LA CONJURA

lunes, 10 de marzo de 2014

La Tacita de Plata


Me gusta Cádiz. Sobre todo la Cádiz  atlántica, la marítima, la naviera, la de los astilleros de  Navantia, con su bahía plateada, las calles estrechas y sus balcones y torres oteando el océano. Es una ciudad andaluza y sin embargo es la más francesa y también  la más  inglesa. Allí se hizo una nueva Constitución con el espíritu de la revolución francesa;  también los liberales gaditanos eran admiradores del parlamentarismo inglés, y  en Inglaterra se exiliaban cuando la cosa iba mal,  como  hizo  Blanco White.


 Para mí lo más bonito  de Cádiz es su  luz. Se cuela desde arriba,  por entre los tejados e ilumina cualquier calle por estrecha que sea. Estoy segura que en otra ciudad sería casi imposible. Me pasa como a mi amigo César cuando va a Cartagena, y es que a él  le entran unas ganas enormes  de hacerse consignatario de buques aunque no sepa exactamente qué es eso.



Nada más llegar a Cádiz, junto al hotel, vimos una librería-cafetería llamada La Clandestina. Con ese  nombre había que entrar. No compré libros, ni tomé café; pero me llevé un pin de Frank Zappa para Mariplatónica.
Hemos visto el carnaval chico; el ingenio de las chirigotas y los coros legales e ilegales y callejeros, en el barrio la Viña y en la plaza del Mentidero; he disfrutado de sus letras, algunas reivindicativas, originales, y con mucha gracia y tomado cerveza en la taberna del Manteca.

¡Ah! Y  el atardecer en el  atlántico.


 




(Chirigota callejera: La del eterno repetidor): cucha quillo ¿cuál es la velosidáh  de la lú?... Depende … de qué lú, ¿la de la bombilla o la del tubo de neón fluoressente?