LA CONJURA

viernes, 30 de diciembre de 2011

HÁGASE LA LUZ (II)

HÁGASE LA LUZ (II). Rousseau. George Berkeley. Hume. Kant. Lichtenberg

Jean-Jacques Rousseau nació en Ginebra pero vivió en Paris. Colaboró con Diderot en la Enciclopedia o diccionario razonado del conocimiento humano para combatir los prejuicios y supersticiones, con artículos sobre música, la que fue su gran afición y que le llevó a componer una ópera. Hay que advertir que ser amigo de Rousseau no era cosa fácil: la mayoría duraba poco en el puesto. Y con Diderot no fue una excepción.

Cierto día en que se dirigía a visitar a Diderot que estaba encarcelado por culpa de los inquisidores contrarios a la Enciclopedia leyó la convocatoria de un concurso de trabajo: “¿Han mejorado las ciencias y las artes las costumbres de los hombres?”.
Diderot o cualquier otro ilustrado habrían argumentado en sentido afirmativo, pero Rousseau decidió escribir un ensayo para decir que no. Contra los optimistas ilustrados del progreso señala que todas las comodidades y sofisticaciones tienen su precio: lujo, vanidad, afán de riqueza y esclavitud de muchos.

Rousseau no cree posible volver al estado de naturaleza primitivo del buen salvaje pero propone que tratemos de corregir los males de la sociedad reflexionando sin autocomplacencia sobre ellos.

En El contrato social establece las normas de un régimen ideal de Estado en el que cada cual renuncia a su libertad natural para ganar junto a los demás la libertad civil y el derecho de la propiedad. Las decisiones no deben representar la voluntad de todos, es decir, los intereses egoístas de cada cual, sino la voluntad general, o sea el bien común de la sociedad.

En el terreno educativo escribió una ficción filosófica : Emilio, en la que cuenta la formación de un niño cuya bondad natural no es contrariada por imposiciones artificiales, logrando que su amor por sí mismo se transforme en amor al prójimo.

Vaya!!Mucha teoría sobre el amor y los niños, bla, bla … pero él dejó a sus propios hijos abandonados en un orfanato nada más nacer. Claro es que con tanto niño hubiese sido imposible la dedicación al estudio y nos hubiésemos perdido su aportación a la pedagogía universal…aportación discutida pues sin querer aprender, ni respeto al maestro, no se aprende.

En la obra de Rousseau se combina el uso de la razón con la intuición, los sentimientos y las pasiones. Fue a la vez revolucionario y conservador.

El irlandés George Berkeley, obispo y teólogo, así como teórico de las matemáticas y de la economía política, fue también un ingenioso escritor como demuestra en sus Diálogos entre Hylas y Filonús. Recordemos que la Ilustración nació en las Islas británicas.
Berkeley como buen anglosajón era empirista—en la línea de John Locke—. El Empirismo es la tendencia filosófica que considera la Experiencia como criterio o norma de verdad en el conocimiento. Su habilidad consistió en utilizar el empirismo a favor de la religión y no contra ella. La mayoría de quienes piensan que todo nuestro conocimiento viene de los sentidos son inconsecuentes puesto que la “materia” es algo que ningún sentido revela. Esta afirmación ya echa por los suelos todo el Materialismo filosófico de Gustavo Bueno ¡!

Por ejemplo, mis sentidos me aportan el color, la forma, la dureza de tacto, aroma, sabor de una manzana, pero nunca nada parecido a una cosa material que subyace y provoca este cúmulo de impresiones. Si hay que ser empirista seámoslo hasta el final… o lo que es lo mismo: “ Si hay que ir se va, pero ir para nada…”.

Precisamente lo que es inverificable experimentalmente es la famosa materia.

Entonces, ¿debo creer que todas cosas “desaparecen” cuando mis sentidos no las perciben? Pues deberíamos suponerlo…salvo que Dios exista. Porque Dios todo lo percibe constantemente, las estrellas más lejanas, las manzanas a las que doy la espalda y mi hijo, a quien he dejado en el colegio y al que no volveré a “percibir” hasta dentro de varias horas. De modo que el empirismo radical es un argumento a favor del alma y de Dios, no de la materia.

El escocés Hume no sólo fue un gran filósofo, sino también psicólogo, magnifico historiador (Historia de Inglaterra sigue siendo un modelo para historiadores modernos) y hasta un precursor de lo que luego se llamó la antropología, en su estudio del origen de las ideas religiosas. Es el filósofo favorito de mi amiga Carmen.

Pero su principal campo de reflexión fue la naturaleza humana. Hume fue un empirista radical, incluso más que Berkeley: para él sólo existen las impresiones que nuestros sentidos nos aportan. Lo que llamamos ideas no son más que recuerdos de impresiones pasadas.

¿Las cosas del mundo? Nosotros sólo tenemos impresiones de color, forma, sabor…etc. Todo lo demás son conjeturas que hacemos a partir de nuestras percepciones y que damos por buenas a fuerza de costumbre o por simples hábitos o rutinas que tomamos por vínculos objetivos. O sea, que como estamos acostumbrados a ver que el trueno sigue al relámpago decidimos que es éste la causa de aquél.

Hume es un escéptico. Duda seriamente de que podamos conocer nada con certeza objetiva, puesto que todas nuestras impresiones son subjetivas. Pero también duda del escepticismo mismo.

Hume supone que el origen de la religión es el politeísmo, es decir, una serie de entidades fantásticas buenas o malas, favorables o desfavorables, que los hombres se inventan para explicar los fenómenos de la naturaleza. Tampoco el Dios providencial de los cristianos o el Dios relojero organizador de la naturaleza de los deístas como Voltaire le merecen mayor aprecio: en sus Diálogos sobre la religión natural desmonta con razones contundentes todas las supuestas pruebas cosmológicas o morales a favor de la existencia de Dios.

En el tema moral, Hume libera a la ética de sacrificios y amenazas. Para él no hay otra norma de conducta que el bienestar humano: lo que nos resulta agradable, placentero y útil es lo bueno. Pero no se trata de un bienestar meramente egoísta sino de un sentimiento espontáneo de simpatía y benevolencia hacia nuestros semejantes. Algunas virtudes son naturales como el amor a los hijos o el amor a nuestros perros y gatos o la piedad por los desdichados. Otras, en cambio, provienen de la necesidad de mantener el vínculo social como la fidelidad, obediencia a la autoridad.

Pero sin duda el filósofo más importante del siglo de las luces se llamo Immanuel Kant. Nació, murió y vivió toda su vida en la ciudad prusiana de Königsberg, que hoy forma parte de Rusia. NUNCA VIAJÓ, y mucho menos a Ibiza, como los alemanes de ahora.

Su puntualidad era legendaria. Todos los días daba un paseo a la misma hora y los habitantes de Königsberg ponían sus relojes en hora al verle pasar. Todo parece indicar que era una persona antipática y aburrida. ¡!Pero no!! No lo era, al contrario, Kant fue un gran conversador con mucho sentido del humor.

Al final de su vida tuvo Alzheimer, y como iba perdiendo la memoria anotaba en su agenda los temas de conversación con sus amigos para no repetirse. Todo lo contrario de lo que hace la gente hoy en día que te da la tabarra con la misma cosa una y otra vez.

Kant aspiraba a transformar la filosofía en una ciencia bien fundada. El gran tema de la filosofía es el ser humano y abarca tres preguntas insoslayables:

1-¿Qué puedo saber?
2-¿Qué debo hacer?
3-¿Qué puedo esperar?

1.-A la primera de las preguntas, la que trata del conocimiento, responde Kant con La crítica de la razón pura su obra más celebre e influyente. En el tema del conocimiento mientras que Descartes consideraba nuestro entendimiento como la fuente principal del saber y otros empiristas como Locke o Hume aseguraban que todo lo que sabemos nos llega por la vía de los sentidos, ninguna de estas perspectivas convencía a Kant aunque pensaba que ambas teorías tenían parte de razón.

En el conocimiento humano se da una materia y una forma: la materia la aportan los sentidos con su experiencia, pero la forma la pone el entendimiento con su capacidad de organizar los datos sensoriales. Sin la materia que nos aportan los sentidos nuestro entendimiento permanece vacío, pero sin el orden aportado por el entendimiento los datos sensoriales son un caos ciego e informe.

Lo que podemos conocer es una combinación entre lo que nuestros sentidos perciben de las cosas y la forma que nuestro entendimiento proporciona a esos datos: el resultado es lo que Kant llama fenómenos.
La razón no se resigna a limitarse a trabajar con datos sensoriales y quiere ir más allá: las grandes ideas metafísicas, es decir, el alma, el mundo como totalidad universal y Dios son aspiraciones ambiciosas de la razón a volar más lejos de lo que la experiencia concreta aporta.

2.-A la segunda pregunta: ¿qué debo hacer? hay que responder teniendo en cuenta que los seres humanos somos activos y debemos tomar decisiones que las circunstancias nos imponen y nos muestran el camino que debemos seguir: la necesidad de comida o cobijo o el instinto de conservación.

Así nuestro comportamiento es heterónimo (o sea, que sigue una norma ajena que nos llega desde fuera). Para Kant esta forma de actuar puede ser prudente o justificada pero no es propiamente moral.

El verdadero comportamiento moral tiene que ser autónomo, es decir, que brote de una ley que nada me impone y que yo acepto como fruto de mi propia libertad de ser racional.

Será un imperativo, o sea, una orden que yo me doy a mí mismo por simple respeto a lo mejor que hay en mí: no estará condicionada a conseguir esto o aquello sino que será un imperativo categórico que busca lo bueno de modo absoluto y nada más.

De esto modo no me comportaré por capricho o buscando provecho, sino porque debo respetar la humanidad en mí y en todos los demás.

3.- ¿Qué puedo esperar?. Aquí la respuesta de Kant tiene dos vertientes, una histórico-política y la otra religiosa. Kant creía en la importancia de los seres humanos por encima de países, razas, estado, clases sociales, etcétera. Simpatizó con la Revolución francesa y condenó los abusos del colonialismo europeo.

En cuestiones políticas Kant podía ser idealista, aunque no meramente ingenuo: sabía que los seres humanos tienen tendencia a cooperar unos con otros por su propia naturaleza social, pero también encuentran en ideologías, religiones, ambiciones políticas, mil razones para enfrentarse. Padecemos una insociable sociabilidad.
Las comunidades humanas se mueven entre guerras que arruinan la sociedad y cooperación comercial que las hace prósperas. El ideal es una paz perpetua que no sea la de los cementerios, sino la que proviene de la armonía de intereses bien entendidos.

Los países deberán dotarse de constituciones republicanas (los monarcas declaran guerras, pero no así los pueblos) y habrá que ir creando federaciones internacionales de Estados libres que favorezcan la hospitalidad cosmopolita y prohíban los enfrentamientos bélicos.
El cumplimiento del deber ético no va acompañado de la felicidad mundana. Pero el hombre puede preguntarse por el sentido del deber moral, que no nos hace felices sino dignos de la felicidad. Puede ser que el deber moral y la felicidad se armonicen en algún sitio, no en este mundo, desde luego, pero quizás en el más allá, es decir, si Dios existe y nuestra alma es inmortal. Nada podemos conocer de eso, porque supera y trasciende cuanto nuestros sentidos aportan a nuestro entendimiento.

Es inadmisible cualquier fanatismo religioso o la pretensión de imponer creencias a los demás por la fuerza, no digamos ya torturarles o asesinarles en nombre de la fe. Pero la esperanza no puede ser descartada. “Manu, el hombrecito cabezón” se esfuerza por reconciliar su racionalismo pensante y su fe de creyente protestante.

Hubo espíritus literariamente más ligeros aunque no menos profundos. Por ejemplo Georg Chirstoph Lichtenberg que fue discípulo de Kant, distinguido científico, aficionado a la filosofía, el teatro y las mujeres (desconozco el orden de sus preferencias). La obra filosófica de Lichtenberg está formada por aforismos, es decir, pensamientos expresados de manera breve y concentrada, casi siempre con mucho humor.

“Todo el mal de este mundo se lo debemos al respeto, a menudo exagerado, por las antiguas leyes, las antiguas costumbres y la antigua religión”.

”En el mundo se puede vivir muy bien diciendo profecías, más no diciendo verdades”

Pues que tomen nota las videntes del teletienda o los eminentes economistas que para el caso de la crisis lo mismo da.



1 comentario :

  1. La Ilustración sigue estando vigente por mucho que la filosofía postmoderna no haya sido capaz de entenderla

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