LA CONJURA

lunes, 28 de julio de 2025

INDIRA

 





Indira” es la tercera novela de una trilogía del escritor Santiago Díaz, guionista de cine y televisión y de la que yo he leído éste último libro. Y así va a seguir siendo, creo yo; que por ahora no tengo intención de leerme los anteriores.


Thriller piscinero y playero con sus consecuencias y atributos, esto es, libro insustancial, para no calentarse la cabeza mientras se sobrelleva la canícula del sureste español y quizás se afronte una nueva DANA.


He de reconocer que los capítulos (que son muy cortos) resultan adictivos, trepidantes, y a priori con unos personajes de gran fuerza y carácter.


Pero te crea unas expectativas que al final el autor no cumple: toda la historia queda muy superficial. Y uno termina de leer el libro con la sensación de que te han engañado. O lo que es peor, que has perdido el tiempo...porque, vamos a ver, ¿desde cuando se puede confiar en la palabra de un criminal asesino, medio psicópata y sin escrúpulos? Y no olvidemos, que éste no deja de ser un libro de un determinado género literario por mucho que el autor quiera innovar.


A la inspectora Indira Ramos y a su equipo le surge un nuevo caso cuando al remover la tierra de un solar aparecen cinco cadáveres. A su grupo se ha incorporado Jotadé, un policía gitano de métodos poco ortodoxos. El grupo cuenta además con dos agentes de policías. Por otro lado, la inspectora sufre un trastorno obsesivo compulsivo por la higiene y el orden, lo que limita sus relaciones personales con amigos y familia.



Resulta paradójico que al final del libro el propio autor pida a los lectores que no desvelemos el final, cuando es él precisamente quien cuenta el desenlace nada más empezar en la primera página. Y supongo que este final que supone un giro argumental está encaminado a seguir buscando la justicia en posteriores sagas. No sé. Pero nosotros los lectores caniculares queremos inmediatez piscinera, no estamos por la labor de esperar.


Yo no digo que sea mala jefa, pero es rara de cojones.

Jotadé unta una gruesa capa de mantequilla en la tostada, que después cubre con varias tarrinas de mermeladas de diferentes sabores. Lucía mira hipnotizada la bomba calórica que se come su compañero.

Lo mejor es ignorar sus manías—responde sin apartar la mirada de la tostada—. Oye, ¿tú sabes la cantidad de colesterol que tiene eso?

Eso es cosa de payos...¿Y del tal Óscar Jimeno qué me cuentas?




jueves, 24 de julio de 2025

JUAN BELMONTE, MATADOR DE TOROS






Al caballo Pabilo y a su compañero, asesinados en Panamá


Tengo que decir que a pesar de haber leído y reseñado una obra sobre un torero, yo no soy aficionada a la fiesta nacional (o drama nacional, como diría Machado), al contrario, si por mí fuera ya estarían abolidas las corridas de toros. Ni siquiera el autor de esta biografía lo era. Al escritor sevillano, Chaves Nogales, no le gustaban tampoco los toros y, por supuesto, no acudía a las plazas de toros; sin embargo escribió esta historia “al dictado” de su amigo torero Juan Belmonte.


Pero lo que a Chaves Nogales le interesó del matador de toros fue más bien su carácter intelectual y aventurero, quizás porque él también era un aventurero y un intelectual. Belmonte fue un hombre pobre sin estudios pero con una inteligencia natural extraordinaria.


Así que me acerco a esta obra, más que por otra cosa, por la narrativa de Chaves Nogales que hace del relato un magnífico reflejo literario de la época y del espíritu humano.


Personajes singulares, sevillanos del costumbrismo andaluz, el mundo latinoamericano, el encanto de los mexicanos y a la vez la exaltación de sus malas pasiones populares capaces de morir o matar por no importa qué causas, aquellos personajillos de la picaresca española como el hombre español con cara de tonto y aspecto de infeliz del que todos se mofaban y que resultó ser un estafador inteligente y a gran escala, en fin, toda una fauna de servidumbre y clientela que pululan alrededor del toreo y del torero.


La figura de Belmonte es excepcional porque representa el toreo moderno. Hasta entonces había terreno vedado para el matador porque se arriesgaba a sufrir una cornada del toro. Pero Belmonte sentó las bases actuales de la tauromaquia.


El diestro entraba en el terreno del toro sin ser cogido , es decir, corneado, y lo que en principio podría parecer suicida luego no lo era tanto (esta característica la ha llevado a su culmen el torero actual José Tomás). Según Belmonte, el único ser racional en el albero es el torero, mientras que el toro tiene el espacio que el matador le permite.


Juan Belmonte perteneció junto a Joselito a la Edad de Oro del toreo, en una época en que la faena del matador no moría en la plaza sino que proseguía más allá discutiéndose en la calle, con los aficionados analizando la corrida. No se hablaba de otra cosa pues los toreros eran ídolos de multitudes y el toreo era una continuación de la vida de los españoles.


Joselito significaba la técnica, la razón, el dominio, EL poder a todos los toros, EL dominar todas las suertes. Belmonte significaba la pasión, el arte, la estética, EL romper las reglas. Es como si dices el arte clásico y la revolución de vanguardias”.


Además Belmonte era el torero de los intelectuales. Se relacionaba con Pérez de Ayala, Romero de Torres y otros muchos escritores y artistas de fama. De él dijo Ramón de Valle Inclán: ¡Juanito, no te falta más que morir en la plaza!, a lo que el torero le respondió: “Se hará lo que se pueda, don Ramón”. Viajaba con un baúl repleto de libros, él, que era hijo de un quincallero y que en su infancia apenas aprendió a leer.


Chaves Nogales no es ajeno a la crueldad del toreo. En la narración se cuelan episodios espeluznantes. Pobres caballos despanzurrados con sangre por todas partes. O la historia del caballo que compró Belmonte y que siempre llegaba a la grupa tantas personas que el pobre animal no pudo más y se suicidó estampándose contra un muro. Destaca el caso de una corrida en Panamá que organizó Belmonte y su cuadrilla. Necesitando caballos para los picadores cogieron dos jacos que se dedicaban a repartir leche y que en realidad eran ajenos a las lides del toreo. Aseguraronle en todo momento a su dueño que sus animales no corrían peligro. Pero no fue así y los dos caballos terminaron destrozados. Uno de ellos que se llamaba Pabilo, al sentirse herido el pobre animal salió corriendo de la plaza con las tripas colgando. Todos tenemos una vida, una sola, también los pobres animalicos y nadie tiene derecho a quitárnosla para el disfrute exclusivo de ninguna persona. No hizo daño a nadie Pabilo, que era un animal tranquilo y feliz, y que junto a su compañero se dedicaba a trabajar.


Aquel toro parecía de goma. Le pinché en todas partes, y, si bien es verdad que llegó un momento en que murió, más creo que lo hizo harto de mí y de mi torpeza que por la virtud mortífera de mi acero.


La tesis de Belmonte sobre el toreo es que es, ante todo, un ejercicio de orden espiritual. La fuerza física es importante pero aún más lo es la fuerza mental. Lidiar contra el toro y contra los aficionados. Afrontar que, en ocasiones, la gente iba a ver las corridas con un papel y un lápiz para ajustar las cuentas al torero que no moría en la plaza. Y luego, resistir frente a los espectadores de toros que van de severos críticos y presumen de entendidos. Mientras la multitud aplaude o se divierte, el falso entendido acredita su tecnicismo tauromáquico manifestando ostensiblemente su disconformidad y es inútil todo cuanto el torero haga. Esto último es aplicable a casi todas las artes y disciplinas donde interviene el público.


Alguien dijo de “El pasmo de Triana” que parecía más un humorista inglés que un torero. Desde luego, lo que sí fue, es una figura dentro y fuera de la plaza.


Por último, hay una teoría antropológica e histórica-política sobre el toreo que voy a tratar de exponer aquí. Según esta teoría el toreo es la consecuencia de la Revolución Francesa en la España imperial y aristocrática. El rejoneo hecho por nobles y que se hace a caballo es objeto de revolución y es a partir de la revolución francesa cuando el torero (caballero) baja del caballo y va a pie y se enfrenta con arte al toro, y el toro mismo adquiere nobleza. El toreo en España representa, por tanto, la revolución francesa que no pudo darse en la política, en el estado y quedó limitada a la fiesta nacional. 


Uno cree que es desgraciado porque tiene que pelear sin descanso en su arte o su oficio y espera cándidamente que el día que tenga dinero será feliz descansando mano sobre mano; pero la verdad es que hay muy pocos hombres capaces de resignarse a ese bienestar burgués, que consiste en ver girar el sol sobre nuestras cabezas, bien comidos y bien descansados.


Se torea y se entusiasma a los públicos del mismo modo que se ama y se enamora, por virtud de una secreta fuente de energía espiritual que, a mi entender tiene allá, en lo hondo del ser, el mismo origen.


Hace poco quise impugnar unas tarifas de contribuciones que me habían impuesto arbitrariamente. Me quedé estupefacto cuando oí al recaudador que me decía como todo el mundo:

Pero hombre, a usted, ¿qué más le da? ¡Si con torear un par de corridas más tiene todos los problemas resueltos!

Y por esto sí que no paso. Me niego a que el Estado y el Municipio y la Diputación tengan ese concepto de mi dinero. Pase que haya que torear para ayudar a unos infelices que, a fin de cuentas, forman el pedestal del torero. ¡Pero me niego a dar una sola verónica en beneficio del Estado!




 

domingo, 13 de julio de 2025

POR SI UN DÍA VOLVEMOS


 


Una joven niña sobrevive como puede en la casucha de sus padres en una zona rural miserable y muy próxima a Cartagena (España). Las condiciones de vida son penosas y como quiera que a perro flaco, todo son pulgas, a nuestra protagonista le sucede un hecho ignominioso, un hombre la viola mientras duerme en una marranera. Ella se defiende clavándole la hoja oxidada de una hoz. ¡Ojo! Todo esto ocurre en la primera página, que no destripo nada.


Nuestra heroína (cuyo nombre desconocemos durante toda la novela) coge la tarjeta de embarque de su agresor, Cecilio Belmonte, y así suplantando la personalidad y convirtiéndose en Cecilia embarca a Orán, en busca de oportunidades y huyendo del crimen cometido; en realidad, la muerte de un criminal por legítima defensa.


El libro describe a través de la ficción a la colonia francesa de Argelia a principios de los años veinte del siglo pasado, a la bulliciosa ciudad de Orán, de origen árabe e influencia española, a los muchos españoles refugiados de la guerra civil que sobrevivían allá, pasando tangencialmente por otros hechos históricos como la II guerra mundial, y desde luego, la historia de los pieds noirs hasta su devenir posterior en la violenta independencia.


Pero también es una novela de aventuras con una figura femenina heroica admirable por su valor en busca de un posible mundo mejor en un mundo extraño; allí, donde confluyen distintas culturas con un punto en común, el ansia de libertad.


Habrá gente que le parezca un novelón clásico, y le guste; y otros que digan que ésta no es su tipo de novela, que le sobra el rollo melodramático. A mí, sin embargo, me gusta. Me parece perfecta la forma en que María Dueñas modela a su protagonista. Joven, valiente, inteligente, en un mundo intolerante y cruel. Un personaje entrañable en una gran novela.


Deprisa, deprisa, empecé a avanzar por calles y escalinatas que me eran familiares porque en otro tiempo las había recorrido montones de veces: estrechas, enredadas, empinadas, con gente arriba y abajo, con olores poderosos, voceríos, olor a mar y ropa tendida en las ventanas. Se seguí oyendo hablar en francés, pero ya no era tan cristalino como en los boulevards: ahora se revolvía con avisos en árabe, insultos y juramentos en español, alguna estrofa de copla o de tarantella desde una radio encendida, reclamos de vendedores ambulantes, regateos bullangeros de mujeres y las risas de niños que no iban a la escuela.