LA CONJURA

domingo, 26 de mayo de 2024

EL INFINITO EN UN JUNCO

 



Adaptación gráfica del célebre ensayo de Irene Vallejo “El infinito en un junco” ilustrado por el dibujante Tyto Alba. Una maravilla de lectura por varias razones, por la historia que cuenta y cómo lo cuenta, por las imágenes que lo acompañan—esos dibujos, esas acuarelas con colorido apacible y plenas de detalles, suaves al tacto— y por su olor, el olor de sus páginas que me trasladan a la infancia como la magdalena en la tila de Marcel. ¡Hace tiempo que un libro no olía tan bien!



El mayor logro de este ensayo, pues es un ensayo novelado, es convertir en fascinante la aventura de la historia del libro y de la escritura. Aventura que iniciamos en sus orígenes cuando los egipcios transformaban el junco en papiro para grabar sus jeroglíficos, con el surgimiento del alfabeto fenicio allá por el año 1250 a.c. y del que descienden los alfabetos posteriores (hebreo, árabe, griego, latino...), pasando por Alejandro Magno y su maestro Aristóteles, la biblioteca de Alejandría con Ptolomeo I, y un largo recorrido repleto de anécdotas hasta llegar a nuestros días.


Cuando la autora habla del infinito nos habla de las ideas, del conocimiento de los distintos saberes que se escriben e imprimen en los libros y cuya primera materia fue el junco. Nos lleva, Irene Vallejo, a un viaje sobre el origen de los libros donde traza claramente el hilo argumental para luego hacer saltos cronológicos, hacer digresiones y reflexionar a mitad de texto, incluyendo vivencias de su infancia y referencias de películas y de teatro, y hablarnos de oratoria, y por supuesto de los filósofos, para luego volver, regresar y tomar el hilo argumental como si nada, sin despeinarse siquiera.




Me quedo con el placer de leer, no sólo sus palabras y frases sino la maravilla de sus imágenes, y, desde luego, destacar varias historias: La reticencia que Sócrates tenía con los rollos escritos pues temía que abandonáramos la reflexión infinita y el esfuerzo por memorizar y seguir el diálogo; la ruptura del matrimonio de Pericles, el político más poderoso de Atenas, para unirse con Aspasia, una inteligentísima hetaira (prostituta de lujo) a la que amaba (lo cual me recuerda una película titulada “ La casa de la luna de agosto”) ; la Medea de Eurípides, una madre asesinando a sus hijos para vengarse del marido que la había abandonado y condenado al exilio o sea la primera violencia vicaria de género, Hiparquia que renunció a la fortuna familiar y se lanzó a la calle dinamitando las convenciones sociales de la época; la esclava americana Belle Myers que aprendió a leer sola descifrando las letras del rompecabezas del bebé que cuidaba; Tácito y su concepto de “la dulce inercia”, es decir, la renuncia a correr riesgos y autocensurarse, mucho más efectiva que la censura; Eurípides y la anciana reina Hécuba cuando denuncia la orfandad universal de las víctimas, Séneca y sus “Cartas a Lucilio”… y un sinfín de cosas más, todas historias humanistas.




Y aunque, en mi opinión, no todos los juncos escritos son buenos, algunos no son el infinito o Dios en el junco, sino el demonio en el junco, al final, me quedo con la hermosa labor de esta autora, y con la sensación de que hay un junco o libro que siempre faltará por escribir, que no se puede escribir, al menos por el hombre...


Te has retirado por decirlo así, a una habitación interior donde te hablan personas ausentes, es decir, fantasmas visibles solo para ti (en este caso, mi yo espectral) y donde el tiempo pasa al compás de tu interés o tu aburrimiento. Has creado una realidad paralela.

Eres un tipo muy especial de lector. Este diálogo silencioso entre tú y yo, libre y secreto, es una asombrosa invención. Tú puedes, en cualquier momento, apartar los ojos de estos párrafos y regresar al mundo exterior. Pero mientras tanto permaneces al margen, en otro universo, donde has elegido estar. Hay un aura casi mágica en todo esto.


La escritora imagina a la persona (probablemente un hombre) que aprendió y transmitió los signos del alfabeto fenicio.





Él vivió en el siglo VIII a. C., hace veintinueve siglos. Cambió mi mundo. Con seguridad fue amigo de curtidos mercaderes fenicios de rostro bronceado. Seguramente bebió con ellos en las tabernas de los puertos, de noche, aspirando el olor del salitre en el aire mezclado con el humo que subía de un platillo de sepia sobre la mesa, mientras escuchaba historias de mar. Barcos cabalgando en la tormentas, olas como cordilleras, naufragios, costas extrañas, misteriosas voces de mujer en la noche.



1 comentario :

  1. “ Infinitas gracias a tu mujer ( Nico ) . Me encanta que destaque el perfume del libro .Es una bella y generosa reseña literaria - olfativa “ (Irene Vallejo )

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