LA CONJURA

martes, 7 de mayo de 2013

MIGUEL DE UNAMUNO Y ORTEGA Y GASSET
















Unamuno (a la derecha, sentado y con las manos en la rodilla) fue catedrático de griego en la Universidad de Salamanca. Mantuvo un activo compromiso político durante toda su vida, primero contra la Monarquía, luego contra la dictadura de Primo de Rivera, más tarde a favor de la República, para después apoyar el golpe militar de Franco y luego desautorizarlo. Podéis vencer, pero no convencer.

Para Unamuno, lo importante es la vida humana concreta e individual, no la del hombre abstracto ni mucho menos la de la Humanidad, sino la del hombre de carne y hueso que había reivindicado el existencialismo de Kierkegaard, al que llamaba su hermano.  Y a esa vida debe subordinarse el conocimiento e incluso la verdad.

En “Vida de Don Quijote y Sancho”, convierte al Caballero de la Triste Figura en un modelo ético e intelectual, la vida es el criterio de la verdad y no la concordia lógica, que lo es sólo de la razón. Verdad es lo que, moviéndonos a obrar de un modo u otro, haría que cubriese nuestro resultado a nuestro propósito.

La gran rebeldía para Unamuno es el rechazo de la necesidad de la muerte y la apetencia de la inmortalidad. En su ensayo filosófico más importante, Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos proclama su negación de la muerte, contra toda razón y toda lógica, y reivindica la inmortalidad personal.

La muerte, que todo lo iguala, es la gran despersonalizadora, la que extermina lo que de irrepetible hay en cada uno. Por tanto, afirmar la inmortalidad es la mayor reivindicación de la individualidad: mientras la especie zoológica nos impone morir y perdernos en lo indistinto, es nuestra individualidad humana la que quiere seguir viviendo sin pérdida ni olvido.
En todo el pensamiento de Unamuno, amigo de las paradojas y abundante en aparentes contradicciones, hay una lucha por alcanzar la fe entre la voluntad que no quiere morir y escepticismo racional que constata la inevitabilidad universal de la muerte.

Desde comienzos del siglo XIX hubo en España partidarios de la Europa ilustrada y progresista enfrentados a los tradicionalistas conservadores. Unamuno era más partidario de españolizar Europa que de europeizar España. Todo lo contrario que Ortega para quien España era un problema cuya solución se llamaba Europa.

José Ortega y Gasset fue catedrático de metafísica en la Universidad de Madrid, desde sus posturas liberales y reformistas también llevó a cabo una destacada actividad política: fue apartado de la docencia en la dictadura de Primo de Rivera, apoyó la llegada de la República, cuyo radicalismo pronto le decepcionó, se exilió voluntariamente durante la guerra civil y después mantuvo una actitud ambigua de distanciamiento silencioso frente al franquismo.

Fundó y dirigió largo tiempo la “Revista de Occidente”, una publicación de enorme relieve cultural por medio de la cual se introdujeron en España las más importantes corrientes  del pensamiento contemporáneo.

A diferencia de Unamuno, su pensamiento es laico y racionalista. Pero sin que para él la razón sea algo abstracto, porque está intrínsecamente ligada a la vida, a sus exigencias y problemas: se trata de una razón vital.

El ser humano no tiene naturaleza sino historia y se ve arrojado a la existencia como a un mar borrascoso: somos una especie de náufragos que debemos utilizar el pensamiento y la cultura como tablas de salvación para no hundirnos en el abismo aniquilador.
En “Meditaciones del Quijote”, estableció “Yo soy yo y mi circunstancia; y si no la salvo a ella, no me salvo yo”. Es decir, que el individuo viviente y pensante no puede desligarse ni tampoco desentenderse del contexto histórico en que su vida real ocurre: para vivir mejor debemos regenerar el ámbito sociocultural en donde nuestra existencia tiene lugar.
Establece la distinción entre idea y creencia. Las creencias son aquello sobre lo que establecemos nuestra vida espontánea y necesariamente: por ejemplo, al despertarme por la mañana soy el mismo que se acostó la noche anterior, o que el armario no hará desaparecer la ropa que he guardado en él.

Pero en época de crisis, las creencias vacilan y nos encontramos trompicando sobre dudas. Es entonces, cuando fabricamos deliberadamente nuestras “ideas”, cosas, en las que no creemos pero que nos sirven para defendernos frente a las dudas: la filosofía, la religión y el arte son mecanismos de creación de ideas.

Ortega rechaza tanto la postura “idealista” como la “realista” en cuestión de conocimiento. Para él, nuestro saber del mundo es cuestión de perspectiva.  Seleccionamos y preferimos lo que creemos más conveniente para nuestra vida. En sí mismos, los objetos no son problemáticos, pero la perspectiva que tenemos  de ellos responde a nuestros problemas vitales: son lo que representan para nosotros.
En La rebelión de las masas” se describe al hombre contemporáneo como un hombre masa, adocenado y gregario pero exigente en sus caprichos, que no respeta a las élites intelectuales y busca su satisfacción colectiva en la demagogia de la mediocridad.







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