LA CONJURA

viernes, 25 de noviembre de 2011

EL ALMA Y LAS MÁQUINAS (II)





EL ALMA Y LAS MÁQUINAS (II). LEIBNIZ. BLAS PASCAL. GIAN BATTISTA VICO. JOHN LOCKE.

Leibniz era un hombre de mundo, sabía halagar a los poderosos y se movía en la corte como pez en el agua. Tenía un talento extraordinario para las matemáticas, (descubrió el cálculo infinitesimal), la lógica, la teodicea, la historia y también la política. En cierta ocasión visitó a Spinoza clandestinamente en su taller holandés, no quería verse relacionado con ese judío considerado por algunos peligroso pero que por otra parte le fascinaba y cuyo genio era de los pocos capaces de entender.

Leibnitz también creía en un orden del mundo pero no geométrico y necesario como el de Spinoza sino espontáneo y libre. Todo el Universo responde a un propósito. Dios es el diseñador secreto y voluntario de ese orden. Para Dios no existe la necesidad porque es perfectamente libre sino la posibilidad, es decir, el conjunto de alternativas entre las que su voluntad creadora elige. Y como Dios además de omnipotente es bueno el proyecto de Universo que ha realizado es el mejor de todos los posibles.
¡Cómo va a ser este mundo lleno de injusticias y guerras el mejor posible!!!. Es que sólo somos capaces de ver una pequeña parte del conjunto. No consideramos la totalidad.
Se aprecia mejor un cuadro cuando se considere su totalidad con sus luces y sus sombras. Dios podría haber hecho a los hombres obligatoriamente buenos, pero eso les hubiera robado su libertad. Es mejor que sean libres. La posibilidad del mal mejora al mundo, según Leibniz.

Toda la realidad está compuesta por mónadas ( ese término que tanto utiliza ahora Antonio García Trevijano para referirse a los distritos electorales), una especie de átomos espirituales simples que no tienen extensión ni por tanto partes divisibles. Cada una de las mónadas es distinta a las demás y todas han sido creadas directamente por Dios. Las mónadas son como pequeños mundos completos y cerrados en sí mismos, no tienen comunicación entre ellas pero dentro de ellas existe la representación más o menos confusa del conjunto universal. Esta concordancia se produce precisamente por lo que Leibniz llama “armonía preestablecida determinada por Dios” Sería algo así como cuando dos relojes marcan siempre la misma hora, el sabio, o el relojero, entenderá que esto es debido a que han sido puestos en hora por el mismo gran Relojero.

Un discípulo de Descartes fue el francés Blas Pascal. Al igual que Descartes o Leibniz destacó como gran matemático. Siendo aún niño inventó por sí solito los principales axiomas de la geometría. Pero su principal preocupación fue la fe en el más allá y la posible salvación del alma eterna.

A Pascal no le preocupaba principalmente el conocimiento o la ciencia por sí mismos, sino la condición humana. ¿Qué es el hombre? Alguien situado entre dos infinitos, lo infinitamente grande del Universo y lo infinitamente pequeño de las moléculas y átomos. Y apenas podemos vislumbrar esas infinitudes que nos rodean pues estamos limitados por una inteligencia y experiencia finitas.

Sin embargo la dignidad del hombre es su capacidad de reflexionar. Somos criaturas miserables pero al menos sabemos que somos miserables. Se equivocan quienes sólo hablan de la grandeza humana porque ignoran nuestra pequeñez ante los infinitos espacios cuyo silencio eterno sobrecoge nuestro corazón (qué bonito esto último!!!); pero también se equivocan quienes se deleitan en detallar nuestras patentes limitaciones. El ser humano no es ni un ángel ni una bestia. Como no podemos evitar los males de nuestra condición –la muerte, el dolor, la ignorancia, etcétera--, la mayoría de los hombres se refugia en la diversión, es decir, en cuanto nos aleja de reflexionar sobre lo que somos y lo que nos pasa: nos atontamos con juegos, comedias, charlas intrascendentes, ambiciones ridículas, enemistades guerreras. Y aquí interviene para Pascal la fe. La fe en Dios no es una certeza y aún menos algo que se pueda alcanzar a través de razonamientos y demostraciones pero se parece más bien a una apuesta. El creyente se apuesta su vida a que Dios existe y que la práctica religiosa puede rescatarle de la muerte. Si se equivoca y pierde no desperdicia gran cosa porque las riquezas de este mundo no valen a fin de cuentas mucho la pena. Pero si acierta y gana, conquistará nada menos que una eternidad feliz.

GIAN BATTISTA VICO es otro de los hijos díscolos de Descartes como Leibnitz, Pascal, …etc. Aprendió mucho de su filosofía pero se rebeló contra él. Fue un autor a veces confuso y algo caprichoso pero profundamente original. Vico se opuso a la idea geométrica del conocimiento como evidencia racional que tenía Descartes. Los humanos estamos vitalmente seguros de muchas cosas que no podemos demostrar. No es lo mismo lo verdadero, que es imprescindible para la razón, que lo cierto que es indispensable para la vida. Constantemente tenemos que actuar, la vida lo exige, y para la acción lo importante no es la verdad clara sino lo probable. En el fondo, conocer algo completamente supone saber hacerlo, y por eso la naturaleza sólo la puede conocer del todo Dios, que es su Autor. El hombre, en cambio, sólo puede tener ideas limitadas y abstractas de los sucesos naturales, pero en cambio comprende perfectamente las matemáticas porque las ha inventado él.

La gran aportación de Vico es convertir la historia en cuestión central de la filosofía moderna. La historia es la búsqueda de la Ciudad Ideal, de la comunidad perfecta en que los hombres puedan vivir de manera armónica. Lo que cuenta en la historia no es constatar lo que fue, es y será, sino lo que debió, debe y deberá ser; es decir, la valoración de los acontecimientos. Esa marcha hacia lo mejor no siempre es impulsada por motivos nobles o desinteresados, pero a pesar de todo la Providencia hace avanzar la sociedad.

El avance histórico pasa por ciclos que comienzan a tientas, alcanzan su auge y después entran en decadencia. Los describe en su gran obra "Ciencia Nueva" . Primero vino “la edad de los dioses” es decir, las comunidades primitivas centradas en la autoridad del cabeza de familia y en el temor de Dios. Luego llegó “edad de los héroes” basada en la preeminencia aristocrática de los más valientes, para dar paso a “edad de los hombres” en la que ahora estamos, donde se extiende el pensamiento más maduro en el plano de la razón geométrica y en la sabiduría poética, pues la poesía es una capacidad distinta de lo meramente intelectual que nos permite recuperar las antiguas formas primitivas de conocimiento y prolongarlas hasta nuestro presente. La forma más compleja de conocimiento es la filosofía, pero a ella sólo se dedica una minoría, por lo que la poesía y las religiones son imprescindibles para que la multitud humana conozcan, aunque sea de modo impreciso, los ideales y tienda hacia ellos.

Otro seguidor y discrepante de Descartes fue el inglés John Locke. Locke no sólo se dedicó a la filosofía meramente teórica sino también, de forma más práctica a la política. En su obra "Carta sobre la tolerancia" defiende la virtud democrática frente a una época zarandeada por enfrentamientos y persecuciones religiosas que terminaban por convertirse en luchas civiles.

Locke siguió la tradición empirista de los pensadores británicos, inaugurada por Francis Bacon. Para Locke, como para Descartes, el objeto del conocimiento humano son las ideas, pero para él no hay más ideas en nuestro entendimiento que las que provienen de la experiencia.

Pero la experiencia de los sentidos no nos proporciona más que las ideas simples. A partir de esas ideas simples se forman por medio de los mecanismos de combinación, yuxtaposición y análisis las ideas más complejas, esenciales para las formas más sofisticadas y científicas de nuestro saber. El entendimiento humano lo recibe todo de la experiencia pasivamente, pero luego actúa y relaciona las ideas recibidas unas con otras. Gracias a ello acuñamos conceptos de lo universal y general, que se hacen patentes por medio del lenguaje y que sólo existen como términos en él: a partir de lo particular, que es lo único que nuestros sentidos encuentran en el mundo real, llegamos a los términos universales del lenguaje, que expresa nuestras ideas más complejas.
También teorizó Locke sobre las cuestiones políticas. Sus reflexiones siempre están llenas de buen sentido y moderación. Fue el primero que apuntó a la separación de poderes, pues según él debe existir un poder legislativo y parlamentario que establezca por mayoría las leyes y luego un poder ejecutivo que las ponga en práctica de manera efectiva. También concedió por primera vez importancia a la educación de los ciudadanos, rechazando los castigos corporales y propugnando que se educase no sólo en conocimientos objetivos sino también formando a personas capaces de vivir socialmente con los demás.

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