un hombre que conoció los  límites de la desesperación, y lejos de doblegar su espíritu, se hizo más fuerte y agrandó su conocimiento del alma humana.

— ¡Ay!—respondió Sancho llorando—. No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese de esa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada…


Y así murió Alonso Quijano, el Bueno, que con ese nombre era en verdad conocido, por ser un hombre fundamentalmente bueno.

sábado, 1 de agosto de 2015

SUMISIÓN

De Michel Houellebecq
Michel Houellebecq con el gato Gladiator


Sumisión es la obra más política de Houellebecq.  Religiosa y política. Una novela-ensayo sobre la imposibilidad del catolicismo frente al desarrollo del  Islam.  Podría considerarse como… ¿Una utopía?, ¿Una distopía? ¿O un futuro inmediato?

         "Si el Islam no es político, no es nada “A. J. (Ayatolá Jomeini)

En Francia, sobre el año 2022 de nuestro señor Jesucristo, un partido islámico con el apoyo de los socialistas y el de la derecha “liberal” gana las elecciones, siendo Mohammed Ben Abbes, un joven y avezado musulmán, nombrado Presidente de la República Francesa. Pronto se adoptan nuevas medidas.  ( Su Misión) es conducir a  Francia a un nuevo modelo de sociedad. Se implanta el “distributismo” una corriente filosófica y económica que representa una tercera vía entre el capitalismo y el comunismo- sin caer en el fascismo de derecha “no liberal”-, se aplican ventajas fiscales muy favorables al artesanado y a los autónomos y se impone una enseñanza religiosa en escuelas y universidades.

Lamenté no haber prestado hasta el momento más que una atención anecdótica, superficial, a la vida política.

Por primera vez en mi vida me había puesto a pensar en Dios, a contemplar seriamente la idea de una especie de Creador del universo que vigilaba todos mis actos, y mi primera reacción fue mi clara: era, simplemente, miedo. Poco a poco me calmé, con la ayuda del alcohol, repitiéndome que era un individuo relativamente insignificante, que seguro que el Creador tenía cosas mejores que hacer, etc.




Y es que François, el protagonista, es un profesor universitario, experto en la obra de Huysmans, con una vida existencial que sobrelleva como puede. Su mundo— novia, trabajo, amistades, sus padres—se transforman o desaparecen para siempre. Poco a poco se queda solo. Es testigo, por ejemplo, de la conversión de la Sorbona en una Universidad Islámica, en la que los profesores fieles al régimen y a la religión musulmana conservan su trabajo, incluso mejoran en oportunidades y sueldos con la ayuda de los petrodólares. Otros, en cambio,  son despedidos como François.

Hay un paralelismo entre la vida de Huysmans— que al final de su vida se convierte al catolicismo—, con el personaje de la novela, François, cuya única tabla de salvación posible será convertirse al Islam. Porque como le dijo a Myriam, su novia: “Para mí no hay ningún Israel”


Me di cuenta en el momento en que lo que decía no sólo lo pensaba sino que lo deseaba, que formaba parte de esa gente tan poco numerosa que se alegran a priori de la felicidad de sus semejantes, en resumidas cuentas era lo que se llama un buen hombre.

El hombre, en cambio, es un animal, por descontado; pero no es un perrito de la pradera, ni un antílope. Lo que le garantiza su posición dominante en la naturaleza no son las garras, ni los dientes, ni la rapidez de su carrera; es ni más ni menos su inteligencia. Así que se lo digo con toda seriedad: no hay nada anormal en situar a los profesores universitarios entre los machos dominantes.

El 19 de enero por la noche fui presa de una llorera imprevista, interminable. Por la mañana cuando el alba despuntaba por Le Kremlin-Bicetrê, decidí regresar a la abadía de Ligugé, allí don Huysmans recibió el oblato.

Y es el Houellebecq más político, aquél que en privado y en público, cuando se le pregunta, confiesa estar más por una democracia directa, el que conversa con mi maridito (AMB) sobre el fenómeno de “Podemos” y otros asuntos de política,  el que nos pone la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1793.

 “Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es, para el pueblo y para cada porción del pueblo, el derecho más sagrado y el deber más indispensable.” El  pueblo francés.


Es el célebre argumento del mono mecanógrafo: ¿cuánto tiempo le llevaría a un chimpancé, tecleando al azar el teclado de una máquina, para reescribir la obra de Shakespeare? ¿Cuánto tiempo necesitaría un azar ciego para reconstruir el universo? ¡Seguro que más de quince millones de años…! Y no sólo es el punto de vista del ciudadano de a pie, también es el de los grandes científicos; seguramente no ha habido mente más brillante en la historia de la humanidad que la de Isaac Newton: ¡piense en  ese extraordinario esfuerzo intelectual, inusitado, que consistió en unir en una misma ley la caída de los cuerpos terrestres y el movimiento de los planetas Y Newton creía en Dios, era firmemente creyente, hasta el punto de que consagró los últimos años de su vida a estudios de exégesis bíblica, el único texto sagrado que le era realmente accesible. Einstein tampoco era ateo, aunque la naturaleza exacta de su creencia sea más difícil de definir; pero cuando le objeta a Bohr que “Dios no juega a los dados” no está bromeando, le parece inconcebible que las leyes del universo estén gobernadas por el azar. El argumento del “Dios relojero”, que Voltaire juzgaba irrefutable, sigue siendo tan sólido como en el siglo XVIII, incluso ha ganado en pertinencia a medida que la ciencia teje vínculos cada vez más estrechos entre la astrofísica  la mecánica de partículas.




martes, 14 de julio de 2015

Vladimir Vysotsky



Ana viene a mi casa una vez por semana, a ayudarme en la limpieza. Es una mujer grande y algo gruesa, de unos cincuenta y pico años. Y sobre todo es viva e inteligente. Tiene una facilidad pasmosa para aprender el idioma del país donde está trabajando. ¡Una superviviente nata! Así, habla griego, italiano, español y también ruso, además de búlgaro que es su lengua materna.

Aborrece a los comunistas y todo lo relacionado con ellos; le fastidian, por ejemplo, las muñecas rusas que adornan mi estantería—regalo de mi querida Elena K.— o un banderín con la imagen de Lenin llamando a la revolución a sus compatriotas—y que ha relegado al sótano— o un abridor de latas cuyo cabezal representan una hoz y un martillo—a buen seguro, un día de éstos terminará en la basura con la excusa de que está oxidado—. Al pobre Dostoievski lo tiene confinado, basta con que fuera una de las lecturas obligatorias del establishment soviético, cuando ella cursaba el bachillerato en Bulgaria.

Sabe de todo y de todo tiene opinión. Conoce a Belén Esteban y toda la farándula del famoseo, consumidora habitual de telebasura y, a la vez, de los documentales sobre tortugas, arrecifes, tecnología o adelantos médicos del canal  Discovery. Aunque últimamente, me dice, se inclina más por los documentales de crímenes y psicópatas; de ellos le interesa el procedimiento utilizado para descubrir el asesino.

Del panorama político actual, está muy bien informada, desde UPyD a Ciudadanos, pasando por PP, PSOE y Podemos. También me informa sobre las ofertas de los supermercados, recuerda perfectamente los precios—algo inaudito para mí—controla la declaración de la Renta, está enterada de lo que hay que declarar y de las deducciones que se pueden hacer y de las que no.

Y después de estar trabajando todo el día, además, tiene tiempo para leer, principalmente le gusta María Dueñas, Matilde Asensi, Ildefonso Falcones, a los que lee en español. Ahora está con “Cien años de soledad”. No sé si le gustará o no, o si se habrá enterado de la amistad que unía a Gabo con el comunista Fidel Castro.

Nunca se queja y tiene motivos para hacerlo. Al contrario, siempre está alegre y con un afán desmedido, casi cotilla, por enterarse de todo… Dejó a sus padres en Bulgaria, a su hija mayor y a su nieta (a la que sólo ve en Agosto); tiene el cuerpo destrozado por la artrosis, que apenas la deja trabajar, sin embargo trabaja muy duro.

La otra mañana estaba yo escuchando a Javier Krahe en youtube cuando ella me preguntó  quién era. (Lo pregunta todo, qué haces, lo que comes, qué compras y por qué, dónde vas, de dónde vienes…) Entonces le expliqué un poco por encima quién era, le dije que había muerto esa misma mañana…
—Ah sí—me interrumpió—lo escuché en la radio. Exactamente igual que el ruso Vladimir Vysotsky—y se dio la vuelta en dirección al comedor, con la nueva aspiradora, la Kobold HD-50, a la que odia a pesar de no ser maquinaria rusa sino Made in Alemania.


Pues aquí está, Vladimir Vysotsky.


Y Javier Krahe





Y George Brassens con Yves Dutiel 





viernes, 10 de julio de 2015

MARTILLO


DE ALEJANDRO HERMOSILLA

Al autor del libro lo conocí en Cartagena. “Tropezamos” (mi maridito y yo) con él por casualidad—cosas del azar, o quizás de algún efrit bueno—  en una terraza. De pie, en la calle y en tan sólo media hora, supimos de él, de su trabajo en México y de su libro publicado “Martillo”.  No crean que mi maridito y yo hacemos eso con todas la personas con las que “tropezamos”. No, no es eso, sino que nos lo presentó, nada más y nada menos, que Juan de Dios, un gran poeta cartagenero, divino.

Alejandro es una persona extremadamente amable, que ya, a las primeras palabras se adivina su talento y su sinceridad.

“Martillo”: Magnífico. Y aunque parece difícil explicar el argumento, es, sin embargo, un buen libro. Un libro nuevo. Bajo la apariencia de un delirante poema concebido como un arabesco, una línea enrevesada cuyo argumento se contrae y se alarga sobre sí mismo.  Yo diría una encrucijada entre Las mil y una noches y Lovecraft. Una gran metáfora, un viaje en la vida interior del propio autor.

Sin embargo, yo me he aplicado en la lectura lenta y detallada del libro hasta creer encontrar un hilo conductor. He ido señalando las letras en la escritura arabesca lovecraftiana.

Un recorrido del autor por las intrincadas calles y por la Plaza de Fez le llevan hasta unos baños de manos de Hassan. Un beso entre ambos lo sumerge en el averno, representado en una fortaleza en el desierto, levantada por unos sangrientos beduinos en el desierto de Rub al-Jali, en la ciudad de Iram y conocida con el nombre de Ubar, la “ciudad de los pilares” o la “Atlántida de las arenas”. La misma ciudad en la que vivió un demonólogo árabe que escribió el Necronomicón.

El panorama en su interior es insidioso.

La incubación de la miseria humana cobra tales proporciones que es inevitable sentirse estupefacto.

Veo a una joven muchacha que tiene varios senos en su cuerpo y uno en su boca desde el que escupe leche cada vez que alguien la acaricia.

El preso ( trasunto del escritor) pasa los días sumido en el abismo, en el desamparo más absoluto, con la única compañía de una gata abisinia, a veces convertida en una hermosa pantera negra. Acuden entonces los efrit, seres de la mitología árabe que pueden realizar acciones tanto buenas como malas.  Y ante el sufrimiento imagina ser un caballero cristiano—luego pasará a ser un sastre—que rescata a una princesa árabe de las garras del califa con el que iba a casarse. Como cuando éramos niños y veíamos aquellas películas antimusulmanas.



Siendo el último preso con vida de la fortaleza, y después de unos sucesos extraordinarios, logra escapar. (Como también lo intentó sin éxito Cervantes en su presión de Argel).

Por fin, llega un poco de calma refugiado en el hogar de Abdel Halim, hombre hospitalario— como el buen musulmán—, que le da té, le presta unas babuchas, con dos hijos serviciales, que le colocan una hamaca en el jardín de casa.

Escuchando la reverberación y el eco del agua que cae, a media tarde, de una fuente octogonal situada entre los jardines de las casas en que me hallo.

Sobre el silencio:

Diferentes tipos de silencio: el existente entre dos guerreros antes de que se produzca su enfrentamiento, el del campo de batalla tras el combate, los jugadores de cartas mientras apuestan, el condenado a muerte, los religiosos, o el asesino justo antes de acabar con la vida de su víctima.

Hay multitud de referencias literarias. A Robert Walser ( leído), Unamuno( leído), Antonio Lobo Antunes( leído por recomendación de Zoilo Caballero Narváez), Houellebecq ( amigo y también leído), Claudio Magris( leído); Marcel Proust( todavía leyendo) y Borges( leído en argentino) estos dos últimos a los que reconoce con una clara herencia árabe, por sus curvas, rodeos y circunlocuciones, Elias Canetti (no leído), Flaubert (todavía por leer sus famosa correspondencia)… y un largo etcétera ( leído y no leído).

Sobre Cervantes:

Porque solamente un ser humano que ha experimentado el infortunio, la tristeza en grado sumo, que se ha enfrentado a los múltiples reveses de la vida, sobreviviendo a ellos, y que ha conocido los límites de la desesperación, puede expresar algo valioso sobre la experiencia humana o concebir un personaje como el caballero de la triste figura: un héroe capaz de adentrase en una fortaleza musulmana para rescatar a una princesa de las manos de un sultán, o de enfrentarse con un solo gesto a malandrines y genios malignos que se transforman en cueros de vino tinto o molinos.
Tuvo que aguantar que la rugosa mano de uno de ellos se deslizara por su cuerpo y, además, las risas de la mayoría. Que un comerciante de quesos le restregara el alimento por su rostro, que una muchacha muy delgada, con el pelo lleno de sangre seca de garrapatas, vomitase a su lado.
Y todas esas desagradables experiencias e infortunios no doblegaron su espíritu.
Al contrario, le hicieron más fuerte.
Agrandaron su conocimiento del alma humana.
En el actual barrio e Beluizad, muy cerca del mar, se halla la gruta a la que fue arrojado, junto a trece cautivos más, y en la que vivió prácticamente cinco años.



No importa la historia que nos quiera contar el autor (si es que la hay) tan sólo el placer de leerlo es reconfortante, el mero hecho de deslizarse en su prosa, exquisita, alucinante a la vez. El sonido de un martillo, que repite machaconamente frases enteras, en espiral; y que a mí más que un martillo me recuerda a un Martinete que, como se sabe, se canta a golpes de martillo sobre un yunque metálico. Con ese ritmo que me ha mantenido desde el principio hasta el final en su lectura. Como lo hice también con los detectives salvajes de Bolaño. Y al que me recuerda, no sé por qué: ¿está escrito en México? (Me gustan los libros que terminan señalando lugar y fecha de inicio y de final, me dice mi maridito)






Soplaba el viento, los troncos de las palmeras se movían despacio, las altas copas se mecían ligeramente en círculo. Un joven de turbante amarillo se acercó, nos saludó gravemente en silencio y se sentó un poco más atrás, en el borde de una alfombra, y de debajo de su albornoz sacó un laúd cuyas cuerdas empezó a tañer distraídamente.

Creí entonces escuchar los murmullos del desierto, que crearon una burbuja expansiva sobre nuestra aura, que reverberaba al mismo tiempo que se disolvía sobre la nebulosa de nuestros pensamientos y se contraía y se alargaba como si fuera un músculo, hasta relajarme y amansarme al igual que un niño, acunándome como lo harían los espíritus de las mujeres que nacieron, gozaron y perdieron su vida en la arena.