LA CONJURA

domingo, 23 de julio de 2023

LA PUERTA


 

Hacía tiempo que no leía un libro tan bueno como éste.

La puerta” cuenta la relación entre una señora y la mujer que le limpia la casa, y lo hace con unos matices extremadamente sensibles y delicados. Ella, la empleadora, es novelista, culta, exitosa, una escritora acomodada y creyente, y Emerenc, la vieja de la limpieza, es casi analfabeta; sin embargo es una mujer fascinante, con una fuerte personalidad arrolladora, y con una capacidad de trabajo y sentidos de la justicia asombrosos.

No cabe duda de que el gran personaje de esta historia es la enigmática Emerenc con su alto sentido de la dignidad. Su forma de entender el mundo le supone una actitud antiintelectual y un desprecio por todo lo que ella no comparte, incluso contra las ideas religiosas de su señora, con la que a menudo discute manteniendo a lo largo del tiempo una relación compleja donde la vieja marca los ritmos. A la señora le causa admiración su empleada, quiere conocer, saber de ella; pero ella trabaja incansablemente, a cualquier hora, y de la forma que ella estima oportuno, sin importarle lo más mínimo las opiniones de la escritora, ni las órdenes que de ella recibe. Vive en una pequeña casa donde invita  a sus amigos en el porche, pues nunca ha dejado a nadie traspasar la puerta de su casa donde guarda celosamente encerrados los verdaderos componentes de su identidad.

Y terminas leyendo esta novela con el sabor que deja la buena literatura.


Esa mañana de junio, con Emerenc contándome tales cosas y desgranando con sus dedos huesudos las vainas de guisantes, experimenté una sensación muy parecida a la que me invadió en otro tiempo ante la tumba de Agamenón en Micenas.


¿Qué más quiere? Le lavo, le plancho, le cocino, cuido de Viola...ya está bien, ¿no?Más no puedo. Ahora bien, suplir a su madre muerta, a su niñera, o ser su compañerita de juegos...¡ah!, a todo eso yo sola no doy abasto. Así que le pido que me deje en paz de una vez por todas.


No debe entregarse nunca a una pasión con toda su alma, porque eso lleva, antes o después pero infaliblemente, a la perdición. Los que lo hacen, terminan mal siempre. Para evitarlo es mejor no querer a nadie; porque si eres capaz de amar, siempre habrá un ser querido que será sacrificado por tu culpa y, si no, serás tú quien se arrojará de un vagón. Bueno, vuelva a su casa; por hoy ya no hay más que hablar, mañana será otro día.


¿Qué es “kitsch”?—preguntó—¿Qué significa esa palabra? Por favor, explíquemela.

Me costaba encontrar la fórmula adecuada para hacerle ver qué culpa tenía el pobre perrito para ser considerado un producto barato, feo y mal proporcionado. Que kitsch es algo falso, irreal, ideado para satisfacer sin más necesidades de placer baratas y superficiales; kitsch es el sustituto de valores verdaderos, sinónimo de falta de autenticidad y calidad.

¿Este perrito es entonces falso?—preguntó indignada—. ¿Y por qué, si no le falta nada? ¿Acaso no tiene sus orejas, sus patas y su rabo? ¿Y esa cabeza de bronce que ha colocado usted sobre el archivero, y que todos sus invitados adoran y le dan golpecitos como idiotas, pero que es un león que no tiene cuello ni nada, solo la cabeza, y que cuando la golpean hacen como si llamaran a una puerta que no es más que un armario lleno de papeles? ¿De modo que un león que ni siquiera tiene cuerpo no es falso, y un perro que se parece a un perro de verdad sí lo es? ¡Vaya cuentecito! Pura mentira. ¿Por qué no me dice directamente que no quiere aceptar nada mío y punto…?


Al cabo de tantos años de la muerte de Viola, aún conservo en mi mente muchas imágenes suyas: en cualquier calle, casi siempre al atardecer, poblada de silencio, de luces y sombras, todavía oigo el sonido de sus pequeñas pezuñas trotando sobre el asfalto, sus pasos me persiguen y siento el jadeo entrecortado del animal que me alcanza con su hálito caliente […] Cuántas veces ese gemido, hoy ya expirado, aún persiste y resuena en mi memoria...


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