LA CONJURA

viernes, 2 de julio de 2021

LÉXICO FAMILIAR

 




En “Léxico Familiar”, Natalia Ginzburg, nos cuenta la historia de su extravagante familia: unos judíos del norte de Italia, de clase media acomodada, intelectuales y antifascistas, y lo hace a retazos, con breves pinceladas. Es un retrato desprovisto de toda épica y que resulta, sin embargo, entrañable, exquisito, y por tanto, escrito con humor, inteligencia y un indeleble sello personal ( una voz propia como diría el crítico).


Y así, nos hace un esbozo de sus padres, de los cinco hermanos y de la abuela judía y del resto de personajes, criadas, amigos y conocidos, entre ellos por ejemplo, al poeta Cesare Pavese o Giulio Enaudi fundador de la famosa editorial que llevaría su nombre y donde trabajó muy activamente Natalia Ginzburg, todos ellos inmersos en una vida poco común y unidos por un nexo común: las palabras, el vocabulario, las frases ingeniosas, los juegos de palabras y las repetidas historias y expresiones que una y otra vez se cuentan en la familia y que forman parte de su testimonio vital y de un pensar meditado.




La figura del padre aquí es primordial. Un hombre culto, profesor universitario, científico, pero un hombre gruñón, que todo le parece mal, sus hijos son unos borricos, Proust un tostón, la pintura moderna son para él cochinadas y mejunjes y llama tontos y estúpidos a personas que acaba de conocer; sin embargo, a pesar de su carácter bruto y dictatorial el hombre tiene un halo de ternura y locura, a la vez.


La novela es en esencia un conjunto de escenas costumbristas de la Italia fascista, del auge y caída del fascismo, de los años treinta y cuarenta, cincuenta, previos y posteriores a la Segunda Guerra Mundial. A mí me parece, por ejemplo, estar viendo alguna escena de Amarcord, la conocida película de Fellini. 

En resumidas cuentas, que Ginzburg me ha parecido una gran, original e imprescindible autora. Muchas gracias  A. por regalarme este libro. 



Y mi padre dijo: “¡Estos proletarios qué miedo tienen de morirse!”

Paola iba a bailar por las noches a la Cabañita. Y mi padre decía: “¿Todas las noches vas a bailar? ¡Qué borrica!


Mi padre despreciaba la televisión, decía que era una tontería, pero le parecía bien que mi madre la viese, pues era un regalo de Gino. Si ella una noche no la encendía y se quedaba leyendo un libro en la butaca, él decía: “¿Cómo es que no enciendes la televisión? ¡Enciéndela! Si no, no sirve para nada tenerla. ¡Gino te la ha regalado y tú no la ves! ¡Le has hecho tirar el dinero! ¡Ahora por lo menos vela!


Mottura pasaba tanto tiempo con Balbo, que en la editorial se inventaron el verbo “motturar”. ¿Qué hace Balbo? ¡Está motturando!, decíamos.


Pavese… aquella primavera solía llegar a nuestra casa comiendo cerezas. Le gustaban las primeras cerezas, las pequeñas y jugosas que, según él, tenían “sabor a cielo”. Desde la ventana lo veíamos aparecer por el fondo de la calle, alto, con su rápida forma de caminar: venía comiendo cerezas y arrojando los huesos contra la pared con un tiro seco y fulminante. Para mí la derrota de Francia quedó unida para siempre a aquellas cerezas que él nos hacía probar cuando llegaba, sacándoselas una a una del bolsillo con su mano parsimoniosa y huraña.

Nosotros pensábamos que la guerra transformaría inmediatamente la vida de todos. Sin embargo, durante años mucha gente se quedó en su casa sin ser molestada, haciendo aquello que había hecho siempre.



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