LA CONJURA

jueves, 16 de junio de 2016

JONAS KAUFMANN

Uno se entristece sin darse cuenta. Sucede siempre. En mi caso perdí el apetito (algo inaudito en mí) no comía, sólo lo justo, y porque era la hora y tocaba. Siempre estás muy cansada y sólo quieres dormir y no hablar y no pensar. En ese estado, cualquier acto habitual se convierte en un sufrimiento: ir al trabajo, hablar por teléfono, leer o escribir.

Sin embargo, creo que no estaba deprimida. Sólo estaba triste, muy triste. Ni siquiera he llegado a estar deprimida (al menos no profundamente). Quizás sólo un principio.

El caso es que durante este tiempo, me despertaba por las mañanas con la música de un tal Jonas Kaufmann, un tenor alemán, considerado uno de los mejores del mundo. Mi maridito lo escuchaba insistentemente. Pero yo no me encontraba bien y llegué a odiar a este hombre. Y a su música. A todas horas con el dichoso Kaufmann. En una ocasión, bajando las escaleras del sótano, me caí rodando. Mi maridito ni se enteró, en ese momento escuchaba a Kaufmann a todo volumen.

Pues bien, un día me da la gran noticia: tenemos entradas para ir a verlo al Palau de la música en Barcelona.

— ¿No es extraordinario?—me dice entusiasmado.

—¡Más de setecientos kilómetros para escuchar al tal Kaufmann! —le contesté—¿No sería más barato y más cómodo que te compraras un disco?

Cuando llegamos al Palau, la gente, los fans, nerviosos y muy emocionados, se agolpaban a la entrada para ver a su ídolo. Por supuesto ya no quedaban localidades. Me fijé en un cartel con la imagen del tenor que había en el vestíbulo. Hasta ese momento no había tenido el menor interés en saber cómo era. Me imaginaba un Pavarotti, o un Plácido Domingo, versión austriaca, o algo así. Pero no. Era un hombre joven y extrañamente atractivo, de unos cuarenta y pico años. 





Entramos. Nos toca arriba, ¿en el gallinero? (no sé si ese término es el adecuado para el Palau) y además separados, en filas distintas. Conocemos a MJ, una amable profesora de música de la universidad que nos habla del tenor.

—Tiene una voz densa, sutil si se cuida, será uno de los grandes.

Empieza el concierto cantando poemas con música de Mahler y Richard Strauss. Muy triste y solemne. Y es que aquí muere hasta el apuntador. El pianista, Helmut Deutsch, en cambio, me pareció brillante desde el principio.

—Los poemas son muy existencialistas. —me dice mi maridito volviendo la cabeza desde la fila de delante.

—Ya, ya

Como toda aquella parafernalia me es ajena, me distraigo observando a mi alrededor. Algunos espectadores se levantan para ver mejor. Pero solo lo hacen aquellos que no tapan a nadie. Eso sí, lo hacen exquisitamente, demasiado diría yo; en silencio, sin molestar, y siguiendo al mismo tiempo al tenor con el programa en la mano. Como en una liturgia, donde hay que llevar bien aprendido el papel. De pronto, una señora que hay a mi lado, se atreve a aplaudir cinco segundos antes de que finalizara el tenor. La gente se le echa encima y la manda callar. Pero Kaufman no le da importancia y sonríe. Un error lo tiene cualquiera y estaba justificado.

Aproveché para admirar el Palau y su estilo modernista. Sobre el escenario, una escultura de la cabalgata de las Valquirias; en el techo, una gran claraboya que representa un sol, y que a mí me parece más bien una gota de rocío a punto de caer


Miré hacia arriba  y entonces ocurrió. Como mi asiento estaba en un lateral, pude comprobar un gran caballo alado que sobresalía de un arco y que se extendía por encima de los espectadores. El animal tenía unos enormes testículos tallados en piedra que pendían sobre mi cabeza. Entonces me dio risa. Una risa contagiosa. Me parecía una escena surrealista.  No podía reprimirme y cada vez reía más hasta que tuve que taparme la boca y hacer esfuerzos para que no se me oyera. Cualquier movimiento en falso y los fundamentalistas de la ópera me ponían de patitas en la calle.



Terminó Kaufmann con enormes aplausos y siendo muy generoso en los bises. Además, tuvo el detallazo de finalizar cantando una canción española. Eso sí, el tenor tuvo que sacar el ipad  para poder seguir la letra. Una canción de Turina, “las locas por amor”, creo. No sé si con retintín.  El público rendido a sus pies, le regaló flores y cava. Regalos que se llevó personalmente quizás por su origen calvinista.

A partir de ese momento me uní a la fiesta. En platea nos esperaba ML, también profesora de música, muy generosa en sus explicaciones. Por ella sé que Kaufmann tiene un amplio registro, y que además de guapo es grande (musicalmente hablando), que Juan Diego Florez es un tenor peruano, el mejor en su especialidad, el Bel canto, y que Anna Netrebko es una de las mejores sopranos de su generación aunque la ha fastidiado casándose con un tenor ruso al que impone en sus actuaciones.

Salí muy contenta y feliz del Palau. 

Kaufmann y la Netrebko en una actuación. No se pierdan el beso final.




Nosotros, poco antes de la actuación, tomando cava frente a la Catedral del Mar.